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Armando Reverón: Lo iniciático en su Vida y Obra

Eduardo Planchart

“En un mundo tan desacralizado como el nuestro, lo sagrado está presente y actúa fundamentalmente en los universos imaginarios”. (Eliade, Mircea. 1971:81-82)

La existencia de Armando Reverón (1869-1954) tiene  una  lógica iniciática, esto se revela en  su retiro al  “Castillete”, en las Quince letras, lamentablemente arrasado por  el río Macuto en las aguadas de 1999 en el Estado  Vargas. Ese crisol  de piedra, argamasa y palmeras  es la  materialización de  su anhelo de ruptura con un tiempo y espacio  que deseaba sepultar y dejar atrás, representado en el mundo social caraqueño y la Academia de Bellas Artes de Caracas, dirigida por Herrera Toro, 1909, por ese impulso  se incorpora al Círculo de Bellas Artes, 1912, integrado por la disidencia cultural e intelectual contra el  academicismo, y salen a ver, sentir, pintar y escribir con una identificación plena con  la naturaleza,  entre sus miembros estaban  Rómulo Gallegos,  Andrés Eloy Blanco, Manuel Cabré, etc. La dictadura de Juan Vicente Gómez estaba consolidada, y controlaba militarmente a Venezuela. En los años que construye el Castillete (1929,  Gallegos publica su primera novela con el título de “El Ultimo Solar” (1920), reditada y revisada  con el título de Reynaldo Solar, obra con reminiscencias autobiográficas, donde se materializa el panteísmo romántico de esta generación, y a su vez introduce al lector en  la atmósfera cultural, político e intelectual de la Caracas que vivió Reverón.

Los primeros pasos en estos  rituales de iniciación son  la separación del iniciado de  la familia y la sociedad, para enfrentarse a una serie de experiencias que le harán vivir  una  muerte simbólica, que le permitirá  tener acceso a  otro nivel  de conocimiento y  a otra  visión del mundo.  Este tránsito se asocia a signos relacionados a la muerte y   el nacimiento. Reverón se adentra en su casa taller, especie de útero telúrico, entre montaña y mar, estos elementos son percibidos como vientre materno que dará luz a una nueva vida. En él hay un tramado que evidencia esta ruptura: la soledad, el muro de piedra que crea alrededor del espacio vital en el “Castillete”, el torreón, lugar donde renacerá; conductas de estos cambios son su dormir sobre piedras o el suelo  para encontrar las fuerza cetónicas.

“Duerme en el suelo, pegado a la tierra, porque asegura que somos como las plantas y necesitamos estar en contacto íntimo con la tierra para lograr su savia”. (Nucete Sardi, J. 1979:19)

En su lenguaje plástico los primeros signos de esta muerte simbólica, podría corresponder a la etapa de sus tonos oscuros y azulados que representan lo nocturno, lo sexual, lo femenino que se expresa en términos humanos en el cariz que tomara su relación con Juanita Ríos que caracterizaba por sus manos de virgen. Es esta una larga etapa dentro de la cual crea obras pictóricas como el Retrato de Enrique Planchart (1912), El Bosque de la Manguita (1919), Mujeres en la Cueva (1920) y algunos nocturnos y paisajes. En estos años viaja a España (1911-1912) y en una curiosa conversación con Manuel Gamero dice: “El Cristo de Velázquez es lo que más me interesa. El Cristo de Velázquez es la caída de la cabeza…”

Esta sacralización del espacio se evidencia en uno de los nombres que le  da al “Castillete”: “El Templo de las Artes”. Juanita en este complejo simbólico está vinculada a la Gracia, y a la Virgen, en la religiosidad personal que está gestando el artista. En 1953 dirá a Martín Ugalde: “Mira, aquí estamos ganando indulgencias porque estamos ante una mujer casta, aquí está la Virgen”.

Desea Armando encontrarse con lo permanente, con realidades que sean esencias, como son sus pinturas, que están más allá del devenir, evaden un espacio tiempo partícula, y como los muros de piedra que lo protegen, plenos de resonancias existenciales, que se hacen eco de sus experiencias con lo estético y lo éxtatico. Creo una separación entre el afuera y el adentro, incluso en su corporeidad al pintar, y al adentrarse y existir en el interior de la casa taller, se alejara de la realidad profana. Al construir el castillete crea su axis mundi o puente con la noche del alma, así como C.G. Jung construyera el suyo para reconstruir su psiquis, cuando el inconsciente dominó su conciencia. De ahí su relación con el templo-hogar, que asocia a un retorno al bíblico Edén, esto podría explicar ciertas conductas, como la abstención sexual, en su búsqueda de sacralización del cuerpo y del espacio, al negar su ser biológico para dar nacimiento al espiritual. Al adentrarse en estas dimensiones creará rituales y  mitologías creativas en que se materializaran en su vida y obra. Hacia el año de 1953 dirá:

“Este es el paraíso terrenal…Adán ¿Dónde estás?…”. (Ugalde, M. 1979:21)

En términos estéticos, esto se proyecta en su búsqueda por adentrarse en otro nivel de la existencia, o a un nuevo status ontológico y en la obra que era dominada por los azules, comienzan a impregnar de pinceladas dirigidas por su trasformación espiritual. Brota la luminosidad, la pureza anhelada comienzan a plasmarse plásticamente al mezclarse con lo oscuro y telúrico. Estamos ante cuadros como  La Fiesta de Caraballeda (1924), La Casa del Playón (1931):

“Si he logrado ser imponderablemente puro, y el emblema de lo puro no puede ser sino lo blanco, no puedo más que llevar el color blanco al lienzo”. (Testimonio Dr. Báez Finol)

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