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Creo que no me di a entender

El título viene a cuento porque, a raíz de mi anterior artículo, “Pecados”, recibí un bombardeo de correos con críticas por el empleo de algunas frases, especialmente, “la remisión de los pecados”.  De entre esa correspondencia, entresaco la de un exalumno y querido amigo, a quien le reconozco muchos méritos.  Según él, “a quien hay que redimir es a la sociedad venezolana”; “para los causantes de este desastre (…) no puede haber ni perdón, ni transición, ni redención”; “se redime para compensar una falta y librar de culpa”.  Deberé tratar de explicar mejor, aunque ya yo había señalado que “los delitos, escándalos, maldades, atropellos, vicios y abusos cometidos” han sido tantos y tales que habrá que compilar un memorial de agravios para cobrarles “estas más de dos décadas de desenfrenos y corrupción” y que “no pueden hacer la vista gorda con Nicky y sus cómplices”.

En lo de la frase que causó el revuelo, les concedo razón porque dos acepciones del DRAE para el verbo “redimir” son: “2. tr. Perdonar, alzar la pena, eximir o liberar de una obligación. 3. tr. Dejar, diferir o suspender”.  Quizá mejor hubiese sido emplear “expiación” porque ese mismo mataburros, explica que “expiar” es: “2. tr. Dicho de un delincuente: Sufrir la pena impuesta por los tribunales. 3. tr. Padecer trabajos a causa de desaciertos o malos procederes”.  ¡Y mire que sí son delincuentes!

Hago una digresión que marginalmente toca el tema.  Siempre he pensado que ir al sacerdote a confesar los pecados es igual que ir al odontólogo para un tratamiento de conducto: desagradable pero necesario.  Porque, como decía Mardoqueo, el policía de mi pueblo: “cuando toca, toca”.  Después de la muerte de mi esposa, sentí que debía afianzarme más a mi fe católica y acudí a un confesor.  Antes, hice un examen de conciencia muy minucioso y elaboré una larga lista de pecados cometidos; capitales, contra los mandamientos tanto de Dios como de la Iglesia, contra las obras de misericordia, etc.  En fin de cuentas, eran como ocho años sin acercarme al sacramento de la penitencia.  Duré más de veinte minutos enumerándole al cura mis miserias humanas.  Al final, me dio una penitencia que, a mi modo de ver, era muy leve para toda la catajarra de yerros, infracciones yomisiones en los que había incurrido.  Y así se lo expresé.  Me dijo que con solo la vergüenza que yo había pasado al desnudarle mi alma, ya tenía bastante castigo.  Como al mes, tuve que ir a Lima a un congreso y aproveché para visitar lugares que me traían recuerdos y otros que no conocía.  Entre estos, estaba la iglesia de El Pilar, en San Isidro, que me recomendó ver Alba de Bortesi, limeña y de esa parroquia.  Acostumbrado a ver los templos del centro, todos construidos durante la colonia, con una decoración pesada, el ver este, con mucha madera de colores claros, fue una experiencia.  Y como mi visita coincidió con el comienzo de una misa, decidí quedarme y aprovechar que había un sacerdote en el confesionario para contar mis errores.  Pues la penitencia que me impuso fue muchísimo mayor que la de mi anterior confesión aunque, ¿qué pudiera haber yo faltado de manera tan grave, en apenas cuatro semanas, como para merecer tal correctivo? 

Regreso al tema y relaciono lo que acabo de decir con lo que estamos analizando en los dos primeros párrafos.  La expiación de los delitos (y de los pecados) debe ser proporcional a yerro cometido.  Por eso, a esta gente hay que cobrarles mucho, porque sus prontuarios penales son grosísimos.  No hay artículo del Código Penal que no hayan transgredido en estos larguísimos veintidós años.  Y los de otras normas.  La Ley Contra la Corrupción les cabe completa.  Y el artículo del Código Orgánico de Justicia Militar sobre traición a la patria —que los jueces copartidarios nombrados a dedo por el régimen emplean con tanta energía contra personas que nunca debieron ser reos; de la justicia castrense mucho menos— sí los retrata completos.  Porque el Art. 464 tipifica como traición a la patria “Facilitar al enemigo exterior la entrada a la República”, “Practicar actos de hostilidad contra un país extranjero que expongan a Venezuela a peligro de guerra” y “Entrar en negociaciones con el enemigo para someter todo o parte del territorio de la República al dominio absoluto, mandato o protectorado extranjero”. La demostración de ese delito resulta más fácil que pegarle un tiro a la tierra; basta exponer sus confabulaciones con el ejército cubano, las FARC y el ELN.

No propicio la palmadita en la mano contra los que han saqueado el Tesoro y han condenado a Venezuela a la postración económica.  Ni una mera amonestación para quienes han asesinado, torturado y desaparecido compatriotas por el solo hecho de opinar diferente a lo que es el credo que nos quieren imponer.  Ni una admonición contra los que han depauperado al país propiciando la huida de más de cinco millones de venezolanos a otras tierras y la fuga de cerebros, que son gravísimas para el desarrollo futuro del país.  Tienen que pagar sus muchos delitos; los mencionados y los que omito pero que fueron cometidos.  Con esa gente no puede haber perdón.  Con los roba-gallinas habrá que vivir porque no hay tantos espacios en las cárceles.  Para ellos, vaya solo el vituperio y el desprecio de sus paisanos.  Pero para los protagonistas del saqueo y las matazones, ¡que les caiga completo el peso de la Ley!

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