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De atentados y magnicidios

Cuando el instinto de conservación impuso al cromañón la tarea de inventarse formas incipientes de organización social, el que entre la manada tenía las mejores condiciones físicas y una muy vaga idea de lo que se proponía, tuvo que asumir el liderazgo para dirigir las actividades de coordinación y desarrollo de las tareas indispensables para el logro de la primera y, más que incipiente, primitiva fase de organización social y asentamiento humano.

Junto con el nacimiento del ejemplar, cuyas facultades lo empujaron a la cima, se hizo presente la competencia y adherida a ella, cual rémora, la envidia expresada en consejas que fueron creando el ambiente propicio para la comisión del primer magnicidio, ejecutado por el individuo más insignificante de la colectividad, en cuyas manos el o los autores intelectuales pusieron el arma homicida, luego de haber envenenado su mente con chismes y calumnias. Tal acontecimiento debió conmover a la totalidad de las tribus. Por razones obvias, no ha sido ni podrá ser documentado, pero es posible que así haya sido.

Estoy seguro de que el asunto es noticia vieja, un “caliche”, porque la historia está repleta de hechos semejantes y noticiados. El más reciente fue el que segó la vida de Fernando Villavicencio; periodista ecuatoriano y combativo líder político, candidato a Presidente de la República, tenaz denunciante del narcotráfico imbricado a la corrupción administrativa, origen de su enfrentamiento con el gobierno presidido por Rafael Correa; fugado a Bélgica para evadir la justicia que lo reclama, por la comisión de acciones contrarias a la moral administrativa.

Villavicencio, sin figurar de puntero en las encuestas, gozaba de importante aceptación en el electorado y, como uno de los autores materiales del magnicidio fue abatido al enfrentar a los representantes de la ley y los otros huyeron, hasta la fecha, se desconoce la identidad de quién o quiénes fueron los autores intelectuales. Por lo general así es como ocurre y la imaginación es traviesa.

En Venezuela el asesinato político y en particular el magnicidio no ha sido practica usual en el combate cívico. Salvo el asalto al Congreso el 24-01-1848 donde, entre otros, murió el intelectual Santos Michelena, con el pecho atravesado por una bayoneta, son contados los casos de altos funcionarios abatidos por conjurados. La lista es corta: Los casos del Vicepresidente Juan Crisóstomo Gómez, apuñalado cuando dormía en el Palacio de Miraflores y Carlos Delgado Chalbaud, secuestrado y balaceado por un comando de forajidos, fueron ajustes de cuentas dentro de las dictaduras. También, en tiempos de Gómez fue asesinado Mata Illas, Gobernador de Carcas, en medio de una reyerta en un bar de mala reputación, por los lados de Puente Hierro. El atentado dinamitero contra el Presidente Rómulo Betancourt, planificado y financiado por Rafael Leónidas Trujillo, tirano dominicano, azote de las democracias latinoamericanas y del Caribe, produjo gran conmoción continental.

Pero ocurre que, en el ajetreo político las acciones criminales, en ocasiones, son emuladas y quienes las adoptan encuentran terreno fértil para la ejecución en resentidos sociales o en delincuentes provenientes de los sectores más depauperados de la sociedad quiénes, mediante ofertas dinerarias y generosas ingestas alcohólicas, son ganados por la idea de ser los vengadores proletarios por la miseria a las que la sociedad burguesa somete quienes viven en los barrios marginales.

Por supuesto que el deseo de venganza estimulado por el gobierno, envalentona a quienes consideran que el asesinato del oponente resuelve su situación. Es lo que podría suceder como consecuencia del discurso oficial, acusando de vendepatria a cuanto opositor(a) repunta en las encuestas y es arropado por el fervor de las masas; ignoran la opinión soterrada de la comunidad, recogida por quienes se toman la molestia de trasladarse en colectivos o de acercase hasta un mercado popular. Y es lo que está ocurriendo. Los jefes del socialcomunismo han echado a volar la criminal especie diseñada y ejecutada por la secta marxista-leninista, desde los tiempos de su ilegal actividad en la Rusia imperial. No han cambiado, porque no pueden ofrecer más que una vida miserable. Por eso los combatimos. De allí la importancia capital de la unidad.

Las Primarias son la llave que abrirá la puerta por donde ha de entrar la esperanza; usémosla para comenzar a construir la vida digna que todos merecemos, con oportunidades para labrar nuestro destino de ciudadanos libres. Comencemos por elegir nuestro (a) candidato (a) a Presidente (a) de la República. Es la hora de rescatar la patria mancillada por la caterva de bandoleros socialcomunistas.

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