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El premio Nobel de Literatura para un defensor intransigente de la libertad

Festejar que América Latina haya ganado otro reconocimiento mundial por la calidad de su literatura, es de por sí gozoso; celebrar que se haya hecho justicia a una obra dilatada, extensa y prolija, es disfrutar de una sensación cálida y placentera; pero, sentir que en el otorgamiento del Nobel a Mario Vargas Llosa hay un reconocimiento implícito a su infatigable lucha contra la tiranía, sobre todo contra esa que está disfrazada de un manto social, es de una emoción desbordante.

 

Vargas Llosa, conformó junto con García Márquez, Carlos Fuentes, Julio Cortázar y José Donoso, el muy sonado “Boom Latinoamericano”, fenómeno literario que catapultó a la literatura del subcontinente y que le otorgó relieve mundial. Este movimiento no se hubiera producido sin el otorgamiento en 1962 del premio Biblioteca Breve, de la Editorial Seix Barral, a Mario Vargas Llosa por su novela “La Ciudad y los Perros” y sin el impulso que le dio a las letras de esta parte del mundo el premio Nobel concedido en 1967 a Miguel Ángel Asturias.

 

Pero fue el otorgamiento del premio Rómulo Gallegos en 1967 a Mario Vargas Llosa por “La Casa Verde”, en 1972 a Gabriel García Márquez por “Cien años de soledad” y en 1977 a Carlos Fuentes por “Terra Nostra” lo que  terminó de configurar el boom de  las letras latinoamericanas.

 

A comienzos de los años 70 Vargas Llosa y Carlos Fuentes, instaron a varios escritores latinoamericanos a escribir novelas sobre dictadores, de esta convocatoria saldrían: “Yo, el Supremo” de Augusto Roa Bastos, “El Discurso del Método” de Alejo Carpentier, “El Otoño del Patriarca” de García Márquez y más tarde “La Fiesta del Chivo” de Vargas llosa.

 

En 1982 Gabriel García Márquez ganaría el prestigioso premio Nobel de literatura y se consagró como el mayor exponente de la literatura de América Latina y un escritor de talla mundial. En 1990 el Nobel concedido a Octavio Paz, reconocía el valor de un poeta americano que México había brindado al mundo. Con Paz se rompe la barrera que impedía el acceso a premios literarios importantes de escritores críticos de la izquierda política.

 

Vargas Llosa que se había desencantado del modelo político aplicado en Europa oriental y la Unión Soviética, pronto se transformó en un crítico activo del socialismo real. Curiosamente en un libro publicado en los años 60, sobre su experiencia de viaje por esos países, García Márquez, también había hecho señalamientos muy críticos contra la opresión y la pérdida de libertad individual. El hecho es que Mario Vargas se distanció de Cuba y de la izquierda intelectual que en occidente controlaba el pensamiento cultural e influía decisivamente en el político, cosa que le valió ser relegado del premio Nobel, igual que antes aconteció con  Jorge Luis Borges. Le Monde era un periódico que se definía a si mismo como de “izquierda en lo cultural, del centro en lo político y de derecha en lo económico”.

 

Aunque por mucho tiempo su nombre no figuró en la lista de los postulados al Nobel, Vargas Llosa recibió el Premio Príncipe de Asturias de las Letras (1986), el Premio Cervantes (1994). Fue designado miembro de la Real Academia Española desde 1994, y le otorgaron los doctorados honoris causa de las universidades de Yale (1994), Harvard (1999), San Marcos (2001), Oxford (2003), Simón Bolívar (2008), etc. También fue condecorado por el Gobierno francés con la Legión de Honor en 1985.

 

A diferencia de otros escritores de Latinoamérica, Vargas Llosa ha sido un importante y denso ensayista, un hombre de acción política, un analista de los fenómenos sociales y culturales, un periodista aquilatado, un profesor universitario y por si fuera poco un pensador. En este sentido abarcó un ambicioso espectro que antes que él cubrió nuestro universal hombre de letras Don Arturo Uslar Pietri.

 

Tres cosas me emocionan de la personalidad de Mario Vargas Llosa: que sea un obstinado luchador contra las dictaduras de izquierda y de derecha, que sea un hombre de pensamiento liberal y que además sea un acérrimo defensor de la Fiesta Brava, en cuanto reconoce que ésta es una manifestación artística que hunde sus raíces milenarias, en la cultura de los pueblos de España, Francia, Portugal e Hispanoamérica.

 

 

 

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