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De empresario a embrollador de oficio

A veces, las realidades sirven a situaciones que deprimen. Más, cuando no hay dignidad en la persona. O su significado, poco se entiende. Aunque por su trascendencia como valor, se dice que la dignidad “no tiene precio”. Tan dogmática afirmación, dejó de tener razón. Para muchos, la dignidad tiene el precio determinado por circunstancias que exceden al honor. Tristemente, es el problema que ha trastornado las realidades.

Cuando se pierde la dignidad, se pierde el sentido de la vida. A menos que la moralidad pueda sacar a flote y revivir el cadáver de quien dejó aplastarse por la sumisión y la codicia. Es lo que sucede en el terreno de la política. Y con reincidencia.

Es cuando el individuo deja seducirse por la presunción y la arrogancia que puede brindarle una transitoria postura de poder. No comprende que está tirando la dignidad por el más cercano basurero. No advierte que tan fútil metamorfosis, lo condena a vivir en un oscuro agujero colmado de desolación, repudio y humillación.

Este exordio, va a propósito de la vicisitud que atraviesan personas que una vez fueron reconocidas y aplaudidas. Entre otros, quienes se precian de ser importantes figuras de la política. O del mundo militar y “empresarial”. Y que alardean de serlo. No comprendieron lo que es “el orgullo de estar investidos de dignidad”. Vale aludir al caso de “empresarios” que se han visto tragados por la codicia, la politiquería y sus trastornadas complicaciones.

Un concepto incomprendido

Sigue pensándose equivocadamente que el empresario es cualquier capitalista activo decidido a formalizar una organización a partir de algún proceso de producción o de servicios. Quien así lo presume, tiene ante sí una crasa confusión que lo hace desdibujar el mundo al cual se debe. Dicho juicio no termina de discernir las realidades que definen el espacio donde se ubica la intención empresarial en particular.

Ser empresario, es más que tener el capital necesario para crear empresas. Es comprender debidamente la responsabilidad que lo compromete a aportar su contribución social al desarrollo  económico de la realidad correspondiente. Y para ello se requiere conocimiento pues no es una aventura de ocasión.

Ningún país se moviliza sólo por efecto de la dinámica económica. Aunque necesaria. Pero no suficiente. A decir del discurso e ideas de algunos dirigentes del gremio “empresarial”, el objetivo de dinamizar las realidades se centra en la economía. Creen que una negociación revestida de poder político, vale por encima de otra. Y así, no funcionan las cosas.

El meollo del problema. Caso Venezuela

Justo en la situación arriba referida, radican los problemas que impulsan las  crisis que afectan un país. En el caso Venezuela, por ejemplo, no es sólo una crisis de dominación la que ha provocado las conmociones que vive la sociedad. También, es una crisis de acumulación (a la inversa) la que tiene enfermo al país. Y ocurre desde hace varias décadas. Igualmente, Venezuela padece otras crisis que sumadas dan cuenta de cuán atrapado está en el ojo de un remolino. O de un huracán de arbitrariedades causado por decisiones tomadas por individuos sin dignidad alguna. Sin respeto por sí mismos. Menos por el país.

Esto no es nuevo. Una parte del mismo, recae sobre personas para quienes la dignidad es ocasional. O sea, definida por intereses exhibidos cuando las coyunturas lo permiten. Y de las mismas se aprovechan estos aventureros para aparentar de lo que carecen. En ese compartimiento estanco integrado a las realidades vigentes, se hallan politiqueros, “empresarios”, militares, policías, aduladores, oportunistas…Y pare de contar…

A contrario sensu

Para destacar la inversión de valores a la que ha incitado estos problemas, los párrafos siguientes quieren dar cuenta de lo que dichas realidades esconden. Razón para acudir en la búsqueda del problema por la vía de la razón contraria.

Es lo que esta disertación busca al intitular: “de empresario a embrollador de oficio”. Específicamente destaca el caso de “empresarios” que tergiversaron el objetivo que las responsabilidades demandan. Pero se desligaron de las mismas, para jugar al “gato y al ratón”. Tal como en efecto lo retratan los casos siguientes:

El primer caso, deja ver un “empresario” a quien el poder político lo sedujo horriblemente. Tanto, que pareciera desconocer la historia contemporánea vivida por el desarrollo empresarial nacional en el curso de un camino figurado por arrebatos y expoliaciones de la propiedad privada. Propiedad representada por empresas creadas a pulso y constancia. La invitación a presumir de funcionario a la orden del poder político, lo apartaría solapadamente de su anterior rol de adversario político para encajar en una zona política de plácida comodidad.

El segundo caso destapa la situación de otro “empresario” quien parece despintar la simbología que exalta el compromiso que hay en la aspiración de vida trazada por un excelso concepto de empresa. No entendió que actuar como censurador, acusador o embrollador de oficio a favor de un régimen político que ha actuado oprobiosamente en perjuicio del trabajador, no es otra cosa que opacar el brillo que ha iluminado el esfuerzo alcanzado de muchos con sudor del bueno.

Al cierre

Sendos ejemplos son demostrativos de carencias de valores fundamentales. O quizás, de un sistema de valores sin aliento. Que sólo se nutre de la concepción funcional y utilitaria del individuo. O sea, aquella pautada a instancia de las realidades vigentes impuestas por un sistema político que sacrifica humanismo en aras de convertir el ciclo del dinero en el valor central de la forma presente de “socialismo”.

El manido progreso ofrecido políticamente, ha permitido que las realidades enmarañen la conciencia necesaria para hacer que el individuo se desengañe. Y así, situarlo en el camino de las libertades y los derechos. Pues lo contrario es situarlo en la ruta del deshonor. Más, de ofrecerse la “oportunidad política” para saltar de empresario a embrollador de oficio.

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