Entretenimiento

La poeta colombiana María Mercedes Carranza

En la casa donde todos estaban enterrados vivos

¿Cuántas revistas de literatura en el mundo pueden jactarse de alcanzar
una, dos décadas de existencia? Rara excepción la constituye
la prestigiosa publicación colombiana Golpe de dados
que en su XXV aniversario dedica la entrega 150 a la poeta
María Mercedes Carranza, autora de los libros Tengo miedo (1983),
Hola soledad (1987), El canto de las moscas (1997),
y directora de la Casa de Poesía Silva y de la revista homónima:
toda una vida consagrada a pensar y escribir poesía.

De ese hacer se ocupa, apasionadamente, un lector de autorizada palabra
que nos deja vislumbrar el trabajo estético y ese otro, de tono hondo
que trama esta obra
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«…todo te lleva indiferente y fatal hacia la muerte»

La revista de poesía Golpe de dados, con sede en Bogotá, dirigida por Mario Rivero, al alcanzar sus 25 años de existencia, dedicó su entrega CL «a la que considera más lograda y honda poeta de hoy en Colombia: María Mercedes Carranza».

Golpe de dados constituye una institución en el vecino país. Su comité de dirección comprende poetas de diversas orientaciones, algunos fallecidos, otros activos, entre quienes mencionaré al padre de María Mercedes, animador del grupo Piedra y Cielo y a algunos de cuyos integrantes c;b:onocí en mis primeros viajes a Colombia, tales a aquél, a Arturo Camacho Ramírez, a Carlos Martín. Los viernistas venezolanos fueron coterráneos de los piedracielistas. Pero mi fijación afectiva fue Jorge Gaitán Durán, fallecido apenas pasados los 30 años. Nos topamos en París. Le invité a quedarse unos días conmigo y mi esposa a la orilla del mar. No quiso. Voló y sobre Martinica, se diluyó en el solsticio de verano.

Conozco y leí a Charry Lara, Alvaro Mutis, J. G. Cobo Borda, Fernando Arbeláez quien anunció su propia muerte en un poema admirable aparecido póstumamente en La Gaceta. Para mí, la actitud valorativa y existencial de los poetas colombianos, me resultaba significativa y de gran vitalidad literaria. Gonzalo Arango, Jotamario, y otros nadaístas encontraron acogida amiga en mi revista Zona Franca la cual duró unos 20 años. María Mercedes Carranza me sorprendió desde su primer libro: Vainas y otros poemas (1972) por su desenfado, su irrespeto, su picardía, su causticidad, pero también sus agudezas críticas y su humor. Sin ser nadaísta y sin participar en aquel nihilismo, mezcla de vanguardismo y de influencia beat norteamericana, María Mercedes Carranza en su primer volumen de versos, establecía contrastes de expresión adjetival y pensamiento, de chiste y seriedad, de realismo a veces burlón, a veces sutil, a veces doméstico. Va y viene de los quehaceres caseros a la declaración amorosa. Da la impresión de estar jugando, de estar burlando la feminidad, como en «Historia Universal de la Camelia», un símbolo floral, mujeril, cuyo mimetismo cuenta en versos de gracia y de ironía. Esa ironía constituye uno de sus modos de vivir, de pensar los sucesos existenciales. Su ironía juvenil de los 27 años presagiaba: Tengo Miedo (1983) y Hola, Soledad (1987). Respondía sin énfasis al estar enamorada y desde el inicio coexisten sin decirse, sin pelearse, su ingenio reilón a medias y una extensión misteriosa de tristeza latente. En el poema «Aquí entre nos», burla burlando, remata un almuerzo «llegando al corazón/ de una alcachofa, hoja a hoja» con estos versos sorprendentes: «Y de resto,/ llenaré las páginas que me faltan/ con esa memoria que me espera entre cirios,/ muchas flores y descanse en paz».

II
Por lo tanto enamorarse; no insistir demasiado; memorizar en función intemporal, venciendo el futuro; entender el espacio del propio movimiento; aceptar las obras del tiempo indetenible cuya duración mezcla lo eterno con lo momentáneo. María Mercedes Carranza estudió y se licenció en Filosofía. Conoce las variadísimas apreciaciones conceptuales de las nociones de Tiempo y Espacio, que se contradicen, se asocian, se fundamentan en el «pasar» o en el «estar», y desde el desarrollo del hebraísmo y de la Grecia secular, buscan las relaciones difíciles de fijar entre la condición existencial, la trascendencia, el alma, el espíritu, y la muerte enigmática, siempre escondida, desde los inicios mismos poéticos, de María Mercedes Carranza. El homenaje y reconocimiento que hoy le brinda Mario Rivero con los poetas de Golpe de dados, calificando su acción poética de «la más lograda y honda hoy es Colombia», son muy merecidos.

Su poema a Bolívar, titulado «De Boyacá en los Campos» constituye la invitación a encarnar el héroe demasiado oficializado como tema de engolada oratoria o de superstición popular. Hay que creer en el ser de Bolívar, devorado por la enfermedad y el fracaso de haber vivido un sueño de trascendencia indoamericana. Ver a Bolívar en sus pedestales estatuarios y vivir su derrota como político plantea la realidad de la acción de poder anhelado como una redención y nos remite, por algún aire, a lo crístico. Tras las «vainas» de sus poemas, se abre en los contenidos poéticos de María Mercedes Carranza, no sólo el conocimiento cultural erudito, sino lo que precisamente confunde en ella, la intuición de la desgracia terrena, engañada por su ingenio y su juego del amor.

III
Ya sabedor de su trayectoria pública notable y su gestión, desde 1986, en la Dirección de la Casa de Poesía Silva, recibí Hola, soledad (Editorial Oveja Negra, 1987). Leí con atención y sentimiento este libro cuyo sólo título lo dice todo. La época de las «vainas» había pasado y ahora:

La vida es esto que muere
Una mano alzándose que ya es polvo y raíces,
La palabra que se venga del desamor y la derrota,
el olor de un jabón frotado a los 10 años,
esta tierra herida que contiene huesos y náufragos.

En otro verso apunta, pensando en Colombia: «En esta casa los vivos duermen con los muertos». Entre la juventud ida y la presencia de la muerte, en un país donde el destino es matanza al azar de guerrillas y de marginales politizados, todo resulta señal y presencia de la ruina de la vida. «Carne y ceniza se confunden en las caras,/ en las bocas las palabras se revuelven con miedo./ En esta casa todos estamos enterrados vivos». De modo que alcanzada una edad de lucidez, la autora de Tengo miedo (1983), nacida en 1945, descubre la soledad en todas sus fases de lucha alucinada o ausente. Hola, soledad constituye una meditación entrañable entre lo que «pasa» y lo que es «presencia» de la duración, en el estar, tal la necesidad de Dios, ajena al tiempo pasajero.

Los poemas de Hola, soledad, como los que forman parte de este ciclo vital, no cultivan aspectos formales. El lenguaje no es lo fundamental, sino el pensamiento sensible, y dentro de esa simplicidad verdadera, «La canción del domingo» detiene en el alma, lo pasajero, ese enemigo que es tiempo, para alumbrarlo por un instante con la magia sencilla del poema auténtico:

Es inútil llevar prisa y adivinar,
porque no hay tiempo para ver
o demorarse la vida entera
en conocer tu rostro en el espejo.

Los lirios, el cemento, esos ojos zarcos,
las nubes que pasan, el olor de un cuerpo,
la silla que recibe la luz oblicua de la tarde,
todo el aire que bebes, toda risa o domingo
todo te lleva indiferente y fatal hacia la muerte.

La soledad que alcanzó a María Mercedes Carranza en una edad de plenitud se corresponde más con lo anímico cuando se recoge en sí mismo para entender lo vivido, que con lo narrativo, la exasperación, la derrota. Ni pasado ni futuro, ni tiempo ni espacio: «el deseo incansable de estar siempre en otra parte». Signo de la dificultad de asir por sí misma a la vida. Hola, soledad, además de tomar conciencia de la guerra espontánea o motivada por causas tenebrosas, imperante en Colombia; del pasar del tiempo y de su eternidad; de los enamoramientos mágicos, «déjame pedirte que el engaño,/ el dulce engaño de ser tú y yo dure/ el vasto tiempo de este instante». No se equivoca Heidegger al afirmar que el ser humano se revela ante la muerte.

El extravío de la cultura racionalista de Occidente, además de la pasión insaciable de dividir para conocer, hasta quedar sin nada que dividir, sin ser, la despoja de cualquier anhelo de unidad, de cualquier trascendencia ontológica, entre ésta la del cristianismo una y otra vez y millones de veces aludido como algo que está afuera del humano y no d entro. El mundo actual, desde el requiero del alma y del espíritu, está desposeído, apegado a la noción menos elevada del tiempo y del espacio, al sueño de poder. El homo sapiens se volvió homo faber.

Los diez últimos poemas de Hola, soledad, ahondan la experiencia de la amante frente al amado; pasión sensual y ausencia carnal del que habla por teléfono, memoria de la infancia, estallido de rabia, oda al amor, poema al desamor, olvido (uno de los mejores poemas de esta obra), la oración vuelta aceptación del triunfo de la tierra, percepción de que uno es su propio enemigo y finalmente, los objetos como boyas o restos de naufragio y el modesto final.

Escribo en la oscuridad,
entre cosas sin forma como el humo que no vuelve,
como el deseo que comienza apenas,
como el objeto que cae, visiones del vacío.

La escritura de María Mercedes Carranza rechaza los recursos y efectos textualistas tan de moda, sobre todo la tónica literaria per se, el discurso, para ceñirse a un decir corriente que el pensamiento y la comprobación existencial apoyan con su autenticidad confesional. Mucha muerte exponen estos poemas penetrantes por su misma sencillez escritural. Colombia es un campo de batalla. Por todos lados fuerzas armadas pelean con un furor demoledor. María Mercedes —fue miembro de la Asamblea Constituyente de 1991—, desde la plenitud de su don creativo, asumió esa pasión de muerte colombiana (yo diría pasión de matar), y después de borrar mucha existencia: («Si quiere amor que siga su antojo», p. 11) dio el vuelco más inesperado, en 1997, publicando en las prensas de Arango Editores, los poemas, esta vez completos, del libro premiado con el título de El canto de las moscas por Golpe de dados.

IV
Con ironía, María Mercedes, subtitula estos versos calificándolos de: «Versión de los acontecimientos». Mediante un proceso contrario a su picaresca de los 27 años, en el que contrapesaba los hechos vitales y sociales con su fina ironía, ahora asume la plena creación lírica, dando una versión esencial de los sucesos que, día a día, ensangrientan pueblos, campos y ciudades colombianas. Esa esencialidad rehuye lo narrativo, lo imprecatorio, para ofrecer el crimen cotidiano como una modulación —término de Mario Rivera— de anonadante realidad. Rivera se siente tentado a calificar de haikai estos poemas que parecen pertenecer a otra condición que la histórica y la parte de guerra. Ella alcanza, entonces, la dimensión lírica de un pasar, de un estar, de una temporalidad fugitiva, precisamente ante el horror, la violencia, el asesinato, la revuelta vengativa, la acometida inesperada. María Mercedes no podía actuar sino abstrayendo la poesía —y superándola— de esos acontecimientos que la hieren. En su trabajo abordó las matanzas sin describirlas, desde una perspectiva de cruenta belleza en la que los elementos florecen la muerte, rinden tributo y duelo, «reverso de la realidad», como dije en una carta, para memorizar y vivirla con las alas abiertas.

El canto de las moscas descansa sobre síntesis de unas cuantas líneas alusivas a las acciones de guerra. Así, 24 minipoemas titulados con el nombre de la localidad, transmiten en la brevedad del poema, ese bordoneo de las moscas, informando los hechos de sangre acontecidos. «En bluyines/ y con cara pintada/ llegó la muerte/ a Cumbral./ Guerra Florida/ a filo de machete». «En Pore la muerte/ pasa de mano en mano./ La muerte:/ carne de la tierra». «Caen los cuerpos/ en Miraflores/ caen los sueños».

Percibe lo invisible en lo visible. En torno a la muerte aparece la naturaleza dando el toque de la otra dimensión: metáfora, imagen, vivencia, adivinanza, suspiro, terror, elocuencia de relámpago. «Esto es la boca que hubo,/ esto los besos./ Ahora sólo tierra: tierra/ entre la boca quieta».

Cada poema es una evidencia de la muerte, de la tierra, del matar. las acciones apenas descomponen el paisaje. El paisaje responde con imagen de eco a la muerte. El río arrastra flores de sangre. Los sueños se pudren tras la víctima. Corolas son la boca de los muertos.

Ya en Hola, soledad, la muerte se presentaba como personaje principal. Ahora se sabe que ocupa a Colombia y que María Mercedes escribió un devocionario fúnebre dando salida a su propia angustia y a la angustia de su gente. Se podrán leer estos poemas cortísimos como el recordatorio de una desgracia colectiva, obra del hombre mismo. Contribución inusitada de poeta a la metafísica de un país por donde se soltó una sed de sangre sacrifical, exorcismo contra la miseria, miseria de matar.

El viento
ríe en las mandíbulas
de los muertos
En Ituango,
el cadáver de la risa

María Mercedes no cuenta; revela la esencia. Y lo hace unificando la materia asesina y el espíritu redentor, en una acción a la vez poética y social. Sus fulgurantes poemas breves constituyen un hecho de vida y de muerte. Ella recorre el tiempo y el espacio y supera cualquier efecto verbal textualmente, con la palabra de lo que es, de lo que está. Rosario poético para invocar la paz lejanísima. Hay que leer estos poemas dolorosos y sobrios con el alma para vislumbrar la otredad, sin literatura embargante. Cada poema es una herida. Estamos al borde de lo religioso espontáneo, contando los 24 pasos de una evocación de sufrimiento carnal, de derrame de sangre, mientras brotan los versos de una toma de conciencia doble, la del drama de Colombia y la de la función redentora del poema puro.

Como las nubes,
la muerte
hoy en Sotavento.
Difunta blancura.

Juan Liscano.Poeta y ensayista

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