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Susan Sontag, el Gabo y el silencio

(%=Image(4353092,»R»)%) En la Feria del Libro de Bogotá la escritora y novelista norteamericana Susan Sontag, a quien Francisco Umbral tiene fichada como una cancerosa presuntuosa con un estilo literario anodino y que Tom Wolfe considera otra fundamentalista de lo que él denomina como marxismo rococó, ha criticado el silencio de Gabriel García Márquez con respecto a los asesinatos sumarios (y la arremetida de censura o prisión contra poetas, escritores y periodistas) efectuados hace poco en el paraíso político instaurado por Fidel Castro y la élite de la revolución cubana. García Márquez como respuesta ha expresado: “Yo mismo no podría calcular la cantidad de presos, de disidentes y conspiradores que he ayudado, en absoluto silencio, a salir de la cárcel o a emigrar de Cuba en no menos de veinte años. Muchos de ellos no lo saben y con los que lo saben me basta para la tranquilidad de mi conciencia. En cuanto a la pena de muerte, no tengo nada que añadir a lo que he dicho en privado y en público desde que tengo memoria: estoy en contra de ella en cualquier lugar, motivo o circunstancia. Nada más, pues tengo por norma no contestar preguntas innecesarias o provocadoras, así provengan -como en este caso- de una persona tan meritoria y respetable».

¿Pero quien es Susan Sontag? ¿De donde sale esta lagartona con veleidades justicieras? Para responder a estas interrogantes leamos a Tom Wolfe: “…otra escritorzuela que se pasaba la vida acudiendo a los actos de protesta y subiendo con torpeza al estrado, pertrechada con su estilo prosístico, una mujer que tenía su adhesivo de aparcamiento preferente en Partisan Review”.

Los libros de ensayos de Susan Sontag marcaron un hito de radicalidad llana y pura en el gremio profesoral de avanzada cultural en los Estados Unidos. Libros como “Estilos radicales”, “Bajo el signo de Saturno” y “Contra la interpretación” son un compendio de su seco estilo, de su visión enrevesada y profesoral de la vida. Nunca se dejaba nada en la trapería del corazón y con igual saña escribió bodrios críticos sobre Vietnam, el mal gusto, Sastre, Robert Bresson, Bergman y otros temas de corte izquierdoso que era lo redituable, desde el punto vista intelectual, por aquellos días. Su visión desprejuiciada, feminista y directa sobre los temas del momento le permitió llegar al podio de lo políticamente incorrecto.

A propósito del silencio Susan Sontag escribió un soporífero texto donde pueden leerse perlas del siguientes tenor: “El silencio existe como decisión: en el suicidio ejemplar del artista (Kleist, Lautréamont), que así atestigua que ha ido “demasiado lejos”; y en las ya citadas renuncias modélicas del artista a su vocación. El silencio existe como castigo: autocastigo, en la locura ejemplar de aquellos artistas (Hölderlin, Artaud) que demuestran que la misma cordura puede ser el precio que se paga por trasponer las fronteras aceptadas de la conciencia; y, desde luego, en las penas (que van desde la censura y la destrucción física de las obras de arte hasta las multas, el exilio y la prisión para el artista) aplicadas por la ‘sociedad’ para suprimir el inconformismo espiritual…”
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El silencio de Gabriel García Márquez, con respecto a Cuba, no parece calzar en estas dos propuestas profesorales (ni es suicida ni de autocastigo) y esto es quizá lo que indigna a la señora Sontag. Además el silencio tejido por los intelectuales norteamericanos en su propio país es admirable. Hay miles de hombres que mueren cada año a causa de la silla eléctrica o sustituida por una inyección letal (método más humanitario para los reos y procesados). Hay miles de hombres en las cárceles norteamericanas que aguardan en el callejón de la muerte. La pena de muerte es para pueblo norteamericano un hecho irrelevante por lo cotidiano. El estructuralismo y las películas de Godard son temas más in y de vanguardia para una intelectual de la talla de Sontag que ese manido tema de la pena de muerte, tan insustancioso, desde el punto de vista académico, como una hamburguesa.

Pero volvamos a Wolfe que cita a Marshal Macluhan: “La indignación moral es una técnica usada para conferir dignidad al necio”. La indignación moral de la señora Susan Sontag se entiende, pero sin duda no pasará de una rabieta menopausica y de un escrito de azogue punzante.

Lo cierto es que Fidel Castro vive su otoño de patriarca. Vacas pastan en sus sueños. Los guardaespaldas pululan a su alrededor y quizá su doble sale a saludar al pueblo. La novela de García Márquez se queda pálida ante la oscura realidad que vive el dictador cubano en su crepúsculo. El pronunciamiento de un escritor, a favor o en contra, no cambiara en lo absoluto las condiciones dolorosas, en todo sentido, que ha tenido que soportar el pueblo cubano. La indignación moral es insuficiente. Por supuesto que esas muertes irracionales merecen el repudio y el rechazo feroz de todo ser pensante.

La revolución cubana hace mucho tiempo despertó adhesiones y simpatías en muchos escritores y artista tanto en Latinoamérica como en otras latitudes del mundo. Con el devenir de los años a la revolución cubana se le enmoheció el corazón y como era previsible Fidel Castro se autonombró jefe vitalicio, claro todo en aras en los intocables ideales de libertad y justicia.

Intelectuales denominados de “izquierda” se rasgaron sus vestiduras, creo que la señora Sontag también, por una revolución que haría renacer la luz. Al intelectual de izquierda le sobró pasión y le faltó cinismo a la hora de sopesar los alcances postreros de una revolución que hizo del cinismo su mejor discurso. No sin razón Emil Cioran, un autor citado por Sontag cuando este filósofo rumano era un completo desconocido, escribe: “¿Debe la autoridad, para conservar su poder, reposar sobre un cierto misterio, sobre un fundamento irracional? La derecha lo afirma, la izquierda lo niega. Diferencia puramente ideológica; de hecho, todo orden que desee perdurar sólo podrá lograrlo si se rodea de cierta oscuridad, si corre un velo sobre sus móviles y sus actos, sólo lo conseguirá mediante ese algo de sagrado que lo hace impenetrable para las masas. Evidencia que los gobiernos demócratas no pueden invocar, pero que es proclamada por los reaccionarios, quienes, indiferentes a la opinión y al consentimiento del pueblo, profieren sin vergüenza perogrulladas impopulares, trivialidades inoportunas. Los demócratas se escandalizan de ellas, sabiendo sin embargo que la reacción traduce frecuentemente sus propias intenciones ocultas, que expresa algunos de sus desengaños íntimos y muchas certezas amargas que ellos no pueden aprobar públicamente. Acorralados en su programa generoso, no les está permitido hacer alarde del menor desprecio por el pueblo, ni siquiera por la naturaleza humana; no teniendo el derecho ni la suerte de invocar el Pecado original, están obligados a tratar con consideración al hombre, a halagarle, a desear liberarlo: no tienen más remedio que ser optimistas, desgarrados en medio de sus fervores y de sus sueños, movidos y paralizados a la vez por un ideal inútilmente noble, inútilmente puro. ¡Cuántas veces, en su fuero interno, han debido de envidiar el descaro doctrinal de sus enemigos! La desesperación del hombre de izquierdas consiste en combatir en nombre de principios que le prohíben el cinismo.”

La deserción, por parte de la intelectualidad liberal de izquierda, de las gradas de apoyo y solidaridad a la revolución castrista se hizo paulatina. Muy pocos siguen siendo fieles a los principios que la impulsaron y entre ellos García Márquez. Pero esto más que un gesto innoble puede considerarse como una actitud donde hay implícitas otras motivaciones que van más allá de lo político.

No quiero ser un apologista del silencio del Gabo, más bien quiero destacar esa indignación moral de la que hacen uso muchos escritores e intelectuales para encausar la profesión de escritor por los derroteros del compromiso y de un yo acuso que ya está bastante manoseado. Conformarse con firmar manifiesto en favor de las minorías étnicas, los gay, las ballenas o contra las guerras imperialistas, el terrorismo y cualquier otra causa que permita figurar y que no se vuelva un entorpecimiento a las labores rutinarias de pensar, opinar y leer.

Necios hay en todas partes y la señora Sontag se lleva todos los premios en dicha categoría. Además ya Voltaire lo escribió hace mucho: “La mayor desdicha de un hombre de letras quizá no sea ser el objeto de los celos de sus compañeros, la víctima de la cábala, el objeto de desprecio de los grandes del mundo; su desdicha consiste en ser juzgado por necios. Los necios van lejos a veces: sobre todo cuando el fanatismo se une a la ineptitud, y la ineptitud al espíritu de venganza”.

Además una sola página escrita por Gabriel García Márquez es más importante que toda la obra en su conjunto de la señora Sontag.

Recién termino este texto me entero que la bruja mala de mi escrito fue galardonada con del Premio Príncipe de Asturias de las Letras. Los premios son una gran estimulo, pero no ayudan a escribir mejor o peor. Así va el mundo. O sea los gringos inician guerras y destruyen países para luego reconstruirlos a su medida. Los españoles participan en una guerra y claro tienen que darle el premio a una lagartona pacifista para expiar sus culpas. Es que están en todas.

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