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El pasaje de Monseñor Celli

Recién se anuncia que el enviado vaticano para el supuesto «diálogo consensuado» en Venezuela, monseñor Claudio María Celli, ha optado por no venir por ahora. El pasaje lo dejará pendiente, en principio, para una próxima ocasión, pero en verdad no se sabe.  Lo que sí se sabe es que este «diálogo consensuado» fue y es un show político con beneficios efectivos para la hegemonía.

En la “ronda” realizada a finales del 2016, se acordaron, básicamente, cuatro puntos, a saber: 1. Facilitar la ayuda humanitaria internacional para encarar la crisis humanitaria nacional; 2. Establecer prontamente un cronograma electoral; 3. Restituir a la Asamblea Nacional sus poderes constitucionales; 4. Liberar a los presos políticos…  Nada de esto se ha cumplido. Nada. Pero aún peor: en cada uno de esos puntos la situación se ha vuelto más gravosa.

La hegemonía no permitió ni permite ayuda internacional para la crisis humanitaria nacional. Esta cada día se hace más agobiante para el conjunto de los venezolanos, y la única respuesta, hasta ahora, son las “casas de cambio fronterizas”, un dorado negocio para los enchufados con el poder. Mientras tanto, la hiperinflación, la creciente escasez y la explosión continuada y acentuada de violencia criminal, profundizan y generalizan la crisis humanitaria venezolana.

En materia de cronograma electoral, lo único que hay es una declaración del señor Maduro afirmando que en Venezuela no hay condiciones para realizar elecciones. Cierto, que bajo la egida de la hegemonía no ha habido ni hay condiciones para celebrar elecciones justas, libres y limpias. Pero es que según Maduro ni siquiera hay condiciones para que haya elecciones ventajistas y fraudulentas. El sabe, mejor que nadie, que el rechazo popular que suscita es tan masivo, que ya no quiere que hayan votaciones, ni siquiera las que suelen conducir Jorge Rodríguez y las rectoras del CNE.

En cuanto al reconocimiento de los poderes constitucionales de la Asamblea Nacional, los voceros del oficialismo señalan que la “Asamblea se auto-disolvió”, que de derecho ya no existe, que es una entelequia o un foro inocuo, sin ninguna capacidad de influir en la vida pública venezolana. Lo único que les falta por hacer es terminarla de cerrar con candado y todo. Pero quizá estiman que eso no hace falta, que no les convendría porque les echaría a perder, aún más, la imagen internacional.

Y en relación con los presos políticos, éstos aumentan en número un día sí y otro también, por obra del “Comando Anti-Golpe” que lidera el vicepresidente (con derecho a sucesión), Tareck El Aissami, y cuyo verdadero objetivo no es tanto intimidar la oposición civil, como contrarrestar el descontento militar. Por eso, ahora hay más presos políticos, tanto civiles como militares.

Los cuatro puntos del acuerdo, como se puede apreciar, no sólo no se cumplieron ni en un milímetro, sino que la situación presente es todavía más terrible que a finales del 2016. En definitiva, el supuesto diálogo convalidó todas las crasas violaciones constitucionales del año pasado: la negativa del revocatorio, la supresión de las elecciones regionales, el acoso implacable a la Asamblea, la cayapa contra los derechos humanos, amén de la destructiva situación económico-social. Pero además, por si todo esto fuera poco, sirvió como una especie de cheque en blanco para que la hegemonía persistiera en sus atropellos despóticos y depredadores.

Ojalá, por ende, que monseñor Celli no venga a darle legitimidad a semejante situación. El entusiasmo del nuncio Giordano por el “diálogo consensuado” es, al menos para mí, desconcertante. Quiero seguir creyendo en su buena fe, pero cada vez me cuesta más. Al fin y al cabo, una cosa es el diálogo político entre contrarios, incluso en condiciones extremas, y otra es el diálogo como medio de ganar tiempo para una hegemonía estrechamente imbricada con la delincuencia organizada.

Sigamos repitiendo lo mismo: la causa fundamental de la catástrofe venezolana es la hegemonía que la sojuzga. Su superación es absolutamente necesaria para que el país tenga la posibilidad de empezar a salir del foso. Esperemos que monseñor Celli se haya dado cuenta de ello, y se lo transmita a sus superiores.

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