Entretenimiento

Memorias de malos tiempos

“Somos los buenos benignos contra los malos malignos.”
Joselo

Hay muchos casos de directores de cine que comenzaron haciendo comerciales para la televisión. Uno muy destacado es Ridley Scott, quien ha sido candidato al Oscar por “Thelma y Louise”, “Black Hawk Down” y “El Gladiador”. En Venezuela tenemos el caso inverso: Román Chalbaud comenzó dirigiendo cine y con sus últimas dos producciones se ha lanzado de lleno a hacer propaganda política. Y seguramente será propuesto para el Oscar.

Aunque vi unos pocos fragmentos de “Amores de Barrio Adentro”, me impresionó no sólo lo obvio del manejo político sino, lo que es peor, su escasa calidad. No deja de sorprender porque, según dijeron Chalbaud y Rodolfo Santana, iba a ser la primera vez que podrían trabajar con plena libertad en la televisión. Considerando la obra de los dos, era como para esperar algo de buen nivel.

Lo más reciente del dúo Chalbaud-Santana es “El Caracazo” que abrió el Primer Festival de Cine de Caracas. Sus creadores contaron con amplios recursos (tres mil millones de bolívares) y es de suponer que tuvieron la misma libertad de acción que en la telenovela.

Lo primero que no entendí fue para qué filmar en colores si se iban a tomar todo ese esfuerzo en eliminar cualquier tipo de matices. Blanco y negro de alto contraste hubiera sido más apropiado. Los estereotipos del malo que esboza una sonrisa siniestra antes de cometer un acto perverso y del bueno que es un pedazo de pan parecen sacados de lo más esquemático del cine mudo. Faltaba que todos los villanos llevaran sombrero negro, se retorcieran los bigotes y se frotaran las manos. Indudablemente, ese día hubo culpables e inocentes, víctimas y victimarios, pero pretender que todo el que saqueó era bueno porque era “el pueblo” y todo el que no saqueó era asesino o estaba esperando para asesinar es francamente simplista. E interesado. Y éste es precisamente el punto más importante. En la premiere de la película el Presidente Chávez dijo que “El Caracazo era una de las más grandes películas hechas hasta hoy” y que “El cine es uno de los más maravillosos instrumentos para rescatar nuestra memoria histórica”. A mí me dejó la sensación de que el objetivo, más que rescatar, era edificar una memoria que complaciera al caudillo. No es casual que su película favorita sea “Amaneció de Golpe”, otra página de su Historia Oficial.

En mi opinión, “El Caracazo” está muy lejos de ser un documento confiable o un espectáculo entretenido. Es cine para militantes que aplauden lo que les muestren. No creo que funcione con otro tipo de espectadores. Me parece que el resultado final es tan ineficaz que hasta los malvados del gobierno perecista salen bien librados. Porque los personajes no son creíbles, están escritos y actuados como caricaturas. Salvo en contadas excepciones (Yanis Chimaras, uno de los soldados que aparece como denunciante y un bodeguero) la sobreactuación parece haber sido la única directiva. Por otro lado, no vi ningún intento de penetrar el fenómeno de fondo. Las dos escenas en donde se presenta un esbozo de complejidad (la del bodeguero que no tenía alimentos acaparados y la del saqueador que hace un negocio del asunto) no las desarrollan y son arrasadas por un tsunami de frases como “No es saqueo, es confiscación popular” y “La pobreza es como la confianza, da asco”; por el constante discurseo de los personajes y por manipulaciones descaradas como la de presentar a señoras de urbanización, en bata, preparando limonada en medio de la calle, como parte de los arreglos para que los hombres clase media armados puedan recibir cómodamente a “la chusma”.

La película termina con el discurso de un militar “bueno”, que fue poco más que un espectador en los sucesos y que promete que nunca más el ejército disparará contra el pueblo. No hay que esforzarse mucho para adivinar a quién adula este personaje.

Debe ser difícil para Chalbaud y Santana, quienes durante gran parte de su vida cuestionaron los malos modos y las acciones arbitrarias del poder, formar parte de un gobierno que no comete errores. No por cuestiones ideológicas, por el mero hábito de ver fallas y nombrarlas. Afortunadamente les queda el pasado para recobrar la memoria de la impunidad, de cuando los cuerpos de seguridad allanaban casas sin orden judicial y sometían a la gente a golpes y vejámenes, de cuando los policías mataban gente a mansalva y la Fiscalía no servía para nada; de cuando golpear una cacerola no era un delito castigado con la cárcel. Otros tiempos, no hay duda.

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