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Película: Media noche en París

Cortázar dice: “caminar solo, sobre todo de noche por Paris, se  sabe muy bien que no es lo mismo que durante el día”, que este atrevimiento tiene el peligro de que uno penetre en una ensoñación y lo invada un estado “ambulatorio en el que uno, en  un momento dado deja de pertenecer al mundo ordinario, que los surrealistas –sabios, agrego-  llamaban privilegiado”. Caminar en esta ciudad es andar como equilibrista que transita en el aire, sin red y arriesga su existencia tratando de quedarse en el presente, cuando todo alrededor se tambalea.

Caminar en París es caminar hacia ti y a la vez ser fiel al rigor de su locura. Te sientes perdido, y la ciudad cobra sentido si uno es capaz de hacerse dueño de su propia identidad, lo logras cuando atrapas signos, muchas contraseñas, que otra forma no percibes ni sientes. Me consta, estuve atontado, mirando un afiche inmenso, de un film, “Je suis une femme” .. por varias horas. Para comodidad de la ensoñación fui a sentarme a una mesa de un café, al amparo de un vino. Tanto lo miré…… que luego la suerte me llamó y el riesgo me lo regaló, lo guardé por mas de cuarenta años y luego se esfumó, pero certifico que fue en calle Racine. Toda esa ensoñación tiene que haber sido  producto de ese aire del Barrio Latino que confortado con algo de vino hicieron el milagro. Eso me solía pasar.
La ciudad con sus signos, rostros, palabras, gestos crea una atmosfera única humanizada y digna que no se puede explicar, para mi sino con imágenes, e imaginación, mas aún cuando se recoge con el estilo atinado y onírico muy propio de Woody Allen como en su última película Midnight in París (2011) “Medianoche en París”;  La Obertura de la película es una palpable demostración de quien sabe combinar precisa musicalización y bien acopladas y amables imágenes de la Ciudad de París y desde esos fotogramas comienza la ensoñación.
Uno guarda recuerdos, cada uno los tiene y son su patrimonio privilegiado, que la película recrea, para mi, entre otras secuencias, esta esa vieja maravilla, que lo ciudad  llama no se si por ironía o por amor, Pont Neuf –Puente Nuevo- que junta su fortaleza con la belleza de un urbanismo, que corona una estatua ecuestre de Enrique IV. Espacio que se ilumina con faroles y crea un ambiente que solo algún artista podrá  recoger, si te sientas o descansas y sueñas por allí seguro comenzaras un viaje hacia otras realidades.
Quizás el único elemento difusor de la conciencia que Woody Allen no explora en el film sobre París es el Metro, lugar adonde uno guarda un silencio y que lo incita  de forma rápida a la indecisión y la duda por la estrechez  y cortedad de la realidad inmediata, desliz que uno aprovecha para meterse en otros mundos, sueña, y vive, luego, tristemente, todo termina abruptamente en la necedad del presente, total todo es cíclico, otra mañana repetiremos, este secreto regateo con la entelequia, epopeya similar a una audiencia en un cine.
Tampoco retrata esos magníficos pasajes cubiertos que tanto amaba Lautremont y están o en el Barrio o en la Zona de la Bolsa (Pej. La Galerie Vivienne) comarcas llenas de misterio, en fin, -sería que no lo motivaron-.
En cualquier caso, el lenguaje del film está muy saturado y animado por el tiempo y todos sus fotogramas y encuadres lo requieren o lo invocan. Su universo, es la suma total de todos los lances de la ciudad, que  no es menos ideal que la suma de cada uno de ellos.  
La película «Midnight in Paris»  es una obra de la fabrica de Woody Allen, como tal no hacemos sino esperar que vuelva a repetir sus fantasías o mejor retratar sus fantasmas, el panóptico de las familias judías neuyorquínas, las crisis de la parejas, rollos existenciales o  sus lagunas creativas.
Dirige como es habitual  usando una cámara con pocos arrebatos, ni tomas a mano libre, solo diseña con fotos de muy cuidado encuadre y por supuesto con el apoyo de una cumplidora banda sonora, en este caso, bordeando el clima de jazz, toques de swing y una apacible y nostálgica nota con homenaje a Cole Porter, todo impecable y cuidado como para que la historia y el personaje Gil – interpretado por Owen Wilson- logre moverse en dos planos, el de la pareja, que lo ata  a una detestable y nueva rica familia judía en su viaje de bodas.
Percance social que suple con sus escapadas y travesías nocturnas a la parte mas simpática del film, un dislocado encuentro con Paris de los años veinte.

Este traslado a un nuevo espacio tiempo se produce tal como en los cuentos de hadas cuando lo socorre una mágica carroza,  Renault Tipo A Double Phaeton, adonde unos extraños amigos lo invitan a pasear y Uds. Se deleitaran al conocer donde va parar.

¿Cómo se produce el encanto?, acá regresamos a lo que una vez le escuchamos a Julio Cortazar, sobre el significado de caminar de noche por París, que es perderse de la absurda realidad y construir una propia. Por cuanto no es extraño saber que en cada calle de ese viaje, en cada plaza, en cada recodo, hay placas que recuerdan y anuncios de todo cuanto tuvo que ser lo que de importante existió en la creación intelectual y artística del mundo occidental del siglo pasado.
La obra de Allen trata de la eterna contradicción de los seres humanos con su presidio del presente, que no les cuadra con su utópico e ideal imaginario y que ellos, -oh torpeza- tratan, sin ayuda clínica resolver por la negación que los impulsa a vivir de un pasado que por obvio no se podrá repetir, pero que ellos añoran y es el camino que sigue el personaje Gil.
Viaje y sueño, que de forma amena y sin exigir mucho pasaporte intelectualizado Woody Allen nos hace divertir por las sorpresivas figuras que nos presenta, muy de carne y hueso que expone de forma sencilla, liviana, y no exenta de carga de humor, aspectos de la complicada y profunda vida de estos paradigmas de la creatividad e ingenio que aún seguimos leyendo y disfrutando; dream team de personalidades del mundo del arte, mirados simple y planamente como personas de carne, huesos y con  neurosis reales, que son puramente evocadas, en las figuras clave de la narrativa la poesía (Ernest Hemingway, F. Scott Fitzgerald y señora, Gertrude Stein, Djuna Barnes, T. S. Eliot… la pintura (Pablo Picasso, Salvador Dalí, Henri Matisse, Gauguin, Toulouse Lautrec), la música (Cole Porter), el cine (Luis Buñuel, Man Ray, Jean Cocteau) o la simple sociedad  civil encarnada en el torero Juan Belmonte.

La pieza cinematográfica es sencillo plato compuesto arbitrariamente de muchos actores y valores colocados y seleccionados arbitrariamente –en espíritu y clave surrealista- para divertirnos y hacernos reír  y agradar.
En síntesis es obra que nos vuelve a llevar a  cada uno, a recordar a París de forma diferente, ahora guiados por Woody Allen, dentro de cánones de maestría visual espiritualmente rica, mezclado en un cuento mítico de grato sabor y cinematográficamente muy bien concebido, difícil de criticar. Disfrútenla.

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