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Manuel de la Fuente y la sintaxis de la multitud

(%=Image(1308683,»L»)%) El hombre observa el mundo, su entorno inmediato desde el ángulo del
asombro. Cuando un individuo mira a distancia (objetos, un conjunto de
árboles, una pequeña colina) éste no logra hacerse soluble con la realidad
exterior, pero su mirada crea entre ella y su conciencia, como espectador,
un espacio. La escultura es una respuesta estética del hombre para dotar de
sentido y sensibilidad el vacío espacial. La escultura participa de una
doble función: dotar de carnadura plástica al espacio y ofrecer placer
estético y por estas funciones veniales, o en apariencia antiutilitarias,
la escultura accede al tiempo histórico/heroico de lo humano.

El escultor Manuel de Fuente, artista nacido en Cádiz y quien desde los 26
años se residenció en Mérida, en sus esculturas, elaboradas en diferentes
años, se evidencian una preocupación intensa por el devenir humano, por el
hombre desfigurado y convertido en aglomeración, en conjunto y en enjambre
en plena confrontación y sin otro horizonte claro que la supervivencia.

La respuesta/propuesta escultórica de Manuel de la Fuente, no sólo vitaliza
estéticamente el espacio, sino que postula la actualidad del hombre
contemporáneo, desdibujado en una masa informe, en una horda uniforme,
hormigueante y deshabitado de alma. Sus esculturas expresan sus intensos
conocimientos de las técnicas escultóricas, nos dicen sobre su sensibilidad
como individuo masificado y como artista individualizado en su taller; de
su pasión erótica y de su irreverencia dotada de una deliciosa y depurada
ironía.

(%=Image(8447736,»R»)%) El trabajo escultórico de Manuel de la Fuente posee, en su conjunto,
características definidas: Utilización de objetos comunes o cotidianos como
por ejemplo una criba, un rodillo de cocina, una lata de sardinas, un
chupón para destapar caños, etc. Algunas esculturas son opiniones
críticas, revestidas por un viscoso y malicioso humor («Absorción de una
cultura», «Reciclaje»). Otras ofrecen un guiño mordaz al espectador
haciéndolo cómplice de la ironía ( «La poceta», «La gallina de los huevos de
oro») Un erotismo sin rebuscamiento o acartonado. Cierta sensibilidad
religiosa que no cae en los excesos metafísicos, pero donde lo espiritual
posee una vehemencia lírica casi natural. Sin embargo, todas estas
características se complementan para enunciar el tema de la enajenación del
hombre borrado, anulado en una demografía pletórica y redundante donde la
fertilidad o la-alienación (‘La gran tortilla» o «La Coca-Cola») del
individuo; algunas veces caricaturizado y comprimido en bloques humanos,
son algo más que simples recurrentes temas ya que en sí son la sustancia
esencial de una obra estética plena de lucidez, de una escultura donde
rigor técnico, que sin ser rimbombante o pretencioso, es preciso y deja
entrever la grandeza y la miseria del hombre actual. Y esto, la fatalidad
de hacer de la obra de arte una fascinación crítica por lo humano, es lo
que distingue a un artista auténtico de uno que simplemente tiene talento o
ha corrido con la suerte de formar parte de la rosca de la cultura oficial.

La multitud en algunas esculturas de Manuel e la Fuente no expresan de la
misma manera sus angustias o necesidades. En esculturas como «La Caja»,
«Multitudes y formas», «El paquete»; el enjambre humano es reprimido y
parece estar en pugna. Es un tropel de seres que lucha por liberarse. En
piezas como «El autobús», «Cuesta arriba» y «El autobús por dentro» la
lucha se torna patética al tratar los seres de hacerse de un espacio.

Obras como «El grado» y «La fábrica» muestran a la multitud en estado
pasivo, inerme. Las muchedumbres de obras como «La poceta», «La criba» y
«Absorción de una cultura» son una especie de metáfora sobre la muerte en
masa de conglomerados sociales. La resignación, la apatía, de una multitud
de seres delante de la criba recuerda mucho esa resignación de los millares
de judíos que eran conducidos a la cámara de gas por los nazis. Lo escrito
por Víctor Guedez a este respecto es bastante exacto: «Desde un punto de
vista formal, las multitudes de Manuel de la Fuente consisten en
resoluciones tridimensionales en donde, a partir de la incorporación de
algún referente o utensilio empírico, se modela un discurso figurativo que
muestra visualmente y demuestra semánticamente fenómenos relacionados con
la masificación que experimentan los hombres en la sociedad contemporánea».

(%=Image(1606510,»L»)%) El erotismo que imprime Manuel de la Fuente a una serie de esculturas no es
pacato, mucho menos brutal. Es si se quiere un erotismo fresco, franco y
sin subrayados de segundas lecturas. El arte permite que la sexualidad
humana se convierta en un hecho social o como lo ha escrito Octavio Paz: »
… lo que distingue a un acto sexual de un acto erótico es que en el
primero la naturaleza se sirve de la especie mientras que en el segundo la
especie, la sociedad humana, se sirve de la naturaleza».

Mientras el sexo está sometido a reglamentaciones sociales lo erótico tiene
libre acceso al cuerpo social y no parece inadecuado lo dicho por Paz; «el
erotismo es el reflejo de la mirada humana en el espejo de la naturaleza».

Y no hay duda que la Obra de Arte es el soporte más importante y
significativo de ese espejo. La escultura «El glande o la sementera» le
dice al espectador que el acto sexual es simple: el instinto desata al
animal para perpetuar la especie. La escultura «El jardín del amor» ofrece
la articulación de lo erótico en su plena y multiforme enunciación nos
permite observar que la eroticidad de los cuerpos no es otra cosa que una
«lámpara de sangre» que ilumina el sendero más rico y genuino de la
existencia. Porque ante el dolor gratuito (o el infligido por las razones
de estado) uno antepone el placer de la carne. Ante la masificación absurda
uno antepone el individuo, ante lo general uno antepone lo específico y
ante el número uno antepone las emociones.

Las esculturas de Manuel de la Fuente son un lenguaje, un léxico minucioso,
una prosodia detallista que aviva el espacio o como lo ha escrito Bélgica
Rodríguez: «En la escultura de Manuel de la Fuente encontramos un interés
por el detalle y cierta intimidad en la proposición». En definitiva soy
alguno de esos personajes anónimos que forcejean en esas multitudes
vaciadas en bronce o barro resina. Me diluyo en la multitud, me pierdo en
la niebla de la muchedumbre, de ese conglomerado de personas que aviva la
calle en estos días aciagos para el país. Pienso que el arte es el camino
que va de la soledad al asombro y del asombro, quizá, a la comunidad.

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