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AMLO: Revolucíon ética y contrarrevolución en las entrañas del Estado

José Luis Ortiz Santillán

No se trata de una revolución social, sólo del fin de la corrupción reinante en la sociedad a través de una revolución ética, la cual ha colocado a la Secretaria de la Función Pública, Dra. Irma Erendira Sandoval, como su valuarte. A este proceso, el presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, lo ha llamdo la “Cuarta Transformación”, poque la primera habría iniciado con la guerra de independencia (1810-1821); la segunda con la guerra de reforma (1858-1861) conducida por Benito Juárez y la tercera con la revolución mexicana (1910-1917).

Pero quién dijo que acabar con la corrupción en México através de una revolución ética, pacifica, está exenta de peligros, de errores y externalidades, de oposición y lucha ideológica. Tres meses y medio de iniciado el cambio, han mostrado que no será fácil para el presidente Andrés Manuel López Obrador hacer historia; las contradicciones dentro de su equipo puede ser que ahora sean imperceptibles, pero en la medida que los intereses personales se interpongan a los del presidente, poco a poco se irán quedando atrás quienes nunca estuvieron dispuestos a hacer historia con él, sino sólo a hacer su propia historia y beneficiarse de ella.

No es una revolución armada ni marxista, tampoco se trata del “socialismo del Siglo XXI”, sólo es una revolución moral que apenas comienza (así la definió el presidente López Obrador) y ya está en peligro de perecer frente a la contrarevolución que se gesta dentro de sus propias filas, en las estructuras de un aparato del Estado que no ha cambiado y sigue siendo operado por los mismos de siempre; por los que no tienen otra visión de cambio que hacer lo que han hecho durante años, para conservar sus puestos y privilegios.

El presidente López Obrador creó el Movimiento de Regeneración Nacional (MORENA) en 2011, no es un partido político sino un movimiento al cual se unieron fuerzas provenientes de diferentes corrientes ideológicas, nacionalistas la mayoría de ellas, opuestas al antiguo régimen que ha prevalecido en México durante décadas, y muchos oportunistas, quienes se resisten a dejar los encantos del poder; sin embargo, en la medida en que el ejercicio de gobernar avanza, surgen nuevas contradicciones que amenazan con decantar el gobierno y al Movimiento que le dio origen.

La acumulación y agudización de las contradicciones económicas y sociales en México, posibilitaron el surgimiento de una figura histórica, la de Andrés Manuel López Obrador; pero también, hicieron posible su arribo al poder. Son esas mismas contradicciones las que en cualquier sociedad hacen posible una revolución social, las que hicieron la revolución de 1910; las que impulsan el cambio vertiginoso de una situación de la sociedad y de la economía a otra mejor, a fin de solucionar esas contradicciones y posibilitar el desarrollo de las fuerzas productivas, frenadas por relaciones sociales de producción anticuadas, las cuales impiden su desarrollo; ello implica cambiar las reglas que rigen el funcionamiento de la economía y la sociedad, para liberar el potencial de las fuerzas productivas, impulsar el crecimiento de la economía, satisfacer las necesidades de los individuos y mejorar su estado de bienestar; sobre todo, de los más de 55 millones de pobres.

Sin embargo, la revolución moral que lidera el presidente López Obrador, necesita más que su convicción personal y la de su gabinete para avanzar. Los cambios que pretende efectuar requieren de hombres y mujeres convencidos, capaces de materializar sus políticas, lo cual no es evidente, si consideramos que cientos de hombres y mujeres que han trabajado dentro del gobierno federal durante años, con gobiernos del PRI o del PAN, continúan en posiciones estratégicas de dirección en el gobierno de MORENA o que muchos funcionarios encontraron, en el último minuto, la forma de incorporarse al gobierno, sin convicciones que no sean las de conservar su poder y privilegios.

Estos funcionarios sin convicciones ni ética, sin visión y sin compromiso con el cambio que promueve el presidente; que basan su conducta en administrar las cosas, en simular que cumplen las instrucciones, en evitar enfrentamientos y fricciones para conservar sus puestos, son los que obstruyen hoy el avance de la revolución ética, la revolución moral prometida por el presidente; y en su interior, acuñan la fuente de la contrarevolución en proceso de gestación, la resistencia al cambio, la oposición a cambiar la forma de hacer las cosas dentro del gobierno a modificar las conductas, los estilos de ejercer el poder y la resistencia a perder sus privilegios.

No ha surgido un nuevo Estado producto de una revolución ética en marcha, iniciada el 1 de diciembre de 2018. Se trata de las mismas instituciones, de las viejas reglas y, en la profundidad de la administración pública, hasta de los mismos hombres que ha operado el sistema; del mismo comportamiento de los individuos que se han ido reproduciendo dentro del sistema, de las mimas intrigas conocidas por los operadores del aparato; porque quienes tienen una visión revolucionaria de la sociedad, convencidos de la Cuarta Transformación, resultan demasiado peligrosos para conservarlos en las estructuras, son demasiado peligrosos para los intereses que se amasan dentro de sus estructuras, para los que, desoyendo al presidente y su visión, aún esperan sacar provecho de sus posiciones para amasar alguna fortuna o, al menos, conquistar un poco de poder de cara a un nuevo sexenio.

Lo cierto es que el presidente podría estar sólo con un puñado de leales defensores de su proyecto en el corto plazo. Es probable que, en la medida en que la revolución moral, y ética, se profundice; en que las contradicciones entre quienes la apoyan y la obstruyan se agudicen, el equipo del presidente se ira decantando, dejando a un lado a quienes quieren sobrevivir en la simulación que la obstruye y desprestigia con su actuación, con sus posiciones y poses infundadas, con la mediocridad de su actuación diaria y sus intrigas, armadas en la comodidad de sus oficinas gubernamentales, rodeados de empleados públicos tratados como sirvientes personales; mientras el pueblo observa y prepara el asalto al poder definitivo.

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