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Gloria Stolk, otro escalón hacia arriba

Gloria Pinedo De Marchena, católica practicante, descendiente de sefarditas, es decir, entre nosotros, de gente culta y sabia, nació en Caracas el 16 de agosto de 1918. Apenas tenía nueve años cuando los sucesos que dieron origen a la Generación del 28, y 17 cuando, con la muerte de Gómez, se produjo la apertura democrática intermitente con el gobierno del general Eleazar López Contreras. Luego de estudiar en un colegio de monjas en Caracas, vivió un lapso en París, para culminar en el Smith College, una universidad privada, femenina, fundada en 1875 por Sophia Smith, una rica heredera norteamericana. Es sumamente selectiva y funciona en Northampton, en el estado de Massachusetts. Allí completó estudios superiores de literatura antes de regresar a Caracas, en donde se convirtió en columnista fija de El Nacional con el seudónimo “Marisancha Roldán”. También fue colaboradora del Papel Literario de El Nacional, de La Esfera, Élite, la Revista Shell, la Revista Nacional de Cultura, etcétera. En 1955, a raíz de la publicación de Bela Vargas, recibió el Premio Arístides Rojas. Durante el gobierno de Rafael Caldera fue Presidenta del Instituto Nacional de Cultura y Bellas Artes (INCIBA), y en 1964 se convirtió en Académica de la Lengua. Su novela Bela Vargas fue traducida al francés, y otra novela suya, Amargo el fondo, al inglés. Como nom de plume utilizó su nombre propio y el apellido de su primer marido. Viuda y casada en segundas nupcias siguió firmando sus trabajos literarios como Gloria Stolk. Sus primeros trabajos (Rescate y otros poemas, Catorce lecciones de belleza, Bela Vargas, Treinta y siete apuntes de crítica literaria y Amargo el fondo) aparecieron en tiempos difíciles, cuando la censura impuesta por la dictadura limitaba gravemente la libertad de creación. Publicó cuatro novelas: Bela Vargas (1955), Amargo el fondo (1957), Diamela (1960) y Cuando la luz se quiebra (1961), tres libros de cuentos, entre ellos Cuentos del Caribe (1975), que contiene una novela corta Muá, Patricia. Fue igualmente autora de otro libro de cuentos, poemarios y otros volúmenes de gran interés. Murió el 24 de febrero de 1979, sin haber cumplido 61 años. A pesar de la calidad de su novelística, es poco lo que la ha apreciado después de su desaparición. Domingo Miliani apenas le dedica una veintena de palabras perdidas en un párrafo perdido: “Gloria Stolk es autora entre otros libros de Bela Vega (1953), Amargo el fondo (1957), Cuando la luz se quiebra (1961).” Ni siquiera califica su narrativa ni demuestra haberse interesado en absoluto por su trabajo. Es posible que la explicación de esa parquedad la haya dado con mucho tino Roberto J. Lovera De Sola, uno de los más notables críticos (cronistas) literarios de nuestro tiempo, que conoce a fondo el fenómeno de la muerte de la crítica en nuestro país (o el Síndrome de Cenicienta) porque lo ha vivido en carne propia (surgió durante el breve período, en la década de 1970, cuando pareció que el fenómeno se iba a superar, pero luego, cuando el Síndrome volvió con más fuerza, se ha visto marginado y ha sobrevivido gracias a una enorme voluntad); en un texto reciente dedicado a la presencia del Mar Caribe en Lucila Palacios y Gloria Stolk, dijo lo siguiente: Gloria Stolk, seudónimo de Gloria Pinedo de Marchena, publicó en 1975 sus Cuentos del Caribe, escritos durante su desempeño como embajadora en Santo Domingo. El libro está compuesto por doce cuentos y una novela corta, Muá, Patricia, textos a través de los cuales la autora da su versión del Caribe gracias a que su cercanía y atenta mirada al archipiélago le permitió descubrir, para decirlo con palabras de Germán Arciniegas, “las raíces y brotes de la poesía popular” y escuchar las historias de sus gentes para ofrecer después “el mejor informe imaginable de una embajadora”; ya que el Caribe es “el mayor criadero, en América, de embustes, milagros, héroes, bandidos, poetas, contrabandistas y conquistadores” (en Stolk, 1993, p. 7). El mar interactúa con los personajes en la mayoría de los relatos que conforman este libro, llegando a convertirse, en algunos de ellos, en la voz que se esconde detrás del narrador al que le transmite la historia. En el primer cuento del libro, “Así me lo dijo el mar”, la enunciación a tres voces nos hace llegar la historia a través de un yo narrador que escucha contar sus relatos al viejo Zacarías, jardinero y antiguo marino, convertido en mensajero del mar, pues su voz es eco de sus mensajes, voz que se confunde con las olas. De este modo conocemos la historia de la niña Alfida, quien no podía dejar de cantar, lo que le ocasionaba el rechazo de parientes y vecinos. Sólo el mar soporta, convertido en hombre azul, su constante canturrear a sus orillas, ambiguo amor que no es otra cosa que una historia de sirenas, y que se resuelve en la desaparición de Alfida en brazos del mar, luego de la secreta boda oficiada bajo la luna, incursión de Stolk en lo real maravilloso. En otros relatos el mar enmarca el desarrollo de la historia, funcionando como presencia propiciadora del conflicto; tal es el caso de “El gallo loco”, una historia de calor, erotismo y rivalidad femenina, donde las tensiones y el eros reprimido encontrarán la fuerza que los desata a la vera del mar y de su olor salino. Etcétera. Pero lo que más me interesa en este instante del texto de Lovera De Sola es lo que afirma en el final de sus Conclusiones, referido tanto a Lucila Palacios como a Gloria Stolk: (…) es posible que su escritura no haya sido cabalmente comprendida por su atrevimiento a escribir, como Teresa de la Parra, fuera del patriarcado literario (Pantin y Torres, 2003, p. 59). Me interesa porque creo que es cierto, aunque hay otros elementos, sobre todo el Síndrome de Cenicienta, que ha llevado a los sacerdotes de la crítica literaria en Venezuela a negar lo local y preferir lo extranjero, amén de que ha hecho que los medios de comunicación de masas se cierren a la crítica (crónica) literaria. Y en el caso de Gloria Stolk (y de Lucila Palacios) hay que agregar que les tocó desplegarse en un tiempo en el que la censura dictatorial hacía las cosas aún más complicadas. Tal como Lucila Palacios, Gloria Stolk merece una revaluación, que ponga su nombre a la altura en que debe estar en la narrativa venezolana.

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