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Bolívar de Netflix a la realidad bolivariana

Alfredo Michelena

Las rivalidades y desconfianza entre los líderes que batallaron y lograron la independencia de (la Gran) Colombia no solo dio al traste con la República sino que en Venezuela siguió hasta fines del siglo XIX. Ahora en el siglo XXI pareciera que estamos en la misma. ¿Será que no cambiaremos?
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Con cuatro o cinco millones de venezolanos viviendo fuera del país, la serie “Bolívar; una lucha admirable” (realizada por la cadena colombiana Caracol que transmite Netflix) es algo que hay que ver. No soy crítico de cine o novelas o series de TV, unas me gustan y otras no. Esta me gustó.

Y aunque a estas alturas de mi vida solo voy al cine o veo TV para divertirme, creo que a esta se le puede sacar algo más. En especial para recordar o incluso acercar a nuestra historia esa juventud que se está levantando fuera del suelo patrio. Claro que es una telenovela, pero es innegable que buena parte de lo que sabemos (o creemos saber) de la historia norteamericana viene por sus películas épicas sobre su pasado.

Ya varios historiadores han señalado algunas de sus falencias. Pero sin duda ella nos da una perspectiva de cómo se dio el proceso histórico. Esta es una serie muy centrada en lo que hizo Bolívar en (la Gran) Colombia y aunque en últimas es una telenovela que re-escribe los hechos para hacerlos más interesantes, no comete exabruptos como la producción “El Libertador” que trata de alinearse con la prédica chavista de sugerir que Bolívar fue asesinado con base a una conspiración. Se salta su muerte en Santa Marta y nos la deja como interrogante.

Con muchas personas con quienes he hablado, la serie les ha revivido el prurito de la lectura, el gusano de la curiosidad y se han lanzado a leer más sobre nuestra historia. Ya eso es ganancia. Pero déjenme advertirles que tendrán diferentes aproximaciones e interpretaciones al ir más allá de los manuales de historia de Venezuela del colegio.

Lo que quiero rescatar de lo que vi en esos inagotables 60 capítulos es que, al igual que ahora en la República Bolivariana de Venezuela, hace cerca de 200 años los (gran) colombianos divididos en facciones se batían inmisericordemente unos contra otros y los grandes líderes militares que nos dieron la independencia de España terminaron enfrentados, tanto que en sus postrimerías Bolívar se queda solo, muere decepcionado y en vías a un autoexilio, sabiendo que le había sido prohibido su ingreso a Venezuela. Al final, las provincias se separan y se disuelve su sueño de una (Gran) Colombia unida. Y en esto los rumores y las falsas informaciones –lo que ahora se conoce como “fake news”- jugaron un decisivo papel en la destrucción de la República (gran) colombiana.

Después de la muerte de Bolívar y más allá de la serie, con la separación de Venezuela de (la Gran) Colombia entramos en una vorágine de lucha por el poder entre caudillos, que apenas termina con la llegada de Castro/Gómez al poder a fines del siglo XIX.

Ahora, al comienzo del siglo XXI ya no nos batimos a plomo en los campos de batalla de antaño, pero lamentablemente la lucha por el poder sigue a muerte. La muerte de Bolívar no ‘contribuyó al cese de los partidos’; siguen los grupos, grupitos y grupúsculos formados no por alineaciones ideológicas, como en el pasado (socialdemocracia, socialcristianismo y marxismo con sus matices) sino producto de la incapacidad de cada uno de ellos en entender la futilidad de sus diferencias frente al tamaño del problema que estamos enfrentando. Lo que tenemos son partidos, grupos políticos, ONGs y otras organizaciones de la sociedad civil que actúan en política no tratando de articular voluntades, sino de imponer soluciones.

Los pro y los antidiálogo; los pro y los antisanciones; los pro y los antiintervención militar; los pro y los antielecciones. Todos ellos se baten en una melé de unos contra otros por lo que terminamos debilitándonos a nosotros mismos cuando deberíamos empujar nuestra energías para producir una fractura del régimen.

Necesitamos mecanismos de coordinación o articulación de grupos, fuerzas y tendencias o/y un líder, que al menos por un tiempo logre articular a las diversas tendencias o imponerse sobre los otros.

Pero no hay que criticar sólo a los políticos. O es que ustedes no han ido nunca a una reunión de condominio, donde cuando se daña el ascensor hay quince propuestas para resolverlo y la gente se pelea y se acusan de chanchulleros unos a otros. Para no hablar de los que no pagan y se sienten con el derecho a intervenir.

¿Será que no tenemos remedio? No. No caigamos en la autoconmiseración. Claro que podemos seguir adelante y para eso no estaría de más un poco de racionalidad en la cúpula del liderazgo opositor que permita articular más técnicamente a las diversas fuerzas y así como un acuerdo de caballeros de cesar el “fuego amigo”, es decir caernos a plomo entre nosotros.

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