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Notas para una biografía

Heme aquí ante mí, a mis cincuenta  de mis cuentas de años. Son muy pocos si  una se asoma a las longevidades bíblicas, pero son  tantos,  tantos si se descorre la ventana y se mira al mundo que, parece, aún en aquellas eras de antes, muy antes del diluvio, fue mas o menos igual, o igual tal vez si nos datemos a contemplar las travesuras de Eva, que son siempre las mismas que hemos jugado cada una mujer que mujer es y sea. Después el mundo ha seguido igual,  con serpientes, evas, adanes y las frutas prohibidas, con montañas y santos y virtuosos en colinas chiquitas muy menores.  Viendo al mundo de una sola mirada todo en la esencia  se conserva, solo que  hemos cambiado los nombres de los actores y tal vez,  no estoy segura,  variadas son las circunstancias, mas del espacio y tiempo que de la esencia humana, en ese movimiento pendular de vida y  muerte, amor y odio, beldad y fealdad y tantas cosas de esas, se permanece igual, solo matices cambian.  De ese mundo que pudo ser así o así ha sido o quizá de otro modo no tan distinto, testimonios hay miles de  gentes de mi oficio y de otros, éstos que  han hecho los esfuerzos por descubrirnos; por saber  mas de donde venimos y hacia donde vamos, otros,  pero… tan pocos por saber quienes somos, los  terceros. Y no se si es lo único de lo que  nunca bien sabremos. Por eso, a mis cincuenta, en vez de hablar de todo voy a hablar de mi que vine al mismo mundo donde tantos vinimos, permanecen y de donde otros se fueron.  Si indiscreción incurro, no se alarmen, es esa cosa que en nosotros es, lo humano, que en diferentes grados tenemos tantos cuentos comunes y diversos.

     Nací en la montaña desde donde podía alcanzar con las manos los cielos y con mis ojos navegar los valles en silencio, el 22 de marzo del sesenta. Mi madre una maestra que marcó su huella en sus alumnos, hasta llegar algunos a verse sus discípulos. No se cuánto a ella debo y no pregunto, para evitarme el riesgo de no haber compensado sus esfuerzos, sus sacrificios, su magisterio, sus hombros, sobre los cuales eché a andar  y, no se, si en ellos he seguido, solo que vi al mundo desde arriba y así el mundo me resultaba más pequeño.  Mi padre, un hombre bello, bien pudo darle envidias a Narciso,  no se si fue por ello que tiempo poco tuvo para observarme sin verme según sus ojos vieron mis defectos o mirar mis aciertos en comparaciones que me hacían más pequeña.  Un día se fue, detalles no recuerdo, tan solo uno, me dejó un vacío donde por mucho tiempo tuve por habitante a mi tristeza. No, no, digo exactamente lo que es: mi tristura que largos tiempos viajara conmigo.  Esa, esa tristura, en particular, la dejé luego, no importa cuando fue, solo sí  se y preciso el exacto momento, un bohemio me devolvió  sus manos. Y a él fui y  aferrado a ellas me di de cuerpo entero. El bohemio, exactamente a él no lo recuerdo, los bohemios se van cuando el alba comienza y si una  en las noches vuelve a verlo es siempre otro bohemio. El bohemio me dijo, aferrado a mis ojos con sus dulces miradas de ojos tiernos de miel hechos, anda a él, no lo has dejado nunca, en su verdad y en la hondura profunda está contigo, él te dio el ser y el ser es lo esencial, lo único que no puedes hacer. La existencia, en cambio, es  labor y obra  tuya.  Se fue, nos despedimos en la carretera, segura de encontrarlo otra vez, al menos pensé así, no se si me persigue o yo lo busco o ambos andamos buscándonos en ese juego, como jugar de niños al escondite, que una cierra los ojos para que no la vean, pero que fácil la encuentre sin curvas el trayecto, quien  a una  ser encontrada prefiere. Allá en Boconó, tuve mis primeros anhelos y me subí a las nubes donde no existe el tiempo ni el espacio se ve,  cuando a un chamo, como se dice ahora, le di mi primer beso. Me habría gustado preservarlo a él como conservo  el éxtasis  de aquello, mucho más que aquel mi primer beso. Quise mas tarde asirlo, encontrarlo de nuevo, se había ido, y el anhelo del beso se contagió con la tristura, hoy me sonrío y en la memoria vive la alegría del momento, como  son bien las cosas de lo bello, no se van, no se esfuman, permanecen en verdades  que guardan la memoria y viven en los sueños.  Ah, en ese pueblo algo buscaba en él que allí no estaba.  Para ser franca, algo buscaba en mí que en mi no estaba.                                                                                                  
                                                                                           
Lo descubrí una tarde de abril, acariciando con mis piernas el agua y con mis pies haciéndoles cosquillas, que se expresaban en sonrisas de espumas adornadas de blanco en las cascadas diminutas que en mis pies y mis piernas se formaban. Las oigo todavía en toda espuma bella que brota de las aguas. Las aguas recogieron mis huellas y me fui tras ellas. Las aguas, no es un decir, son las únicas que del cielo a la mar van a parar y regresan enredadas en  las cabelleras de las nubes para verterse luego en la pradera  y  la vida renazca verde en ellas.
 
El sitio exacto pervive en mi memoria, un arroyo que vivía en Mosquey, y se alimentaba de los sueños con los que mi abuelo lo regaba con sus caricias buenas cada mañana terminado el ordeño.  De eso me acuerdo todos los días y debo a las aguas este viaje, el más vital de mis primeros tiempos.

Fui tras mis huellas. En esa búsqueda pasé por Trujillo, nada trascendental salvo una charla que me dio un señor sabio y dijo que esa sabiduría era propia de la sociología y que  gente como él, sociólogo, eran los descubridores de lo oculto del mundo. Creo que asumí esa verdad y la llevo conmigo, han de creerme, me llené de alegría, fue mi primer descubrimiento  de que, si bien es cierto es imposible conocer al hombre, es siempre viable conocerlo en sus hechos.
 
  Descubrí  a Maracaibo, y  otra vez, como en Boconó me interrogué de nuevo. La ciudad tenia lo que buscaba, la libertad andaba suelta por ahí en las gaitas, las danzas, los piropos  tantas veces traviesos, tantas veces grotescos y ese fuego especial que despierta contemplar el movimiento de los cuerpos de hembras que se mueven como palmeras, al decir de uno de sus empedernidos bohemios, que cada vez es uno y es distinto, y sentí también y descubrí también  los ojos que se posaban  en el atractivo de mis caderas, y realicé uno de mis mayores descubrimientos, que no se por qué hasta ese instante nunca merecieron mi atención ni  encendieron  de deseos los ojos de mis paisanos, sería por niños y les resultaba demasiado grande subir la cuesta, aterrados por  la temeridad que imponen las montañas.
                                                                              
 En Maracaibo,  empecé, pues, a saberme entre iguales y a admirar la belleza en otras que yo desde siempre  bien cargaba conmigo. Yo vine a Maracaibo con mi propia maleta donde tantos ojos depositan anhelos. Me sonrío en el recuerdo que todavía conservo porque otros ojos sin amilanarse reviven sus deseos de ayudarme a cargar mi equipaje  y los poetas buscan refugiarse en él tras el poema.  Es a diario todo el tiempo el desafío. Y evoco una  estrofa de quien no se, ni a quien le pertenece,  pero que  ayer y hoy a mi alma llega para  el deleite de mi ser  secreto.  Cada mujer es eso, siempre la forma que los ojos ven y otro ser,  de imposible saber, su ser secreto.                                                                
    

                                                                              
Ojos que tú ves no son
                         Ojos porque tú los ves
                              Son ojos porque te miran.

Y vivo, entonces, la alegría de las miradas.   No hay vanidad en cuanto queda dicho, es solo la verdad  de la cual también estuve tan alejada por tan largo tiempo, debo decir de  mejor modo, pude ver la verdad que en otras hay y no miraba en mí cuanto yo tengo de ella. Y la verdad es el acuerdo de ojos, manos y medidas,  de visiones, intuiciones, de lógica y  locura.  Naturalmente esas cosas se saben con el tiempo, quizá una empieza a saberlo bien, exactamente como bien, a eso de los cincuenta y mas si un travieso bohemio quiere  aferrase a ellas. Entiende una que lo bello y lo bueno son las caras de la misma moneda, como también lo son el bien y lo perverso, que probablemente antes no vi, no me alcanzaban la razón, ni el tiempo ni el poema y que yo a los cincuenta no estoy segura de poder echar a andar esa moneda para correr tras ella y alcanzar la libertad, la única verdad que nunca llega, es un decir, completa, pero que se alcanza respirar su aroma al salirse de la torre y  que yo he buscado desde mi lar, Boconó,  y de mi intimidad que en soledad sembré en Mosquey. Todavía  en este tiempo de hoy,  allí, en Mosquey,  me contó un bohemio que era el mismo bohemio en cada otro, que se escuchan mis risas sueltas acariciando el bosque y regalando aroma a la flor del café, que encontró  cuidando las naranjas a mi abuelo, cantando melodías a los turpiales, entretejiendo sueños a sus nietos y en especial a mí, reglándome versos, sus versos hechos  de colores perfectos en armonías de aromas desprendías al bosque  y que estaba yo sentada con mis piernas, que él me dijo que sublimes, acariciando el agua que una vez se llevaron mis sombras y  tras las cuales fui hasta llegar aquí y  aquí estoy…
    De mis cincuenta he vivido aquí mis mayores poemas, creo que se puede decir así, a lo que una  hace, inventa a todo riesgo y al ver lo hecho sin preocupaciones de planes y proyectos, como Dios dice hizo y sabio dijo a cada paso que creaba lo nuevo y Vio que era bueno.  Yo  vi que era bueno cuanto aquí he hecho. Aquí he alcanzado crear sin borrar los recuerdos de mi infancia pero sin sombras de ellos. Están en mí pero  cohabitan sin nostalgia.   En esta ciudad he vivido mi mayor intensidad por vivir y también a ratos, Dios perdona, la intensidad de quererme evadir del dolor sin fronteras que la muerte sin piedad produjo en ella.

    Momentos decisivos de mi  ser, de mí en mi existencia. Se ha acerado mi ser sin perder  la flexibilidad de la profunda belleza que vive  en la montaña con su luna de siempre trasnochada acompañando sueños que de noche se desgranan en dulces serenatas, también pervive en mí el sol  que quema con mas intensidad escondido en el frío para lucir  humilde y de ese modo hacer mas ardientes las quemadas. No he perdido el silencio recostada su magia en conticinio.

 
Todo eso vive en mí como fuente del ser como soy, quiero ser y seré. Pero Maracaibo tiene algo nuevo, único según mis ojos vieron, y ahora ven más que ayer, son sus colores intensos que habitan  heterogéneos protegiendo, resguardando tal vez,  o quizá traduciendo las  intimidades de las casas. Aquí vive el color a cielo abierto y desde el alto cielo irradia su luz como inmenso lucero. Como la luz que brota del amor de los amantes. Fue para mi ese encuentro un salto inmenso, el puente tan distante del agua, tan cerca del firmamento,  provocó tal  sacudida a mi alma, que sentí que navegaba sobre el tiempo y  pude ver el mundo sobre las aguas, que carecen de límites y se ahoga en el horizonte la mirada, donde nada se ve, solo se siente el agua,  creí por mil instantes, sin perder ni un segundo, que el mundo era de agua y que yo andaba sobre ellas buscando mis sombras que el arroyo se trajo de Mosquey corriendo o huyendo,  todavía no lo se, todavía no lo se,  aguas  abajo y abajo estaba arriba en el descubrimiento de mi ser escondido que una guarda por dentro, cuyas sombras se vinieron primero transparentes en los cristales del arroyo indiscreto.  En la Universidad, LUZ,  LUZ tiene el embrujo de su nombre y en su reto hallar la luz después de la oscurana, así me tradujo un  bohemio el Post Nubila Phoebus de su escudo,  en su  escuela de sociología, ese espacio único donde se conjuga la historia, la sicología, la política, las cosas del poder y tantas mas, probablemente esté en ella disuelta la filosofía, la teología también, cuando cumpla cien años me ocuparé de eso, será mi ultimo oficio para que sepan mas de mí mis nietos y bisnietos, allí, en esa escuela,  fui descubriendo poco a poco que el mundo es mundo en muchos mundos y que  en  cada individuo el mundo es mundo en tantos mundos cuantos son los viajes del hombre tras la palabra y la verdad que disuelta anda en los hechos, en la ficción, y en tantos lugares que ocultos juegan. Supe  que cada ser es un ser único indivisible, irrepetible, tal como únicamente  es él  y, sin embargo, en común tiene con el otro las penas, las angustias, las tristezas, y también, he de recordarlo,  comparten alegrías, amores, sueños y con ellos  se busca intensamente romper las cadenas y que alcanzar todo eso, vivirlo, necesita de cuando menos dos, dos y muchos, de los que andamos sueltos por el mundo en el empeño de romper las cadenas. Y las cadenas son todos los obstáculos, trampas, tramoyas, prejuicios, juicios previos, que nos atan para impedirnos alcanzar la libertad, y alejarnos de la felicidad que ella conlleva, al menos a la escala de lo que una es y mas, eso, lo que una como yo debe dejar de ser cada día, porque cada día se es distinto al ayer para hacer  menos trágico el mañana. Y de este existir,  así inevitable, necesario, suelen decir los exegetas de la vida y la muerte, el hombre está predestinado a su destino, de él ni el hombre ni las cosas se zafan, salvo cuando fijamos nuestro ser en la grandeza eterna del arte, en las dimensiones sin fronteras de la ciencia, en la memoria viva del la gente toda. Solo en la memoria se permanece siempre si la belleza se alcanza trascendiendo los hechos que le sirvieron de originario lecho.
        En esta cuidad con timidez andina que he descrito según es ella en  mí y quiero ser en ella, alcancé mis mayores conquistas,  que sin jerarquía describo como mis viajes esenciales, la grandeza de los viajes que llegaron a mi  de la memoria que esta ciudad guarda de las aventuras que aquí culminaron o que alzaron su vuelo y los que yo desde ella he emprendido llevándola en el alma para alcanzar  mejor otras visiones
 
que la cultura daba al compararlas y los viajes son encuentros  con una en la inmensa soledad de las distancias o las oportunidades que la distancia da  ser reconocida según  el otro presume qué y  quien es uno, y, mi otro gran viaje, el amor es el mas sublime y tormentoso de los viajes, y ni el amor a Dios escapa a las tormentas.
      
 A los hombres que amé no hice preguntas, ni siquiera me interrogué si ellos me amaron, no se por qué fantasma solo interrogo al otro, de quien segura estoy que bien me ama, no se por qué  lo hago, tal vez nunca lo sepa, o será  simple, no saber si lo amo o no lo amo. Viejo dilema que a Hamlet y nadie mas que él bien ha tratado. Pido a Dios me premie su belleza y no lo trágico. Eso pudiera ser. En todo caso los hombres que amé tres fueron, a todos di mi fe como a Dios se ama;  me  he interrogado tantas veces si es cosa del destino, porque cuando se  ama a tres, es como amar a uno que es trinidad en una sola persona. En especial preservo el diminuto instante de la mirada que se esculpió  indeleble en la hondura de mi alma y en todo mi ser quedó grabada. Fue en tiempos bien distintos cada uno a su tiempo y en espacio preciso y es  ello lo distinto de amar a Dios, que es trino en un momento y una sola persona en cada una. Y debo precisar el amor es distinto en cada uno, pero amor es,  como son las lecciones del catecismo que de niña se sembraron en mí y jamás se irán, nunca se han ido, ni en mis momentos de mayor abandono, pues no es pecado, según hizo Cristo interrogarse por el abandono. Ahora comprendo bien cuanto de amor tenía aquel reclamo, Padre, por qué me  has abandonado.  De todos los males del alma, el que mas duele, perdura, hostiga, pesa, es el abandono. Por eso los encuentros se reclaman para salir del hoyo, esa sima allá abajo, esa caverna donde lo fija a una el abandono. En ese amor lo di todo, jamás me interrogué qué había de vuelta, como distintos fueron los modos de ese amor y diversos son sus resultados en la igualdad inigualable  de  cada uno de mis hijos,  a cada uno di el nombre adecuado como si fueran faros para llegar muy lejos pero advirtiéndoles que conscientes fueran de cuanto eran ellos, que es bueno emular a los nombres, pero es necesario decidir con los hechos mucho más de cuanto representan los modelos.  De esos altos modelos quise sembrar en ellos sus acciones, las perfectas para admirarlas y los yerros para no caer en ellos. El amor a la libertad sin otro limite que los que impone lo imposible, pero con la convicción cierta que también lo imposible es alcanzable en el gran combate por la felicidad, y a lo imposible se puede infringir una derrota, todo según la voluntad que anima el bien de nuestras luchas.  De sus yerros, les digo hay que atenderlos con atención suprema para evitarlos, y para ser completas mis ideas, cada día les reitero  que  la existencia   se construye, se  hace, al descubrir las imperfecciones de  de lo bueno y lo bello  y la belleza y bueno que la fealdad esconde.
                                      

A mis cincuenta he vuelto a introducir mis piernas en las aguas y con mis pies provocar sus cosquillas y  hacerlas sonreír en las espumas que jugando las aguas y yo hacemos. Pero distintas son las aguas del riachuelo. Las aguas ahora, mis aguas,  son mi ser y mi existencia que han decido reiniciar un vuelo y cuyo destino sabe a donde va, a sabiendas que se hacen los caminos al andar, pero seguro  ha de estarse hacia donde llegar y así evitar perdernos.  A mis cincuenta he aprendido, cuánto cuesta aprender, que son tan pocas las enseñanzas ajenas que se asumen como si  nuestras  fueran y evitarse así  los daños o riesgos que a otros tanto pesan. Quizá  la mejor lección de ese ayer de siempre que conmigo se mueve es que no hay futuro  si no existe  pasado, una misma como todo ser cuya existencia es, es hijo del pasado, que no puede hacerse fuera del tiempo- espacio de la vida, la de una personal y la otra historia del que  al lado de nosotros vive y las que otros y otros ya vivieron, pero se que al pasado ha de mirarse con la prudencia que no tuvo la mujer de Lot. Quien  se aferra al pasado envenena su alma,  su cuerpo petrifica. Se es muerto. Es cosa, pues, de mirarlo sin perder ni un instante la visión del camino que ya hemos recorrido, evitando   de sus pasos las caídas, y así si  una de nuevo se cae no sean las mismas penas y levantarse pueda con  mejores salidas.  He aprendido a quitar del pasado la melancolía, a borrar lentamente su tristura y a revivir la belleza que soporta el sueño, y, en el presente busco prepararme mas bien para sentir nostalgia del futuro,  sin asombro de esta curiosa paradoja, es hermoso saber cuanto por hacer me hace falta y soñar si he de poder hacerlo  y del pasado hecho el documento para la conciencia pero sin cargarla como peso de Sísifo aunque la realidad tenga tantos tropiezos,  la  realidad que dentro va con una y la que una encuentra  en cada recodo del camino como obstáculos y la grandeza de lo humano está en poder vencerlos.   Llevo por compañeros dos luceros, para iluminar las noches del trayecto y alegría dar a mis tropiezos. Mi vuelo sabe, empero, que mi viaje el que de nuevo emprendo no puede de ellos ser su peso o recortar sus alas. Ellos han de ser dueños de su propio vuelo y mi felicidad  observarlos felices cruzando los más remotos cielos con estelas de amor en su trayecto.  Y la etapa esencial de este viaje es mantener, como siempre creo haberlo hecho aun cuando me han pesado sus incomprensibles decisiones, el amor a Dios por encima de todas las cosas y amarlo en las cosas que Dios ha  creado y las que a mí me ha permitido hacer y hacer verdad su máxima de amar al prójimo como amarme a mi misma. Y sea ese el comienzo de mi viaje, amarme a misma para hacer mayor la verdad de amar al prójimo. Tal vez sea esa la mayor dificultad de quien ama tal como yo he hecho mi ejercicio de amar, amar y amar sin preguntar, sin interés de recompensas,  solo amar como entrega total tal cual lo he hecho,  con la esperanza de  hacer feliz al ser amado.  

                                        
                                                               
    A Dios gracias doy por permitirme con alegría y con su bendición haberlo hecho. Pero voluntad es de Dios que haga en mí su enseñanza, amar al prójimo como amarse a si mismo, a mi misma, sea el caso.  A esta edad de mi tiempo  es la tarea mas difícil porque reclama de la humildad, del amor a Dios, para no embelesarse y menos envanecerse y violar la mayor de las virtudes que de Dios viene, la humildad. Y eso  le pido a dios, que me preserve humilde para mejor ser vista a sus ojos y merecer el amor de todos cuanto amo. Se que en ese viaje la soledad no puede ser mi compañía. Porque ahora lo se bien, para saber de sí hay que  saber del otro, para conocerse a sí mismo es necesario reconocer  otro, para  que no nos ahogue la soledad hemos de tener la libertad por compañera y la libertad  no existe sola,  la soledad y la libertad son los grandes opuestos. La soledad es el encierro la libertad el vuelo. La soledad la ingrimitud la libertad la compañía en los altos y bajos de ese trabajo inmenso de conocernos a nosotros mismos y es imposible hacerlo sin  el otro. En ese  empeño mío por servirte mejor, Oh, Dios espero estés conmigo y que conmigo estén quienes me aman y  de ese modo, Dios, amar como tu mandas.
                      

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