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Buscar consensos con un teléfono descompuesto

Jorge Raventos

Reconfortado con la idea de que ha encontrado una solución para estabilizar el valor del dólar, el gobierno inició el mes de mayo dispuesto a recuperar cierta iniciativa. Merced a una nueva reescritura de los acuerdos con el Fondo Monetario Internacional, el tándem Nicolás Dujovne-Guido Sandleris (Economía-Banco Central) ha conseguido el permiso para intervenir casi sin restricciones en el mercado cambiario. Ahora, con canilla libre para vender reservas incluso dentro de la perimida banda de flotación intangible que antes imponía el Fondo, suponen que podrán contener los saltos en la cotización de la divisa estadounidense, que suelen traducirse en caídas de la imagen de Mauricio Macri. El dólar inevitablemente repercute sobre los precios (los aumentos en los combustibles de esta semana ratificaron esa impresión).

Las tres primeras rondas del nuevo experimento dieron buenos resultados. Habrá que  ver  si el dispositivo resiste y, además, si no provoca  sangrías y fugas como las que en su momento les facturaron a Federico Sturzenegger y a Luis Caputo.

Las buenas noticias aportadas al gobierno por el FMI (y apalancadas por la administración de Donald Trump) llegaron para compensar ondas negativas:     las elecciones primarias del último domingo en Santa Fé  mostraron a la coalición oficialista en un lejano tercer puesto, a la oposición (peronismo y socialismo) recibiendo 3 de cada 4 votos emitidos (en un comicio con alta participación) y, en particular, al peronismo imponiéndose como primera fuerza.

Santa Fé, agraria e industrial y con el principal puerto exportador de la Argentina (Rosario), es la tercera provincia del país  en importancia económica. El pobre resultado obtenido por  Cambiemos es significativo: en 2015  había dado una pelea pareja al socialismo por la gobernación.

El próximo domingo el oficialismo sufrirá seguramente una nueva caída (eso, al menos, vaticinan las encuestas).  Esta vez no se tratará de  primarias, sino de elección efectiva de autoridades en Córdoba, “la capital del interior”. El oficialismo llega dividido a esa elección cordobesa y, a raíz de esa y otras torpezas políticas, puede inclusive ser desplazado en la capital provincial, que controla hace años.

Tras esa elección se acelerará seguramente la organización electoral del peronismo alternativo y se definirán con mayor claridad las candidaturas vigentes.  Schiaretti, una vez reelecto, hará escuchar su voz en la temática nacional. Y será una voz muy relevante.

Adelantarse al consenso ajeno

Anticipándose a ese nuevo bajón y con el entusiasmo vertiginoso provocado por 72 horas de paz cambiaria, el gobierno se ha considerado en capacidad de revertir los malos presagios que lo venían acosando y motorizó una operación política destinada a condicionar a la oposición y, eventualmente, a tranquilizar a los mercados, inquietos por los malos resultados que promete la táctica polarizadora de la Casa Rosada.

La jugada se aceleró para adelantarse a conversaciones que ya venían produciéndose entre distintos actores políticos y económicos.

Tanto en el peronismo de las provincias como en sectores del radicalismo y el centroizquierda e inclusive en el seno del partido de Mauricio Macri hay muchos que entienden que el problema de la Argentina no reside solamente en ganar una elección (y mucho menos “una elección apocalíptica”, como la describió un intelectual ligado al gobierno), sino en construir una estructura amplia -un sistema político institucional- capaz de convenir y poner en práctica sustentablemente un programa de crecimiento y reformas para impulsar la capacidad productiva, la competitividad internacional y el empleo.

Varias figuras políticas venían sosteniendo públicamente, con fraseo diferente pero  con música muy semejante, la necesidad de acuerdos que “vayan más allá” de las coaliciones existentes y generen una base amplia de gobernabilidad. Martín Lousteau, por caso, afirmó reiteradamente que quiere algo “más amplio que Cambiemos”, que incluya radicales, progresistas del Gen y peronismo. Sergio Massa le había pedido al Presidente que convoque a un gran acuerdo que incluya a empresarios, sindicalistas y movimientos sociales y a todas las fuerzas políticas representativas sin excepción. Roberto Lavagna venía trabajando para dejar de lado la grieta y le respondió a Lousteau que está a favor de la unión, aunque sin Macri y la señora de Kirchner.

Muchas de las variantes del llamado “Plan V” (por María Eugenia Vidal) y hasta del “Plan H” (por Horacio Rodríguez Larreta) que impulsan sectores del empresariado y de fondos de inversión y perturban a la Casa Rosada, no se refieren solo a reemplazar la candidatura de Macri e impedir una victoria de Cristina de Kirchner, sino a conseguir un respaldo amplio para el gobierno que definan las urnas. O, dicho de otro modo, que el próximo gobierno surja de un respaldo sumamente amplio que las urnas legitimen.

Revisan la “táctica chica” (Gualeguaychú 2015)

Esa panoplia de propuestas diversas pero convergentes entrañan, si bien se mira, una revisión de la táctica que el Pro impuso a partir de la convención radical de Gualeguaychú (2015), que supuso una “alianza chica” (Pro-UCR-Carrió) en detrimento de una alianza amplia que incluyera a todas las principales fuerzas que en aquella instancia se oponían al kirchnerismo.

Hoy hay un consenso generalizado en el sentido de que el próximo gobierno debe asentarse sobre una plataforma amplia, ya que están a la vista las consecuencias de la “táctica chica” que emprendió la coalición oficialista.

El gobierno esgrimió ese programa ajeno (nunca alentó acuerdos amplios) para desconcertar a la oposición y defenderse en el clinch. Al hacerlo, confiesa en verdad que de una u otra manera necesita esa base amplia, lo que no deja de ser  un dato positivo.

Sucede, sin embargo,  que la forma en que ha encarado el tema parece destinada a bloquear los consensos más que a alentarlos.

En principio, la convocatoria fue desprolija (se giró  un listado de diez puntos para tramitar la adhesión de algunos líderes políticos de la oposición), fue estrecha: los acuerdos necesarios requieren más participantes políticos que los imaginados en el gobierno y requieren la participación de las organizaciones del empresariado y el movimiento obrero, ya que hay que buscar coincidencias en reformas que hacen a la productividad, al empleo y a las relaciones laborales.

Pero, además, el objetivo de un acuerdo sobre puntos básicos para garantizar la gobernabilidad al próximo presidente -sea quien sea-, no puede trabajarse como una operación de marketing electoral y difundirse por filtraciones a los medios.

Desde la perspectiva de la táctica corta (recuperar terreno después de semanas de retroceso, adelantarse a las conversaciones e iniciativas de otros actores) el gobierno ha sacado probablemente una ventaja.

Pero quien  de verdad asume la necesidad de  que el país actúe con un programa mínimo de reglas consensuadas  y haya compromisos públicos que ofrezcan una señal tranquilizadora para los argentinos y para los mercados, comprenden que el cortoplacismo del manejo es un gol en contra.

El  gobernador mendocino, Alfredo Cornejo, primera figura de la coalición oficialista como presidente de la Unión Cívica Radical, está entre los que ven la urgencia de ampliar la base de sustentación del próximo gobierno. “Cambiemos solo no puede”, afirmó para respaldar los aspectos positivos de la jugada de la Casa Rosada. Cornejo cree, en rigor, que otros (otra: María Eugenia Vidal) deberían tomar la posta de Macri.

No es el único. Pero, en verdad, antes que discutir candidaturas y tácticas electorales lo que se necesita es trabajar en serio, no como jueguito para la tribuna, para hacer realidad los consensos que están en el aire y sentar las bases de la unión nacional. Que es unión de la diversidad.

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