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“Vivimos un constante golpe al respeto”

Cultura y Espectáculos
MARÍA ELENA RAMOS, crítica de arte y museóloga
“Vivimos un constante golpe al respeto”
Alertada por la pérdida de autonomía de las instituciones museísticas, lanza, a su vez, una alarma entre lo que considera el progresivo avance hacia una fase totalitaria que sobreviene con la complicidad del silencio de quienes todavía pueden hacer algo para evitarla. Ante esa realidad, conmina con urgencia a usar las zonas de libertad
MILAGROS SOCORRO

«Hay gente que no quiere ver», advierte María Elena Ramos. «En muy poco tiempo, hemos transitado tres momentos histórico-políticos: la democracia imperfecta que tuvimos hasta hace siete años, el entreverado entre democracia y el proceso autoritario que se empieza a instaurar, y el pase progresivo a lo totalitario. Todavía no vivimos una experiencia completamente totalitaria, pero están visibles todos los componentes que conducen hacia una situación como tal, si esto no tiene una solución democrática en el camino. Eso hay que saberlo ver. Porque éste no es un gobierno malo más; la diferencia no es de grado sino de naturaleza. Esa diferencia hay que saberla ver, y a tiempo».

Agrega: «El Proceso sigue su proceso. Y ante eso debemos usar las zonas de libertad que aún están a nuestra mano en esta fase. Si no hablamos cuando aún se puede, cada vez los espacios participativos se reducirán; y la represión connatural a estos modos de gobierno se hará progresivamente más espesa alrededor de todos».

Saberes y deberes
El año pasado, el ministro de la Cultura, Farruco Sesto, anunció a través de la prensa la decisión de eliminar las fundaciones de Estado que se habían creado a principios de los 90, para ir a una sola institución que aglutinara a todos los museos. Al respecto, María Elena Ramos, ex directora del Museo de Bellas Artes, apunta que el ministro fue muy sincero al admitir que se trataba de una decisión unilateral y vertical: «En esa ocasión yo manifesté mi esperanza de que, cuando los directores fueran consultados por el ministro, éstos le explicaran lo complejo de esa medida y el detrimento que podía acarrear para los logros alcanzados durante muchos años por los museos. Lo que pasó fue que, al cabo de pocos meses, la decisión se institucionalizó».

-¿Usted cree que la consulta no se produjo o que, una vez hecha, los directores de los museos estuvieron de acuerdo con la centralización de las instituciones?
-Creo que se les informó la medida. No hubo consulta, porque la decisión ya había sido anunciada como un hecho. Y ése es uno de los problemas que vivimos en la nueva etapa de la cultura: en otras épocas, la autoridad máxima de la cultura consultaba ese tipo de cosas con los expertos que estaban al frente de los entes afectados. Hoy en día, sólo se informa. Y, por parte de los directores, se acepta; independientemente de que en el fuero interno esté de acuerdo o no. Esto es muy grave porque se ha suspendido una de las funciones del director de museo, que es el cuido de la institucionalidad. Es decir, vigilar que los principios esenciales de la cultura en libertad y en democracia sean materializados en cada institución. Todos los poderes conllevan saberes y deberes; y, para decir que son legítimos, deben ejercerse con los saberes y deberes específicos que conllevan.

-¿Considera que esos deberes no se ejercen?
-Vivimos un momento -no sólo en la cultura sino en todo el paísen el cual los poderes no ejercen sus saberes y deberes. En la cultura, está claro que ha habido un retroceso en las ganancias que se habían logrado por muchos años.

Me refiero a dos grandes retrocesos:
uno, el más visible, en el sentido gerencial. Habíamos logrado la descentralización administrativa de los museos. Teníamos, por un lado, una autonomía que nos permitía tomar nuestras decisiones y, por el otro, un control muy riguroso de los recursos. Se nos entregaba el dinero como a gente grande y, asimismo, respondíamos por eso con una contraloría minuciosa.

Eso propició la excelencia de las instancias administrativas y gerenciales de los museos. Y permitió que pudieran solicitar donaciones y apoyos extra-Estado. Y el segundo retroceso -para mí, capital- es la pérdida de la autonomía de especialización: de la autonomía de gestión, de qué exposiciones se hacen, qué artistas se incorporan a la colección, qué préstamos se intercambian internacionalmente.

Ése era un logro que habíamos alcanzado desde los tiempos de Miguel Arroyo, en 1959. Esa autonomía es connatural a la actividad museística, así como un médico no espera las instrucciones de un burócrata para aplicar un tratamiento.

Contra sutileza, poder
-Perdida esa autonomía, ¿quién toma las decisiones de lo que tiene que ver con el funcionamiento de los museos?
-Una estructura burocrática, la suprafundación que reúne a los museos. A partir de la creación de este ente, se dieron otras situaciones que produjeron lo que llaman los filósofos un cambio de paradigma en la museología venezolana.

Este quiebre se expresa en las exposiciones Mega I y Mega II. La primera Mega fue una muestra de transición, que tuvo la buena intención de exhibir lo mejor de los museos venezolanos. Tenía un sesgo político e ideológico pero, en general, fue una buena exposición porque contaba con obras de muy buena calidad, que habían sido elegidas por distintos directores y comisiones de selección, todos expertos, durante varias décadas.

Sin embargo, Vivian Rivas, presidenta de la Fundación Museos Nacionales, publicó un texto en Aporrea que es histórico por las cosas inmensas que niega y por las que postula como novedades.

Rivas criticó la Mega I porque, según ella, otra vez estaban allí los criterios tradicionales de los museos y que no era suficientemente masiva y abierta.

-¿Con esa orientación se organiza la Mega II?
-Y era legítimo que se hiciera con la idea de incluir a artistas contemporáneos.

Para ello se creó una serie de jurados en todo el país, para seleccionar las obras que irían a la Mega II. Hasta ahí todo muy bien. Pero en cierto momento, Vivian Rivas declaró que ella y Farruco Sesto habían decidido decretar el «Estado de la cultura», que consistía en desoír las opiniones de esos jurados que ellos mismos habían contratado, porque volvían a repetir los criterios museológicos de siempre. Optaron por permitir la entrada a los museos de todas las obras que se propusieron.

Por supuesto, había de todo, incluida mucha obra mala, mucho trabajo de aficionados y mucho muchacho que empieza.

-Con respecto a la intención de abrir los espacios museísticos a nuevas expresiones…

-El temple estético incorpora la diversidad, la incertidumbre. La obra de arte se alimenta de la inquietante ambigüedad. Por su parte, el poder autoritario actúa coercitivamente, necesita actuar normativamente. Es refractario a sutilezas y complejidades del hacer cultural. Y su natural diversidad la interpreta como caos. No se aviene bien con las imprevisibles porosidades del arte, ni con sus intangibles. Este tipo de poder se opone a las jerarquías naturales:
la del excelente creador, la del sincero poeta, la de la creación toda; necesitadas de libertad para producirse y divulgarse.

Responsabilidades históricas
-¿Cuál es la situación de los museos?
-Los museos todavía tienen en sus direcciones a gente del sector, preparada. No hemos llegado al punto de que los museos estén dirigidos por militares o comisarios políticos. Pero sí se ha llegado a un punto muy grave y doloroso, que es el silencio de esos especialistas.

Con un Gobierno que no escucha las críticas y advertencias que vienen de fuera de su entorno, la opinión de los directivos, de los que están en el entorno de adentro, se magnifica. Se supone que ellos sí son escuchados, porque son su gente. En esa medida, Francisco D´Antonio, María Luz Cárdenas o Luis Ángel Duque, que son especialistas y aman los museos, son mucho más responsables ante la historia. Para dirigir un museo no es suficiente que seas un buen profesional técnico.

La dirección de una institución implica una responsabilidad triple:
lo que se hace, lo que se deja de hacer y lo que se deja hacer. En este punto, no vale delegar hacia arriba las propias responsabilidades, ni es excusa para ello una «obediencia debida». La obediencia, además, no es por sí misma una virtud. Depende de la nobleza o vileza de las órdenes que el acto de obedecer sea virtuoso o indigno.

-¿Qué ve en ese silencio?
-Hay una violencia que se recibe y otra que se ejerce contra uno mismo. Hacer silencio cuando hay tanto que pugna por ser dicho es una auto-violencia que muchos funcionarios sufren. Se dice que es mejor dejar pasar, no hacerse «mala sangre». Autocensurados, autoviolentados, viven en plan de sobrevivencia. Pero esa precaria subsistencia, que busca seguridad a cualquier costo, ayuda a cavar la zanja de una sobrevivencia más noble: la de la democracia. La vida democrática se hace al decir lo que hay que decir, a quien haya que decirlo, incluso en la propia escala jerárquica. Y en el momento oportuno.

-¿Cuál cree que es el museo más afectado por los problemas que ha expuesto?
-Todos han sido muy afectados.

Yo diría que la Galería de Arte Nacional (GAN) es el menos afectado.

Podría ser el Museo de Bellas Artes, que ha recibido golpes desde hace mucho y, especialmente, con Manuel Espinoza. Bellas Artes es el museo que tenía la estructura curatorial más sólida, precisamente por el perfil de su colección, que es universal, enciclopédica. Ese cuerpo curatorial ha sido muy maltratado, y eso se explica porque los curadores son gente que piensa, que piensa en forma autónoma.

Esa autonomía, como la de las universidades, como todas, molesta.

La intención de todos esos golpes es amenazar todo pensamiento libre, la autonomía interior y de conciencia. La crisis de los museos no es sólo una más de las crisis institucionales que padecemos, es la crisis de esa libertad, la de expresar lo que se piensa, una crisis que daña a los artistas, a los públicos, a todo el país por lo que ella proyecta y simboliza.

-¿Qué opina de la eliminación del nombre de Sofía Ímber del Museo de Arte Contemporáneo?
-Me preocupa más que la hayan sacado de Radio Capital, por las razones que se dice, supuestamente por haber firmado el documento de los intelectuales contra el antisemitismo del Gobierno; que la eliminación del nombre del museo, que ya estaba anunciada.

Una de las características de los tiempos que vivimos en Venezuela es el golpe al respeto.

Al respeto por el otro, por la vida del otro, por el trabajo del otro, por las pertenencias del otro. En un momento así, no puede sorprendernos que al museo de Sofía, como siempre lo llamaremos, le hayan quitado el nombre de Sofía Ímber. Y en esto no importa si se tienen diferencias con Sofía, ella creó una obra extraordinaria para el país.

Lo diferente y lo bien hecho
María Elena Ramos no ha parado de trabajar desde aquel día de enero de 2001, en el cual se enteró, por una intervención televisiva del Presidente de la República, de que había quedado cesante de su puesto como presidente del Museo de Bellas Artes de Caracas, cargo que ocupaba desde 1989. A partir de ese momento se dedicó a escribir varios libros y terminar su tesis para doctorarse en Filosofía en la Universidad Simón Bolívar.

Producto de ese afán son varios títulos que están en imprenta como Tiempos críticos (Cuando se politiza la cultura), ensayos sobre crítica cultural y política; y Entrevistas con el arte, que recoge conversaciones sostenidas –por tres décadas– con artistas y personalidades como Jean Baudrillard, Christian Boltanski, Jesús Soto, Alejandro Otero, Mercedes Pardo, Pierre Alechinsky, Pedro León Zapata, Cornelis Zitman y Santiago Cárdenas, entre otros.

Egresada de la Escuela de Comunicación Social de la UCAB, Ramos es miembro fundadora de la Galería de Arte Nacional y del Museo de Arte Popular de Petare. Y fue ella quien creó el proyecto cultural urbano para el Metro de Caracas.

Al glosar el oficio, establece:
“La cultura y el sentimiento estético son por naturaleza comprehensivos de lo diferente, tienden a la vastedad y universalidad en su alcance; pero, por otro lado, tienden también a la especificidad del lenguaje, y del lenguaje bien hecho, tienden al rigor, a veces obsesivo, en la concreción de una obra. Tanto esa búsqueda de amplia universalidad como la acuciosa precisión de lo bien hecho, son vistas con ojeriza por el poder populista, que las considera despreciables muestras de transculturización u oligarquía”.

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El poder autoritario actúa coercitivamente. Es refractario a sutilezas y complejidades del hacer cultural. Y a su natural diversidad la interpreta como caos

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La dirección de una institución implica una responsabilidad triple: lo que se hace, lo que se deja de hacer y lo que se deja hacer. En ese punto, no vale delegar hacia arriba

Fuente:Diario El Nacional

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