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Gabriel García Márquez:la razón del escritor

«…esta tarea otoñal, la más difícil y triste de mi vida».

GGM

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Fotografías de Enrique Hernández D’Jesús

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Comenzaré, acaso, por la modesta confesión personal de que tuve momentos, mientras leía Noticia de un secuestro en que sentía un extraño temblor en las manos o una cierta falta de aire o la inevitable claustrofobia de un antiguo prisionero que no logra borrar del todo esos vestigios y los carga por dentro como una maldición? ¿Qué es Noticia de un secuestro? Comprendo que la pregunta es banal, pero conviene hacerla, no importa que los géneros se vayan desdibujando y vayan dándole paso, quizás, a un género aún desconocido. García-Márquez lo llama reportaje, de manera muy espontánea en alguna de sus páginas. ¿Es reportaje, o es novela, o es historia? ¿O es todo eso y más que eso? En la perspectiva colombiana, latinoamericana y mundial, ¿por qué no convenir que es historia, contada o escrita, desde luego, como pocas veces se cuenta o escribe la historia? El secuestro es una de las grandes pestes contemporáneas y no es sólo aberración de los latinoamericanos, porque le da la vuelta al mundo.

Al describirlo de manera tan excepcional y conmovedora, (el secuestro en todas sus dimensiones y en todas sus implicaciones), el secuestro en sí, el secuestrado, el secuestrador, las familias, la sociedad, el gobierno, la inmensa complejidad de la red que lo sustenta, García Márquez ha ido más allá de la ficción y ha transpuesto los límites de la realidad al desnudarla, porque nada es tan difícil de comprender como un drama humano de esa naturaleza que, por lo general, se pierde en la diversidad: o en la condición del secuestrado, o en el precio del rescate o en la oscuridad del secuestrador.

Noticia de un secuestro es un retrato de Colombia, y es también un retrato del mundo en que vivimos, una radiografía brutal del fin de siglo. Hay diversas maneras de leer este libro admirable. Una es la abstracta: la novela que emociona y crea suspenso a cada párrafo; la novela que deleita por la imaginación cada vez más sorprendente de quien relata y de quien nos cautiva y nos conduce por laberintos impredecibles. Otra es la real: la lectura como historia, como documento, como testimonio, y como autopsia de la red de intereses contrapuestos, contradictorios, incompatibles, que terminan llamándose «sociedad». Es una desgracia, una penitencia o una condena que uno no pueda leer Noticia de un secuestro como una novela, simplemente. Quizás en algún lugar del mundo no contaminado por la peste de la violencia, en algún monasterio remoto, un monje que no viva en este tiempo pueda lograrlo. El resto de los mortales estamos fatalmente uncidos al yugo de la expiación.

Si alguien se preguntó alguna vez ¿para qué sirve la literatura? puede encontrar la respuesta en Noticia de un secuestro. Ni más ni menos. La literatura sirve para desvelar a la gente, para desnudarla y para ponerla frente al espejo. O a la gente o a los países, estén donde estén y sean de la entidad que fueren. Nada tan perverso como la razón de este libro: la droga, el narcotráfico, la violencia y la pugna por el poder o por la impunidad del poder.

Nada tan trágico como el papel de un presidente de una república bajo los asedios y los dramas humanos, sus dudas entre la razón de Estado y los sentimientos humanos, la inflexibilidad inevitable que, a veces puede deshumanizarlo, porque se deshumaniza o desaparece y se niega así mismo.

Nada tan trágico como el padecimiento, la incertidumbre, la tortura minuto a minuto de los secuestrados, de los rehenes escogidos al azar como peones de un ajedrez demencial. Nada tan trágico, tan patético, como la vida de los secuestradores (secuestrados también en el mismo calabozo asfixiante), condenados a matar o a morir, porque esa vida no vale nada, y no hay nada más desdichado, más deplorable como que la vida no valga nada. En la memoria quedan los tatuajes de la primera lectura y de la siguiente, inevitable relectura, y en la muerte espantosa de Marina Montoya y en su desenlace en la fosa común y el hijo que identifica su cadáver porque sus manos son idénticas, en esa muerte todos los tatuajes se suman: Ya en el anfiteatro, después de que la lavaron con una manguera de presión, el hijo le revisó la dentadura, y tuvo un instante de vacilación. Le parecía recordar que a Marina le faltaba el premolar izquierdo, y el cadáver tenía la dentadura completa. Pero cuando le examinó las manos y las puso sobre las suyas no le quedó rastro de dudas: eras iguales. Nunca el truculento Alfred Hitchcock logró el suspenso de estas páginas, porque en Noticia de un secuestro no hay artificio posible, ni ardid, ni treta.

Paralelo al drama siniestro de Marina Montoya, de Maruja Pachón o de Beatriz Guerrero, Francisco Pacho Santos, o Diana Turbay y su equipo de periodistas, Juan Vitta, Richard Becerra, Orlando Acevedo y el alemán Hero Buss y de sus familiares (Alberto Villamizar, Pedro Guerrero, Hernando Santos, el ex-Presidente Julio César Turbay y su antigua esposa, Nydia Quintero) y de sus protagonistas en el duelo central, el presidente Gaviria y el indescifrable y todopoderoso Pablo Escobar y los Extraditables, está el drama de Colombia que García Márquez describe con cifras aterradoras:

En los primeros dos meses del año de 1991 se habían cometido mil doscientos asesinatos -veinte diarios- y una masacre cada cuatro días. Un acuerdo de casi todos los grupos armados había decidido la escalada más feroz de terrorismo guerrillero en toda la historia del país, y Medellín fue el centro de la acción urbana. Cuatrocientos cincuenta y siete policías habían sido asesinados en pocos meses.

Noticia de un secuestro puede leerse como una novela si usted tiene la fortuna de ser un monje ignorante del mundo en que vivimos, pero si no, y si usted pertenece al género humano que vive este fin de siglo, busque un atril para que no le tiemblen las manos mientras lee este libro de historia, escrito como muy pocas veces se escribe la historia, este drama bestial, (exclama el escritor) que por desgracia es sólo un episodio del holocausto bíblico en que Colombia se consume desde hace más de veinte años.

Reproducido con autorización del autor y de El UNIVERSAL, de su edición del 9 de Junio .

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