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Guillermo Meneses, héroe póstumo

Hoy en día nadie duda de que Guillermo Meneses, Guillermo Meneses Amitesarove, caraqueño y relacionado familiarmente con los parientes cercanos de Simón Bolívar, fue un gran narrador, uno de los mejores cultores del cuento en Venezuela y también un gran novelista. Pero en las décadas de 1960 y 1970, quizá por mezquindad, oí a más de un escritor importante calificarlo como novelista de segunda, aun reconociéndole su condición de muy buen cuentista. También fue autor teatral y ensayista. Él mismo se quejó en una conversación, frente a la entrada de la Tipografía Vargas, en donde hacían su revista CAL, de la falta de reconocimiento de Venezuela hacia sus escritores, en comparación con lo que ocurría en Europa, o en Argentina o en México o en Colombia o en Perú. Después de muerto sí se convirtió en una referencia importantísima, en un nombre fundamental de la novelística y la cuentística venezolanas. Fue un fenómeno parecido al de José Antonio Ramos Sucre, que en vida era considerado un simple profesor de inglés que se decía poeta pero no lo era, y después de muerto se convirtió en uno de los dos o tres poetas más grandes de nuestro país. Y en ambos casos, en la revaloración de ambos, tuvo mucho que ver la Escuela de Letras de la Universidad Central de Venezuela, así como las otras escuelas de letras de las otras universidades, en donde se refugió la Crítica literaria después de que, a partir del final de la década de 1930, fue víctima de la corrupción petrolera. La crítica académica, valientemente enclaustrada en las casas de estudios, se encargó de dar a ambos el reconocimiento que merecían. Lamentablemente ellos no pudieron enterarse a tiempo. Sobre Guillermo Meneses, Domingo Miliani escribiría: Guillermo Meneses (1911) estaba destinado, con el tiempo, a ser el más contemporáneo e influyente narrador del 28. Influyente sobre las promociones más actuales, etc. Esa opinión fue premonitoria y se produjo poco antes de la muerte de Meneses, que fue varios años después de que un accidente cerebrovascular lo apartara del mundo activo. Había nacido en Caracas el 15 de diciembre de 1911, y en 1928, a raíz de los sucesos protagonizados por los estudiantes en contra de la dictadura de Juan Vicente Gómez, se convirtió en el más joven de todos los integrantes de la Generación del 28, pues fue hecho preso cuando apenas tenía dieciséis años. A diferencia de los más destacados integrantes de la Generación, no fue alumno de Rómulo Gallegos ni estudió en el Liceo Caracas. La primaria y el bachillerato los hizo en el Colegio Chávez, el Instituto San Pablo y el Colegio San Ignacio. Luego de perder dos años por estar preso, se graduó de abogado y Doctor en Ciencias Políticas en 1936. En 1930, cuando apneas había recuperado la libertad, empezó a escribir en la revista Élite, de la que llegó a ser jefe de redacción. Fue también jefe de redacción de la revista Sábado, de Bogotá y redactor del diario Ahora, de Caracas. En la década de 1970 dirigió la revista CAL (Cine, Arte y Literatura), en Caracas. Fue asiduo colaborador de varias publicaciones, como el Papel Literario de El Nacional y la Revista Nacional de Cultura. Literariamente se le considera integrante de la Generación de Élite, la revista que dirigió Carlos Eduardo Frías. En 1938, con Campeones, recibió el Premio de Novela Élite, y en 1943 su pieza teatral El marido de Nieves Mármol recibió el Premio Teatral de Caracas, en tanto que en 1953 obtuvo, con El falso cuaderno de Narciso Espejo el Premio Arístides Rojas. También recibió el Premio Municipal de Literatura, así como el Premio Nacional de Literatura en 1967. En política fue más bien de derechas, recién graduado (1936-1937) fue Procurador General del Estado Miranda, Juez de Primera Instancia en lo Penal en Barcelona, Estado Anzoátegui entre 1937 y 1938 y Relator de la Corte Suprema del Estado Guárico de 1938 a 1941. En 1948, luego del golpe militar que tumbó a Rómulo Gallegos y ya durante la dictadura militar cuyo hombre fuerte fue Marcos Pérez Jiménez, fue Primer Secretario de la Embajada de Venezuela en París hasta 1953, cuando fue trasladado con el mismo cargo a la Embajada de Venezuela en Bruselas. En 1958, luego de la caída de Pérez Jiménez, regresó a Caracas. Su situación en ese momento la describió con maestría en el relato Cable cifrado, publicado por la Asociación de Escritores de Venezuela en 1961. A raíz de la enfermedad y muerte de Enrique Bernardo Núñez fue designado inicialmente Director de la Crónica de Caracas y posteriormente Cronista de Caracas en propiedad, cuando el Concejo Municipal del Distrito Federal estaba en manos de los uslaristas, que habían formado el Frente Nacional democrático, en el que Meneses participó. Se había casado con Sofía Imber, hija de emigrados rusos y hermana menor de Lya Imber de Coronil, la primera mujer en graduarse de médico en Venezuela y una de las personalidades más nobles del país. Su divorcio, cuando Sofía, destacada periodista y activista cultural, decidió separarse de él, le resultó traumático, y no mucho tiempo después sufrió un serio ACV (Accidente Cerebro Vascular) que le paralizó medio cuerpo y que el 29 de diciembre de 1978, poco después de que cumpliera sesenta y siete años, le causó la muerte en la isla de Margarita, a donde se había mudado. Uno de sus cuentos más conocidos, La balandra Isabel llegó esta tarde fue llevado al cine en 1950, dirigida por el director argentino Carlos Hugo Christensen (1914-1999). En 1934 publicó su primera novela, Canción de negros (La Nación, Caracas), que no se diferenciaba mucho de lo que entonces se estaba haciendo en Venezuela. Su cuento, La balandra Isabel llegó esta tarde (Élite, Caracas, 1934), sí lo distinguió entre los cuentistas de su momento. Luego apareció la novela Campeones (Élite, Caracas, 1934), que tampoco era algo muy diferente a lo que se producía en el país, tal como El mestizo José Vargas (Novela), editada por Élite, en Caracas, en 1942. Un par de años después se publicó como libro su obra teatral El marido de Nieves Mármol (Élite, Caracas, 1944). Y en 1952 sí dio un salto cualitativo importante con El falso cuaderno de Narciso Espejo (novela), publicada por Nueva Cádiz, Caracas-Barcelona (España), una obra de singular importancia que se inscribe en la literatura fantástica y refleja por primera vez la presencia de importantes y muy positivas influencias de la literatura universal, especialmente la europea, en Venezuela. Ese mismo año. Fequet et Bardier, en París, edita su excelente cuento La mano junto al muro. Tres años después, se publica su Antología del Cuento Venezolano (Ministerio de Educación, Caracas, 1955) y seis años más tarde da a conocer en Caracas Cable cifrado, que prefiere clasificar como ejercicio narrativo y es editado por la Asociación de Escritores de Venezuela. Un año más tarde da a conocer otra de sus obras de alto vuelo, La misa de Arlequín (Novela), que sale con el sello del Ateneo de Caracas (1962). Como ensayista, en 1966 publica Caracas en la novela venezolana (Fundación Eugenio Mendoza, Caracas. 1966). A partir de entonces se reeditan varias de sus obras y parece haberse alejado del mundo de la creación. Su tragedia personal había invadido del todo su vida, hasta que llegó a su fin. Y pronto empezó a verse su valoración, o, si se quiere, su revaloración, especialmente entre los jóvenes y los estudiosos de la literatura, como Miguel Gomes, que publicó lo siguiente: “TRES 0 CUATRO grandes nombres ha producido la prosa de ficción en Venezuela durante el siglo XX. De ellos quizá sólo dos han podido ejercer una influencia considerable en el cuento y la novela que se desarrollan a partir de los años sesenta en el país. Me refiero, por supuesto, a Julio Garmendia y a Guillermo Meneses. Podría afirmar sin temor a exagerar que para los escritores jóvenes constituye casi un deber religioso y una obligación moral familiarizarse con las obras de ambos, como si de ello dependiese su filiación a una verdadera narrativa nacional o al menos a lo más representativo y valioso que ésta ha producido en los últimos tiempos.” Es una opinión muy valiosa y decidora, aunque un poco exagerada (al limitar a tres o cuatro los modelos). Y no sé si su autor se dio cuenta de que los dos que menciona fueron, ambos, cultores de la literatura fantástica.

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