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Mi Mármol personal

(%=Image(2233260,»R»)%) Siete de la mañana, un día cualquiera de la semana. Al entrar en la casa, un aroma de café arrasándolo todo, fundando el mundo de nuevo.

Todos duermen aún, sólo los pasos precisos del Jefe se mueven por la casa que amanece. En la cocina, fascinado por el dulce canto enamorado de sus canarios, Julio César Mármol se muestra pensativo. “Buenos días, padre”, le saludo cariñosamente, ya hace un año que trabajo junto a él, tejiendo en filigrana diálogos de telenovela, “Dios te bendiga mija…te sirvo café, porque hoy es un día duro, tenemos que matar al mayor de los Zambrano”, suelta jocoso. Su canario favorito suelta a cantar aun más alto, y me interroga Mármol. “¿Sabes por qué canta tan bello?, niego, entonces me responde con uno de sus suspiros tristes tan característicos, “Canta por amor, por soledad, por intemperie, canta por el amor que no tiene, ese amor que sabe imposible…como nosotros, que en cada historia cantamos al amor que no existe, y como escritores lo único que nos queda es cantarlo bellamente”. Confieso con vergüenza que corrí a anotar el diálogo, como muchas de las cosas que él nos decía en el día a día de la escritura.

Cada mañana sin pausa, bajo la melodía de cualquiera de sus óperas favoritas, casi siempre Puccini, o si su humor amanecía contento oyendo tangos o rancheras, escribíamos las peripecias de Corazón Salvaje, la protagonista de PURA SANGRE.

Bajo el duro tabletear de las máquinas de escribir, se oía a Mármol consultando con Manuel González, su cómplice en el crimen, si para el capítulo siguiente estaría bien acelerar la trama, o si con los numeritos del rating podían solazarse con una escena de amor, para hacer que se enamoraran todas las mujeres del país, y de repente nos espetaba, muerto de risa: “Esclavos, muévanse, que están lentos…a ver, qué aria es esta y quién la canta?”, y nos daba de ipsofacto una clase magistral de ópera y de historia, hundiéndonos con su vastísima cultura.

Hoy, cuando ya lo hemos perdido y lo lloramos, quiero recordarlo así, como lo ví durante varias telenovelas, día tras día, trabajando con él y sus hijos, a quienes enseñaba pacientemente el difícil oficio de la telenovela…oyendo a Turandot y cantando las arias del Tenor, como cuando cantaba con Alfredo Sadel, y su futuro no era una telenovela si no ser un gran tenor de ópera; citando a Shakespeare, de memoria, para ilustrarme la intensidad que debería tener una escena; jurando a dios como Neptuno urgente, cuando algo le hacía enfurecer y su naturaleza de Tauro salía a cornearnos a cualquiera de nosotros, tunantes ignorantes; dulce miel y pacífica ternura al acercarse alguno de sus nietos, que hacían que sus ojos azules brillaran como joyas…humano quiero recordarlo, con los gestos cotidianos de fumar, de mandar a comprar sus colecciones al kiosco, de luchar contra la Diabetes para ganarle la partida todo el tiempo, escribiendo pudoroso los poemas que llevaba por dentro y que en veinte años no se había atrevido a esbozar, por miedo a la cursilería que tanto detestaba.

Citar su valía como escritor de grandes telenovelas, su amistad inmensa con José Ignacio Cabrujas, o su profunda vocación democrática, es redundar, eso se lo dejo a los otros, a los críticos, a los historiadores. Yo me quedo con la tierna mirada del oficiante de la escritura, con su cariño agreste y desenfadado, con esos ojos alegres e inmensamente azules, te decía al ver una escena bien escrita: “O mia cara, esta noche cantan los ángeles”.

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