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Nelson Garrido y la foto como escenario del esperpento

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(%=Image(4878141,»L»)%)A los pocos días de conocerse que Nelson Garrido había obtenido el premio Nacional de Artes Plásticas enseguida el mundillo cultural salió de su letargo de prebendas y subsidios institucionales para objetar semejante premiación. Aduciendo en primer lugar que el galardonado no era pintor y en segundo lugar diciendo que su obra era un atentado al buen gusto. Ataques y defensas ocuparon cierto algún espacio en revistas y páginas culturales. En lo particular intuyo que no se reconoció una trayectoria (para ese momento Garrido apenas tenía 32 años) ni mucho menos se premió un trabajo fotográfico de alta trascendencia. Más bien se premiaba una estética del contravalor, o sea una estética contraria a los preceptos plásticos que maneja la burocracia cultural y la cual piensa en la obra de arte como objeto decorativo carente de peligrosidad. Se premió el desenfado, la burla al acartonamiento canónico, la desfachatez guarra. Se quiso reconocer el trabajo fotográfico con claras intenciones hostigadoras, con indudables visos de crítica esperpéntica hacia eso consabidos valores religiosos populares, hacia esa violencia mediática y consumista que ahoga las posibilidades de una vida creativa.

En Nelson Garrido la fotografía se organiza como una foto realizada en estudio. Recurre, pues el fotógrafo, a juegos de luces determinadas y cierto elaborada escenografía. La persona retratada es a lo sumo un figurín recortable, especie de maniquí vestido para la ocasión. En todo este andamiaje sicoticamente elaborado campea la violencia, el mal gusto y lo camp( o cursi) en el sentido que Susan Sontag ofrece: «Lo camp es la experiencia del mundo constantemente estética. Encarna una victoria del ‘estilo’ sobre el ‘contenido’, de la ‘estética’ sobre la ‘moralidad’, de la ‘ironía’ sobre la ‘tragedia’ «.

(%=Image(7644498,»R»)%)Las fotos de Garrido poseen algo de tienda de ultramarinos, tienen bastante de quincallería altisonante. Sus fotos de santos y mártires me recuerdan aquella carátula de disco, «El sargento pimienta y el club de los corazones solitarios» de Los Beatles. Las fotos tienen algo de collage y en algunos temas Garrido, parece abusar del sexo desde lo escatológico y lo explicito con mucha vulgaridad humorística.

Nelson Garrido no maquilla sus fotos con ningún artilugio artístico. Sus fotos son directas, juegan con lo poético y metafórico, pero no tienen nada sublime y están recargadas de una fealdad bufonesca. La fotografía hecha por Garrido es un veneno mercurial para espectadores desprevenidos. Más que tomar fotos como Dios manda Garrido prepara atentados visuales. No busca cómplices, ni mirones llenos de signos de aprobación. No. Más bien busca revolverle las entrañas(carnales y espirituales) al espectador, sacarlo de sus prejuicios bien amueblados. La fotografía de Garrido explora sin prurito esa estética de la violencia o como el mismo lo escribe: «hay una cosa que me inquieta: La estética de la violencia. La estética de la violencia cada día nos salpica más; nos salpica la sangre de la violencia que hay ahorita, y por muy fuerte que a la gente le parezca mi trabajo, se queda corto. Afuera hay una realidad más fuerte y muchísimo más cruda y los intelectuales y los artistas no han asumido eso con suficiente honestidad. Si el arte no es el reflejo o válvula de escape del inconsciente colectivo de una sociedad solo se transforma en la expresión egocéntrica de unos cuantos iluminados cuyo alcance se limita a ser mercadería decorativa».

(%=Image(8506101,»L»)%)Otro aspecto del trabajo fotográfico de Garrido es ese que tiene que ver con lo religioso. Sus fotos ponen en solfa toda ese santoral católico. Los temas son variados y bizarros: un cristo gordito y con pinta de pícaro redomado, una virgen parturienta y algo procaz, un cerdo crucificado, un San Sebastián algo masoquista y un poco gay, pero feliz de ser atravesado por flechas. Estos trabajos, independientemente de la crítica(pensada) corrosiva que los alienta, poseen un toque de espiritualidad desquiciante. No es esa espiritualidad gazmoña e hipócrita de iglesia, o de tienda de santería. Es si se quiere una espiritualidad a rajatabla y sin falso sermón. Garrido lo dice sin tanta retórica: «yo ataco la inmoralidad de la moral. Mucha gente me considera antirreligioso; yo me considero profundamente religioso. Creo que tocando los códigos esenciales de la religión uno logra meter el dedo en la llaga y cuestionar»

Este trabajo de los santos bajados de sus pedestales y puestos a rodar por el lodo de lo estético no es un trabajo original de Garrido y creo que el antecedente más importante es la propuesta estética desarrollada por Carlos Zerpa y que se titulaba algo así como «cada cual con su santo propio». Infinidad de veces Garrido ha postulado que es un fusilador de marca mayor, no busca ser original más trata de sacar partido a sus vivencias tanto mundanas como estéticas. Con respecto a esta irreligiosidad sexuada y efervescente José Balza ha escrito: «No sé cuánto de ingenuidad, de vigor joven haya en muchas de las obras de Garrido. ¿Significa realmente mucho un Cristo gordo y gozón? Pero más allá de tales limitaciones filosóficas (o anacronismos), estas imágenes vienen a rescatar algo esencial en el proceso de la plástica venezolana: su riesgo, su originalidad, su condición de materia visual. Prefiero afrontar estos altares, su santo de asfalto, su Santa Lucía, antes que, como dije, los vacíos intelectuales llegados, vía curadores sin firmeza analítica, desde el exterior».

(%=Image(5174909,»R»)%)Otra característica, que es imposible dejar al margen cuando se revisita el trabajo de Garrido, es la intervención de la foto. Jamás deja la foto en paz como hecho estético en sí ya que por lo general la somete a cambios externos, las recicla, realiza montajes, las recortas y las incrusta en nuevas fotos como tratando de hacer de la foto una obra inusitada incluso para sí mismo. Además algunas fotos suyas se trasforman en postales. Una de sus aspiraciones es que sus fotografías de santos y santas se conviertan en estampitas de uso cotidiano o como él lo ha expresado: «el día que una de mis obras se reparta en estampitas en la puerta de una iglesia y tenga el valor de una imagen de José Gregorio Hernández, ese día una obra mía tendrá sentido. Hasta el momento intento sacar postales, desmitificar la obra única. Creo en el hecho publicado, en la imagen que circula, en la imagen que molesta, en la imagen militante. Militante en el sentido que tenga un mínimo de sentido».

La obra de Garrido ha sido sometida a la censura varias veces. En una oportunidad se presentó un gran revuelo en Ciudad Bolívar. La iglesia intervino. Las fuerzas vivas también acercaron leña al fuego. La exposición fue desmontada enseguida. La verdadera obra de arte trata de abrir el compás de la tolerancia, procura echar por tierra esas falsas premisas sobre el sexo, esas mentiras piadosas en torno a lo religioso. Garrido se vale del humor negro para desenmascarar la sociedad se edifica sobre la violencia finamente maquillada y servida como noticia(o enlatado) en horario estelar.

En un mundo cocido a puñaladas de imágenes a un fotógrafo le quedan pocas opciones: desviarse por lo estético o raspar la costra de la realidad para crear imágenes que susciten discusión. Garrido lo expresa así: «Creo que en un momento donde la sociedad tiene tantas imágenes, si no se hacen imágenes de choque, que trastoquen, sencillamente se pierden en el mar de imágenes que circulan alrededor del mundo.»

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Nelson Garrido es un fotógrafo que no aspira a ser un divo del arte. Realiza su trabajo sin importarle la ignorancia con ínfulas de curadores y críticos. Asume la foto como una manera de ofrecer alternativas visuales aunque produzcan rechazo y aunque se entiendan como poses de artista postmo. La foto como escupitajo, como bofetada nítida, insana y certera. La foto como espejo de esa violencia sin sentido que nos carcome y que muestra el lado menos amable, menos espiritual que todos nosotros en un momento dado podemos exhibir. La foto como esos trapos sucios al sol de nuestra pequeñez humana.

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