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Entrevista con Ryszard Kapuscinski El Poder de la Palabra

El Poder de la Palabra

La mentira al igual que el mal no requiere de aquellos a quienes destruye que comprendan su naturaleza. Por el contrario, la verdad y la justicia requieren siempre de explicaciones. A los que nos ha correspondido informar sobre el acontecer de los pueblos, sus problemas y conflictos, ya sea en nuestro país o en tierras lejanas, lo hemos hecho con objetividad, esforzándonos por no tomar partido, tratando de llegar a una interpretación limpia, justa y sin sesgos de lo que observamos, escribiendo sin ambages pero con el corazón en la mano. Sin embargo, hemos sido asaltados por una interrogante al momento de escribir, mejor dicho, de explicar las verdades: ¿lo que estoy comunicando, podrá cambiar esta situación y a esta gente o lo que hacemos como periodistas es un acto inútil? En busca de alguna respuesta a este dilema, parafraseo de nuevo a Savater, quien afirma que no podemos ser libres por otro, no podemos cambiar el destino de otro si éste no se lo propone. De la misma forma, nadie puede ser justo por otro si éste no se da cuenta que debe serlo. Estas reflexiones me las hacía rumbo al encuentro con Ryszard Kapuscinski, el corresponsal de guerra más importante del siglo, quien desde 1952 ha cubierto las revoluciones, golpes de estado y guerras civiles en 12 países de África, América Latina y Asia.

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El mundo se le está escapando al periodismo

Al estrechar la mano de este formidable hombre, con 72 años embutidos en su morral de campaña, uno se da cuenta que tiene el espíritu de un águila y la fortaleza de un león. Su humildad, educación y buenos modales, contrasta con la ruda imagen del corresponsal de guerra. Con una mirada rápida y escrutadora, comenzó el diálogo con esta afirmación: “el mundo se le está escapando al periodismo, ya no se manejan conceptos para un público exigente. Hace 50 años este oficio se veía muy diferente a como se percibe hoy. Se trataba de una profesión de alto respeto y dignidad, que jugaba un papel intelectual y político. Quienes la ejercían obtenían el reconocimiento de sus sociedades. Un periodista era una persona de importancia, admirada. Cuando andaba por la calle todos lo saludaban. A diferencia de aquel periodista de hace 50 años, el de hoy es una persona anónima. Nadie lo conoce, nadie sabe quién es. En los grandes medios, una noticia es trabajada por decenas de personas también anónimas. Como consecuencia, en esta profesión se perdió algo tan central como el orgullo de lo personal. Ese orgullo implicaba también la responsabilidad del periodista por su trabajo: el hombre que pone su nombre en un texto se siente responsable por lo que escribió. En cambio, en la televisión y en las grandes cadenas multimedia, de igual modo que en las fábricas, esta responsabilidad personal ya no existe”.

Nuestras palabras pueden destruir a la gente

No recuerdo quien escribió que la mentira por lo general es algo malo, pero que su peor consecuencia es que destruye la confianza en la palabra. De allí el privilegio de estar en la presencia de este homme armeé, este caballero armado de palabras y certezas que ha escrito las mejores crónicas del siglo a riesgo de su propia vida: “La condición fundamental de este oficio es el entendimiento con el otro: hacemos y somos aquello que los otros nos permiten. Ninguna sociedad moderna puede existir sin periodistas, pero los periodistas no podemos existir sin la sociedad. Pero, ¿qué pasa cuando el otro tiene una visión sesgada de los hechos, o intenta manipularnos con su opinión?. Para prevenir esto no existe receta alguna, porque todo depende de las situaciones. La única medida que se puede tomar, si tenemos el tiempo, consiste en juntar la mayor cantidad de opiniones, para que podamos equilibrar y hacer una selección. Cada nota enviada a la redacción, cada reportaje, debe ser el resultado de una buena selección, pues está en juego nuestro pensamiento ético. Mentiras, omisiones, sesgo, manipulación: este es el riesgo de la selección. Aquí está la responsabilidad del periodista como individuo que está formando el pensamiento de la gente. Trabajamos con la materia más delicada de este mundo: la gente. Con nuestras palabras, con lo que escribimos sobre ellos, podemos destruirles la vida. Nuestra profesión nos lleva por unos días o por unas horas, a un lugar remoto que dejamos una vez terminado nuestro trabajo. Seguramente nosotros nunca regresaremos allí, pero la gente que nos ayudó se quedará, y sus vecinos leerán lo que hemos escrito sobre ellos. Si lo que escribimos pone en peligro a esas personas, tal vez ya no puedan vivir más en su lugar, y quién sabe si habrá otro sitio a donde puedan ir. Por eso escribir periodismo es una actividad sumamente delicada. Hay que medir las palabras que usamos, porque cada una puede ser interpretada de manera viciosa por los enemigos de esa gente. Nuestro criterio ético debe basarse en el respeto a la integridad y a la imagen del otro. Lo que escribimos sobre esas personas se queda con ellas por el resto de su vida. Nuestras palabras pueden destruirlos”.

(%=Image(1104062,»L»)%) Mi éxito se ha basado en vivir en estado de esquizofrenia

Nativo de la sufrida Polonia de los años treinta, en su juventud logró sobrevivir a la persecución de los nazis y posteriormente a las purgas estalinistas. En medio de la miseria de posguerra, a los 19 años logró una licenciatura en Historia en la Universidad de Varsovia. Su primer trabajo fue para la Agencia Polaca de Noticias, “era una agencia muy pobre, cuando me llamaron me dijeron, usted escribe buenos poemas, por lo tanto podrá hacer buenos reportajes. Fue cuando me enviaron a África por primera vez”. Este incansable seeker of the truth, autor de 21 libros, entre los que se cuentan: El Emperador, El Imperio, El Sha, Ébano, entre otros, comenta con amargura y nostalgia los cambios que ha sufrido el periodismo que él ha vivido en carne propia en los últimos cincuenta años y que, con gran agudeza analiza en Los Cinco Sentidos del Periodista, su último libro. Kapuscinsky habla con toda naturalidad de su “esquizofrenia” para poder sobrevivir a la inmediatez del medio. Durante muchos año se desempeñó como corresponsal para agencias de prensa y esa dedicación tan intensa lo enfrentó a la falta de tiempo para poder describir el mundo que veía: “nuestro lenguaje periodístico es bastante limitado y conservador. Seiscientas u ochocientas palabras no eran suficientes para mi, para describir la ciudad asediada por combatientes hostiles, los rumores, la solidaridad de la gente, el color de las calles. No, no podía describir la riqueza del mundo que me rodeaba con el idioma periodístico, no cabía en los cables de agencia. Así que, decidí que en lugar de irme a tomar whiskey con mis colegas al final del día en algún hotel, me quedaba en un rincón escribiendo, elaborando notas toda la noche. Trabajaba en dos cosas simultáneamente, en ámbitos separados. Pero en nuestra profesión, el éxito se basa en tener una doble vida, vivir en estado de esquizofrenia: ser un corresponsal de agencia –o un redactor – que cumple órdenes, y guardar en algún pequeño lugar del corazón, algo para sí, para la propia identidad, para las ambiciones personales”.

Un hombre cabalgando en una sonrisa

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En la actualidad Kapuscinski colabora para los diarios Frankfurter, Allgemeine Zeitung, The New York Times y la revista Time. Su vitalidad y pasión por comunicarse en varios idiomas a la vez, van acompañadas de una sempiterna y sabia sonrisa. Este hombre enjuto y recio, que vivió los horrores del genocidio de Rwanda, que ha estado a punto de ser ejecutado varias veces durante la cobertura de conflictos, que ha visto morir a sus colegas en medio de feroces combates, que ha pasado hambre y penurias al límite de la resistencia, conversa con nosotros con gran naturalidad y sencillez, como diría Tennesse Williams, un hombre que se ha pasado la vida cabalgando en una sonrisa: “Cuando el gran capital llegó a nuestra profesión configuró redes de comunicación masiva dirigidas por personas que no venían del periodismo ni se interesaban en esta profesión, sino que la veían como una mera herramienta, un instrumento para obtener ganancias altas y rápidas. Hoy, al cronista que llega de hacer una cobertura su jefe no le pregunta si la noticia que trae es verdadera, sino si es interesante y si la puede vender. Ahora que la información es una mercancía bajo las leyes del mercado, es decir, destinada a obtener una rentabilidad máxima y apuntar al monopolio, los antiguos héroes del periodismo han sido reemplazados por un nutrido número de anónimos trabajadores de los medios masivos o media workers. Nuestra profesión siempre se basó en la búsqueda de la verdad: el valor de la noticia o del texto era dar cuenta de la verdad. Muchas veces la información funcionó como un arma en la lucha política, por la influencia y por el poder. Pero hoy, tras el ingreso del gran capital a los medios masivos, ese valor fue reemplazado por la búsqueda de lo interesante o lo que se puede vender. Por verdadera que sea un información, carecerá de valor si no está en condiciones de interesar a un público que, por otro lado, es crecientemente caprichoso. Así se ha trivializado el valor de la palabra. El problema actual de la comunicación no es que se escamotee la verdad sino que la palabra ya no tiene el peso de antes. En la época comunista la prensa soviética tenía cuatro páginas, y si en ellas aparecía algún artículo crítico alguien iba a un campo de concentración. Cada palabra tenía valor de vida o muerte”.

No podemos cambiar nada, pero si podemos escribir sin odio

Kapuscinski no quiso hablar de la crisis venezolana, es más, nos pidió que no le preguntásemos nada sobre el tema pues debía prepararse y estudiar a fondo la situación antes de emitir una opinión, “por cada página que escribo, antes he leído cien sobre el tema”. Sin embargo, por su experiencia y olfato, nos dio un consejo: “mucha gente piensa que nosotros los periodistas podemos decidir sobre un conflicto pero eso es falso, nosotros no podemos cambiar nada, sin embargo, si podemos escribir sin odio, podemos usar las palabras para que sean útiles a la gente. El periodismo debe tener como misión la búsqueda de la paz y el entendimiento mutuo entre la gente. Es una misión que los cínicos no pueden cumplir”. En el camino de regreso, pensé en la agresión permanente del discurso político del presente y su efecto de odio y violencia que percibimos a diario. No nos damos cuenta, pero las palabras son tan poderosas, tan dolorosas y tan ofensivas como los golpes. De allí que debemos utilizar el poder de la palabra para avivar el diálogo y la reflexión, para encontrar respuestas que nos ayuden a detener esta espiral de odio, violencia y destructividad que se ha anidado en el corazón de los venezolanos, armados eso sí con ideas y palabras para enfrentar la mentira aunque este sea un combate desigual como acertadamente dijo John Milton: “Que se enfrenten la verdad y la falsedad; ¿acaso se ha visto alguna vez que la verdad sea derrotada en una confrontación franca y leal?”

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Ryszard Kapuscinski (Pinsk, entonces Polonia, el 4 de marzo de 1932 – Varsovia, 23 de enero de 2007) fue un periodista, escritor y ensayista. Estudió en la Universidad de Varsovia Historia y arte, aunque finalmente se dedico al periodismo. Ha colaborado en Time, The New York Times y Frankfurter Allgemeine Zeitung. Compaginó desde 1962 sus colaboraciones periodísticas con la actividad literaria y ejerció como profesor en varias universidades. Nombrado doctor honoris causa por la Universidad de Silesia en 1997. Fue corresponsal en el extranjero hasta el año 1981.Ryszard Kapuscinsk falleció el martes 23 de enero de 2007, en Varsóvia a la edad de 74 años, por causa de una de una grave enfermedad por la que había sido sometido a una complicada operación el pasado sábado. (EFE)


Premios
• Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades, 2003 por «su preocupación por los sectores más desfavorecidos y por su independencia frente a presiones de todo signo, que han tratado de tergiversar su mensaje».

Obra literaria
• El Emperador, cuya acción transcurre en Etiopía.

• El Sha, tema de la época del Sha Mohamed Reza de Irán.

• El Imperio, acerca del derrumbamiento de la Unión Soviética.

• Ébano, considerado por muchos su mejor libro, contiene reportajes ubicados en varios países de África.

• Lapidarium IV, fragmentos de reportajes y pensamientos.

• La guerra del fútbol, en que habla sobre diversos conflictos africanos y latinoamericanos. El reportaje que da título al libro narra la guerra que llevaron a cabo Honduras y El Salvador, cuyo detonante fue un partido de fútbol entre las selecciones de ambos países valedero para el mundial de 1970 de México.

• Los cínicos no sirven para este oficio, basado en entrevistas y conversaciones moderadas por Maria Nadotti.

• Un día más con vida, donde narra la descolonización portuguesa de Angola en 1975 y sus consecuencias: una guerra civil que asoló la región hasta hace muy poco.

• Los cinco sentidos del periodista, que recoge principios básicos de periodismo, con base en los talleres que impartió en la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano.

• El mundo de hoy, en el que el autor reflexiona sobre los últimos acontecimientos ocurridos en el mundo tales como el 11-S o el 11-M, así como una especie de autobiografía acerca de lo mucho que ha vivido y sus reflexiones para comprender el mundo en el que vivimos.

• Viajes con Heródoto, publicado en 2006. Obsesionado por cruzar la frontera, la redacción del diario en el que trabaja le envía a la India con el único bagaje de lo que es y un libro, la Historia de Heródoto, el primer historiador griego. Es un libro de difícil clasificación, en el que homenajea a un Heródoto protorreportero, descubridor de algo tan fundamental como que los mundos son muchos.

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