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Bienaventurados los misericordiosos…

La quinta condición que Dios premiará cada día es aquella que revela un atributo intrínseco de su carácter divino, sin el cual su juicio se antepondría y todos estaríamos perdidos; sin salvación y sin la gracia de vivir su amor en este mundo. “Bienaventurados los misericordiosos por ellos serán tratados con misericordia” Mateo 5:7. Es por medio de la misericordia que Jesús se da a conocer, dando de la provisión divina del amor del Padre en sanidades, liberaciones de almas atormentadas y alimentando a los hambrientos.

La misericordia es una virtud que conduce al ser humano, literalmente, a ponerse en los zapatos del otro; es decir, es una sensibilidad del alma para considerar la condición de desdicha del prójimo y darle lo que necesita sin esperar recibir a cambio; por esa razón es un asunto del corazón, en el cual la razón poco tiene que aportar. No hay cuentas por cobrar, no hay merecimiento de parte del beneficiado, no hay exigencias de parte del dador. 

Tal cual lo revela el origen de esta palabra que proviene del latín “misere” que significa miseria, y el vocablo “cor” que significa corazón. El que practica la misericordia da para cubrir las miserias del otro y lo hace desde el corazón, sin razonamientos. De otra manera, sería imposible ser misericordioso. Un ejemplo palpable de la misericordia de Dios para con nosotros es descrito de una manera hermosa en la llamada parábola del Hijo pródigo, de la cual pienso desde la perspectiva opuesta y preferiría llamarla la parábola del Padre amante. Un padre que perdonó todo el derroche, el desprecio y la irreverencia que aquel hijo había cometido, recibiéndolo con los brazos abiertos, ofreciéndole todo lo que su hogar podía ofrecerle.

Es por la misericordia de Dios que todos tenemos acceso a Él: “Pero Dios, que es rico en misericordia, por su gran amor con que nos amó, aun estando nosotros muertos en pecados, nos dio vida juntamente con Cristo”. Efesios 2:4. No merecemos su amor; sin embargo, como le dijo el apóstol Pablo a la iglesia en Roma: “El que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará también con él todas las cosas? Romanos 8:32. Nos dio a Jesús y con Él continúa mostrándonos su misericordia y nosotros continuamos recibiendo sus favores. 

Primeramente, practicar la misericordia es llevar a cabo un rescate. De la misma manera que Dios nos rescató como a ese hijo perdido, alejado de Él, cuyo camino terminó en la destrucción, así nos rescata a todos en diversos momentos de nuestra vida. ¡El extiende su mano y nos rescata del hoyo! Así, aquel a quien más se le ha perdonado, aquel cuyo hueco era más hondo y más oscuro valora de tal manera el rescate de Dios, que pone su vida al servicio de otros, empezando por su prójimo, su más próximo, su familia, su hermano, su padre, su madre, su cónyuge, su vecino.

Es allí, en el seno del hogar donde comienza la práctica de la misericordia, donde ejercitamos el corazón para reconocer la necesidad y cubrirla. Es el hogar la primera escuela de la vida, es allí el primer lugar donde Dios nos pone a prueba para desarrollar un carácter cristiano. “Quítense de vosotros toda amargura, enojo, ira, gritería y maledicencia, y toda malicia. Antes sed benignos unos con otros, misericordiosos, perdonándoos unos a otros, como Dios también os perdonó a vosotros en Cristo.» Efesios 4:31-32.

Dar es un verbo pequeño de solo tres letras; sin embargo, dar se convierte en una fuerza inconmensurable que inspira al corazón, que lo impulsa, lo guía y lo restaura. Pues, en la medida que damos de lo que hemos recibido de Dios, nuestro ser interior se transforma en la semejanza de Cristo. Así, cuando perdonamos la ofensa, lo que traspasó nuestra alma de dolor, entonces comprendemos aún más el amor de Dios quien nos perdonó y sigue perdonándonos. 

La misericordia no se trata de dar de lo que nos sobra, no se trata de obras de caridad, las cuales también tienen su lugar; en realidad se trata de mirar a Jesús, de aprender de Él, de darnos a nosotros mismos, de lo que somos, de lo que tenemos, de lo que de gracia hemos recibido de Dios. “Vestíos, pues, como escogidos de Dios, santos y amados, de entrañable misericordia, de benignidad, de humildad, de mansedumbre, de paciencia; soportándoos unos a otros, y perdonándoos unos a otros si alguno tuviere queja contra otro. De la manera que Cristo os perdonó, así también hacedlo vosotros. Y sobre todas estas cosas vestíos de amor, que es el vínculo perfecto.» Colosenses 3:12-14. ¡La receta infalible para un hogar feliz!

Luego, cuando el corazón ha sido transformado en Su semejanza, entonces la misericordia fluye como un río que siempre sigue su cauce. Nos hacemos conscientes de que somos instrumentos de Dios en esta Tierra bendita que Él nos dio. Nos convertimos en sus manos, en sus labios, en sus pies, en su corazón amante. No caminamos por el mundo para ser vistos, caminamos para ver, para notar la necesidad; tanto del que no tiene zapatos como de aquel que lleva una corona. La necesidad del que llora de hambre como de aquel cuyas lágrimas son hambre de amor. Todos necesitamos la misericordia de otros. Todos hemos estado en el hueco. Todos en algún momento de nuestra vida hemos sido los desvalidos y Él nos ha socorrido.

“Entonces el Rey dirá a los de su derecha: Venid, benditos de mi Padre, heredad el reino preparado para vosotros desde la fundación del mundo. Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; fui forastero, y me recogisteis; estuve desnudo, y me cubristeis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a mí. Entonces los justos le responderán diciendo: Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, y te sustentamos, o sediento, y te dimos de beber? ¿Y cuándo te vimos forastero, y te recogimos, o desnudo, y te cubrimos?¿O cuándo te vimos enfermo, o en la cárcel, y vinimos a ti? Y respondiendo el Rey, les dirá: «De cierto os digo que en cuanto lo hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí lo hicisteis”. 

Mateo 25:35-40.


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