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El ruido que hacen las cosas al caer, novela testimonio

“Yo os contaré que un día vi arder entre la noche”. A. Aurelio 1929.

A la gente de la nueva literatura colombiana le resulta intratable e inadecuado pensar y narrar a su país sin que puedan dejar de sentirse invadidos por los íconos del narcotráfico o la ya secular guerra política y social que los domina, entre quienes conozco que esto preocupa, tenemos a Juan Gabriel Vásquez y otros como Abad Faciolince y Laura Restrepo, comencemos por Vázquez.

El escritor Juan Gabriel Vásquez  autor de la  novela “El ruido de las cosas al caer” publicada por Alfaguara 2011 y ganador del Premio Alfaguara de Novela 2011, el libro narra el crimen de Ricardo Laverde, un fugaz y extraño amigo del protagonista, el Profesor Antonio Yammara, quien termina mal herido en la misma escena donde muere Ricardo. Se habían conocido casualmente en uno de los siempre famosos billares del centro de Bogotá. Se crea una amistad, quizás, mas por una búsqueda de empatía y experiencias entre gente que se margina buscando socorro en sus iguales, que tal como lo reconoce el Profe. Yammara: “eso que llamamos, experiencia, no es el inventario de nuestros dolores, sino la simpatía aprendida hacia los dolores ajenos” Pág. 85. 

El violento como doloroso suceso termina por imponerse como un mantra al personaje que luego de su recuperación inicia una compulsiva atracción por la búsqueda de los orígenes del difunto Laverde para identificar las razones del homicidio, “ha acabado por convertirse en parte definitiva de mi memoria. Ahí está y no hay nada que pueda hacer. Olvidarlo no es posible” Pág. 85.

Esto lleva al personaje a rebuscar en el pasado hasta  toparse con los referentes más notables de quienes forman parte de la generación del autor, viaje que lo lleva a su etapa adolescente, en los setenta.

Opino que allí está el “para que” de la novela de Vásquez, porque su relato se origina y vincula con el contexto de la tragedia colombiana que llegó con el narcotráfico y que, para desgracia del país y quienes a ella estamos hermanados, aún no termina y difícilmente podamos suponer cuando será superado.

El personaje, vive y reconstruye con recuerdos, investiga y se topa con múltiples y terribles interrogantes que nos impone a los lectores la angustia de tener que pensar que hacíamos cuando ocurrieron algunos acontecimientos imborrables para la memoria personal y la colectiva, no solo de Colombia sino del continente. Estas invocaciones le dan sentido al “para qué” de novela y marcan el espacio, antropología y rumbo para los nacidos en los setenta y no olvidar que es esta etapa cuando la bonanza marimbera se imponía en la Costa Norte de Colombia y período adonde se estaba apenas superando los efectos redentores del ánimo liberal que se lograron con la pacificación en Vietnam.

El personaje de la novela nos cuenta sus años 80, cuando con un vigor adolescente empezaba a descubrir la realidad política de su  país, vive horrorizado el crimen de Lara Bonilla; luego como estudiante de derecho recibe  las trágicas noticias del asesinato de Galán, de Bernardo Jaramillo y el genocidio contra los lideres Unión Patriótica. Momento traicionado, en el que  algunos ingenuamente creyeron en las trampas de la pacificación propuesta por la derecha.

En fin que de violencia este Profesor Yammara bastante sabe; pero su biografía suma tragedias de cuanto sucedió en los años 80, lapso adonde el narcotráfico, merced a la influencia de los mismos factores de la burguesía financiera colombiana que se dedicaron a la reingeniería del negocio y transmutarlo, hasta imponerlo como expresión fiduciaria armada de la política y la economía, coyuntura notable por el ascenso de las bandas de sicarios, ejércitos de paramilitares y bandas criminales que se profesionalizan y apoyan la mundialización de Colombia. La anécdota  descubren que un viaje en un avión Cessna, desde el Magdalena Medio hasta las Bahamas, puede cargar 300 Kg. de coca, “y que a cíen dólares el gramo, en un solo viaje puede producir noventa millones de dólares, de los cuales le piloto que queda con dos” Pág. 208.

Estamos, a no dudarlo, ante la presencia de un escritor maduro en el planteo de la historia, que brinda, con elegante arquitectura el  montaje de sus personajes; sabe cómo darle rigor al “tramado” de la obra, que veo, además,  como un magnífico guión cinematográfico. Nada más que su impactante cuento del primer capítulo, con el “aria del hipopótamo” y su brutal cacería, que tiene “sabor a tragedia mediática, la persecución de unas criaturas inocente por parte de un sistema desalmado…” Pag.13. es imagen que da para secuencias, hasta de  cine dramático o dadaísta y desde allí mucho puede visionar un director, por ejemplo cuando ve al artiodáctilo como:  “un meteorito recién caído”.

Cada página nos sorprende  con ideas que producen emociones expuestas de forma rotunda con sabiduría y fortaleza narrativa y letra que vuelve a poner en guardia al lector al mostrar una literatura comprometida y ineficaz: “A la clase dirigente de nuestro país, farsante y embustera siempre le ha gustado apropiarse de la cultura” Pág. 45.

Es una novela recia, de grata lectura que termina controlando al lector y le induce a seguir y no parar.

Miremos otra faceta del problema de violencia en la literatura colombiana con la novela de Seix Barral “Angosta”, 2004, de Abad Faciolince para reconocer que ella logra anudarnos al pasado inmediato del país, entre redes que van por momentos de la tensión social, a lo dramático, de lo policial, a lo político hasta caer entre procederes del control geo social que ejercen con la violencia conocida los carteles en este territorio. En prosa grata, trama con sentido que te engancha e inquieta para que nades en un recital de angustias y temores de momios que han terminado de controlar todo cuanto se mueve en ese país. Nada les es ajeno.

Su narrativa nos pasea por diversos espacios de la geografía nacional cuyo centro es Medellín. Existe por ejemplo, cómo una mácula o lugar definidor, terreno icónico, una marca que evoca terror y sugiere angustias: el Salto de los Desesperados. Allí puede terminar cualquier neurosis o despecho amoroso o dar término a un arreglo de cuentas mafioso o producirse sencillamente un ajusticiamiento político de alguien cuyo comportamiento no resulta grato para los señores del poder o de los carteles, que en fin son lo mismo. Los personajes de la novela están amenazados y controlados por un súper poder cuya sede es el imperio la droga y la violencia, que decreta quienes  sobreviven, si no logran entender la fuerza del pasado o saber desde cuanto están atrapados en la Ley de la narcopolítica.

 Angosta busca ordenar, clasificar, valorar, jerarquizar todas las formas y maneras históricas como ha sido divido el país por la voluntad de estos terroristas. Lo muestra ceñido a un pasado estrecho para un lado y majestuoso, opulento y rico del otro. Esquema que define con leyes los espacios entre los cuales una clase se puede y debe moverse. Límites, marcas, que nunca permiten ir más allá de lo determinado, jamás superar lo que sus características y sus rangos raciales y étnicos asociados a clases cuyo color, olor, aspecto los condena socialmente. Esos criterios políticos y hasta raciales dividen, marcan, execran, a los indeseables en Angosta y sus medios de comunicación tomados por el terror de un pasado que los condena. Vuelve el pasado a seguir siendo actor para Faciolince tal y como apremia a Juan Gabriel Vásquez.

Otra figura del mundo literario de Colombia  Laura Restrepo y escoge su novela  Delirio, también ganadora del premio Alfaguara de Novela de 2004, para evidenciar otro datos y formas de mirar esta realidad colombiana, su personaje es Agustina Londoño, quien padece la brutalidad de su páter familia Carlos Vicente Londoño, modelo conspicuo de una clase social, cuyo origen, evolución y muerte se pueden encontrar repetidos infinitas veces en ese país y en otros de nuestro continente.

Especie de burgués en franca decadencia que se niega a reconocer el deterioro de su clase y menos la pérdida de su poder político. Sin duda en él ya habita un delirio, de clase en si o ¿clase para sí¿.

Laura Restrepo cual Pandora, sentencia el cierre del pasado histórico del dramático ciclo vital, que  condena a la extinción a ese grupo burgués como factor de poder, mostrando como son colonizados y secuestrados por la fuerza de los “señores del cartel” de Medellín o de Cali: «“Bisabuelo arriero, abuelo hacendado, hijo rentista y nieto pordiosero”» (p. 203), especie de fábula o mito social cíclico que anuncia la triste lógica de un espiral descendente en el cual los miembros de ese clan van perdiendo poco a poco y sin que se den cuenta, el poco lustre que en antaño les adornaba, en sus exclusivos clubes, hasta verlos caer bajo en control de los señores de la droga.

Factótums a quienes todo se les fue extinguiendo sin que se dieran cuenta:

“¿Entonces de verdad crees, le pregunta el Midas Mac Alyster a Agustina, que tu noble familia todavía vive de las bondades de la herencia agraria? Pues bájate de esa novela romántica (…), porque las haciendas productivas de tu abuelo Londoño hoy no son más que paisaje (…) (p. 80).

Rudo asalto de la realidad. Quiebre de un sueño que descubre que su familia y su clase vive de los favores de Pablo Escobar igual que el personaje de Vásquez en  la  novela “El ruido de las cosas al caer”.

¿Será también está la imagen ese país adonde habita Laura Restrepo¿.  Que demuestra, a quien se niegue a entender, como los controla el monstruo de la droga, que la gente de la clase dominante, se dedicó a  construir y que van a terminar como el Dr. Frankestein siendo atrapados por su misma creatura hasta llegar a su último alojamiento. El delirio de Laura Restrepo es manía psicótica que nos narra una explicación basada en el pasado y es  forma de entender una estructura patológica que permita a la gente vivir delirantemente en Colombia.

Conclusiones

1. Que la estructura del poder de la droga se ha constituido en forma de emboscar, aterrorizar y controlar por diversas vías a los habitantes de este país y parte de nuestro continente. Lo expresan de diversa forma los tres  novelistas citados y en particular la magnífica novela de Juan Gabriel Vásquez “El ruido de las cosas al caer”.

 

2. Que los escritores ya maduros, Abad Faciolince, Laura Restrepo y  otros más jóvenes preocupados por modas de último instante felizmente han torcido sus y ahora comienzan a entender que no se puede avanzar sin antes retroceder. No se puede avistar el futuro sin haber contemplado el pasado, axioma del cual también participa con mucho fuerza, calidad narrativa el escritor William Ospina.

 

3. Aunque difícil de creer, el presidente Obama ha dicho que es hora de repensar la política de lucha contra las drogas, que Dios lo ilumine, porqué el Pentágono Industrial que lo controla, estimo, demuestra diariamente lo contrario; hasta el presidente Santos se animó, no sé, si para contrariar y alejarse de Uribe, y dijo estar dispuesto a revisar esta política.

4. Cómo hacer para que la literatura que estas  figuras colombianas nos regalan alerte  y busque la garantía para que las generaciones por venir no tengan que vivir en medio de esta angustia.

5. Que la gente no termine huyendo por el terror de su ciudad: lean este poema de Aurelio Arturo, 1929: “Yo os contaré que un día vi arder entre la noche / una loca ciudad soberbia y populosa/ yo, sin mover los párpados la mire desplomarse, / caer, cual bajo un casco, un pétalo de rosa” Pág. 255

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