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Cuando se habla del aborto

Silvia Ramírez Gelbes

El 1 de marzo de este año, el presidente Mauricio Macri anunció que enviaría al Congreso un proyecto de ley para legalizar el aborto. Este anuncio inspiró, el 8 de marzo, una movilización a favor de la legalización y otra, el 25 de marzo, en contra. En un clima de alta polarización relativa a todos los temas públicos, al anuncio y a las movilizaciones se sumó un interesante proceso de exposiciones en el Congreso, que terminó con una histórica —y maratónica— sesión de la Cámara de Diputados. En su transcurso, un proyecto consensuado recibió media sanción para pasar a la Cámara de Senadores, donde una nueva serie de exposiciones desembocará en el debate final (a menos que la aceptación con modificaciones obligue a regresar el proyecto a Diputados).

Tanto discurso vertido y difundido por los medios (masivos y sociales) puede —y debe— ser analizado desde distintas perspectivas. Una de ellas es la que pretendo presentar aquí: la de la imagen discursiva del orador que queda plasmada en el producto de su oratoria.

De modo consciente o inconsciente —eso no importa—, el empleo de la palabra conlleva siempre la construcción de la imagen de quien produce el discurso. Como sabe cualquier hablante sensato, uno no dice ser lindo y bueno para que los demás lo sepan, sino que muestra que lo es por la manera en que se expresa. Es más: puesto que el modo de hablar responde a restricciones impuestas por cada comunidad para cada rol, toda expresión evidencia cuánto se acerca —o se aleja— el individuo en cuestión a los modos de ser ratificados socialmente y consistentes con el contenido de lo que se está diciendo.

En esa línea de razonamiento, es dable observar que las exposiciones que antecedieron a cada debate legislativo sobre la ley de interrupción del embarazo —o legalización del aborto— revelaron perfiles bien diferenciados según sea el polo de la discusión en que se encuentran sus contenidos. Es decir que construyeron dos imágenes particulares y contrapuestas.

Como no quiero aburrir, me concentraré —muy brevemente, por cierto— en dos de las exposiciones que resultan ilustrativas para mi argumento: la del doctor Alberto Kornblihtt y la del doctor Abel Albino, quienes depusieron en el Senado el 17 de julio y el 25 de julio respectivamente.

Tras presentarse como biólogo y con la actitud del conferencista habituado a los congresos disciplinares, Kornblihtt leyó una exposición que adelantó —tal cual hace el discurso académico consagrado — el orden de los tópicos que tomaría. Pero el núcleo de su alocución podría condensarse en un adjetivo que solo admite una interpretación científica: epigenético. Y es que el especialista definió al embrión y al feto en tanto se van configurando en el curso de su propio desarrollo. Esto es, ni el embrión ni el feto son independientes de la madre y, por ello, no puede considerárselos persona. Tienen vida, sí, pero también tienen vida los espermatozoides y los óvulos.

Albino, por su parte, eligió un modo de discurso totalmente distinto. Con actitud histriónica, se dirigió a la audiencia de modo enfático, riendo por momentos y por momentos alzando la voz. Pero el meollo de su disertación podría resumirse en un imperativo: «No maten a los niños». Y es que el médico privilegió un tipo de discurso directivo, matizado por alusiones literarias que —casi teatralmente— se permitió recitar: un fragmento del Martín Fierro de José Hernández y el poema «Piececitos» de Gabriela Mistral. Y hasta por (¿anacrónicas?, ¿fálicas?) metáforas de su propia creación: «La mujer es el divino pedestal donde se alza el árbol enamorado del hombre».

A la manera de polos contrapuestos, ambos discursos podrían sintetizar, si se me autoriza la generalización, lo que se ha escuchado en el recinto y en la calle. El discurso del doctor Kornblihtt —a favor de la ley— configuró una imagen serena pero firme, sustentada en el saber erudito y en los últimos hallazgos de la ciencia. El discurso del doctor Albino —en contra de la ley y de la educación sexual también— configuró una imagen enfática y popular, ratificada por su condición de médico que se ha mezclado «con la gente común».

Tan opuestas como el verde y el celeste que las han representado, cada imagen despierta en la audiencia adhesión por identificación o discrepancia por incompatibilidad. Pero quienes legislan deberán hacer caso omiso de esas representaciones y atender, antes bien, a los argumentos que se han esgrimido. Para votar, en definitiva, a favor de la ciudadanía.

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