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Cirugía de los textos en tiempos de operaciones especiales

Pasan los días y la invasión iniciada por Vladimir Putin contra Ucrania se recrudece hasta el punto de que los propios medios audiovisuales y agencias de comunicación que se manejan fundamentalmente con vídeo, bajo la amenaza de 15 años de cárcel por información falsa, han decidido dejar de informar sobre Rusia.

Una cosa así hace necesario ponerse en los zapatos de los periodistas y los medios. Ya no se trata de lo que los espectadores, ávidos de información en sus distintas formas de morbo noticioso sean complacidos, sino de que la información en toda su dimensión ética y deontológica fluya, aunque se deba cuidar mucho más el lenguaje para preservar la entereza periodística.

Los periodistas se debaten entre mantener en los más altos sitiales a la información sin dejar que desfallezca el valor que para las democracias y la sensatez universal tienen las noticias, en especial aquellas que atentan contra la dignidad de las personas, aquellas que quieren romper con lo que se ha ganado desde el ejercicio ciudadano y, con mucho trabajo de generaciones desde las rotativas.

La libertad de expresión, prensa y opinión que ejercen los periodistas -en nombre de todos- busca hacer llegarnos textos que permitan estar al tanto de lo que ocurre en este momento tan complejo. Cada palabra cuenta, cada pausa, cada verbo y cuidadosa redacción permite desde ahora y en el futuro inmediato dos cosas: que sigamos informados y que nuestros periodistas sigan con nosotros.

Escribir la palabra guerra desde una zona de operaciones militares especiales puede significar la cárcel para un periodista. Toca a los lectores aprender a leer que esas dos palabras operaciones especiales significan movilización de tropas, escaramuzas o derribos de aviones.

La delicada cirugía del lenguaje a la que se enfrentan las plumas de nuestros periodistas requiere reciprocidad en nosotros, sus lectores. 

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