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El aguacero

Hace pocos días, los venezolanos amanecimos sorprendidos cuando al salir a nuestras actividades diarias nos topamos con una ciudad atiborrada de imágenes del difunto Hugo Chávez colgando de cuanto poste existe y en vallas gigantescas, de esas que cuestan muchísimo dinero.

El presidente fallecido abrazando señoras, cargando muchachitos, arengando con los brazos extendidos, sonriendo, en fin, toda una colección sacada de la época cuando aún estaba en este mundo, en permanente campaña proselitista. En cada pendón –por supuesto- el logo del Psuv, la organización política que el desaparecido comandante fundó con la intención de convertirla –al igual que su modelo, el Partido Comunista de Cuba- en un grupo hegemónico que se quedaría gobernando por los siglos de los siglos.

Uno de los afiches llama particularmente la atención, sobre todo por su gran tamaño, una apabullante gigantografía que puede verse desde muy lejos. En ella aparece el extinto dirigente empapado, bajo una copiosa lluvia, con la siguiente frase: “solos somos una gota, juntos el aguacero”.

Unas cuadras más allá -bajo un solazo despiadado- una interminable fila integrada, en su mayoría, por mujeres, se apilaba frente a una conocida cadena farmacéutica. Esperaban allí desde la madrugada, con la esperanza de comprar un paquete de pañales, o de toallas sanitarias, o unos rollos de papel tualé, un jabón, un desodorante o una medicina contra la gripe que atacó a sus niños tras la última garúa. En fin, para hallar cualquier producto de esos que antes abundaban y ahora escasean en Venezuela.

No llovía, pero aguantaban el chaparrón del desabastecimiento, el temporal de la escasez, la borrasca de un país cuya economía se derrumbó luego de una época de bonanza, de riqueza, de los mayores ingresos de nuestra historia, estimados por el Ministerio de Finanzas en 1 billón 200 mil millones de dólares en los últimos 17 años, solamente por las ventas de petróleo.

Desde la farmacia, quienes hacían cola podían observar esas enormes banderolas a full color con las fotos del finado mandatario y el logotipo de su partido, separadas por escasos metros una de la otra. Cada afiche, con un costo aproximado de 2.500 bolívares. Miles, millones en todo el país. Una cuenta tan difícil de sacar, que para imaginar el monto debemos calcularlo por “la medida chiquita”.

Supongamos que de esos costosos estandartes los contratistas del gobierno imprimieron solo un millón y que los trabajadores que se movilizan todas las noches en camiones, no cobran “ni medio” para guindarlos. Serían, entonces, 2 mil 500 millones de bolívares. Pero esa es una cifra conservadora, y no estamos incluyendo lo gastado (mucho antes de que se inicie la campaña electoral) en las vallas gigantes y todo el resto de la abrumadora propaganda roja. Incalculable, ¿verdad?

¿De dónde sale todo ese dinero utilizado para manipular emocionalmente a quienes alguna vez creyeron en el finado líder? ¿Del día de salario que le quita el Psuv a sus militantes y a los empleados públicos? ¿O de los recursos del país, que deberían beneficiar a todos los venezolanos? ¿Cuántos hospitales, escuelas, vías, fábricas, empresas productivas, medicinas, alimentos, empleos, pudieran financiarse con esa millonada? ¿Cuántas casas arrasadas por las lluvias que todos los años dejan cientos de damnificados?

Pero no. Para eso no hay plata, pues la idea del gobierno es jugar con los sentimientos de esa parte del pueblo que lloró la muerte de su presidente, creyendo que de esa forma saldrá ingenuamente a votar el 6 de diciembre por la cuerda de corruptos e incapaces que lo sustituyeron, arruinaron a Venezuela, sumieron en la pobreza a 12 millones de personas, y aún así pretenden mantenerse eternamente en el poder.

Pero se equivocan Nicolás Maduro, Diosdado Cabello y todos los demás que se esconden detrás de la figura de Chávez para continuar saqueando el país. El palo de agua, el vendaval, la tempestad, el chubasco, el aguacero esta vez le caerá a ellos y los arrastrará hacia las alcantarillas de la historia, cuando los venezolanos los castiguemos con un diluvio de votos en las elecciones del 6D.

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