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El Próximo no será Cono, sino Albañal Monetario

Egildo Luján Nava

El Bolívar, signo monetario venezolano que fue considerado hasta hace apenas unos años una de las  monedas más fuertes en el mundo, al igual que todo instrumento monetario útil para las transacciones comerciales, ha sufrido diversas variaciones durante el casi último Siglo.

En 1929, mientras los Estados Unidos vivían las severas acciones de la gran depresión,  sufrió su primera devaluación cuando dejó de tener una paridad igualitaria con el Dólar, y pasó a depender de Bs 3,19 por Dólar. Luego en 1941 fue nuevamente devaluado a Bs 3,35. En 1961, mientras la democracia comenzaba a dar sus primeros pasos, se devaluó a Bs 4,30. Es decir, hasta el nivel histórico referencial que pasó a registrar el 18 de febrero del año 1983,  cuando se produjo el inolvidable «Viernes Negro» y, con él, el insuperable reto cambiario que habría de convertirse en un  proceso destructor de la economía venezolana.

Dicho proceso, pintarrajeado de colores partidistas y de multifacéticas convicciones ideológicas, a decir de la autopromoción de la dirigencia de un formato civil gubernamental, terminó por convertirse en un escenario apropiado para la implementación de una serie de devaluaciones y de desequilibrios económicos, hasta llegar en 1998 a un cambio de  Bs. 565 por Dólar. Fue cuando el difunto Presidente Hugo Chávez Frías llega a la presidencia de la Republica,  se empeña en imponer el Socialismo del Siglo XXI o Comunismo a la Venezolana, y convierte al Banco Central en el dispensador de “millarditos” para la transformación de la economía desde el enfoque estatista.

Es cuando el Bolívar pasa a ser Fuerte, quizás en respuesta al renacimiento del caudillismo propio del Siglo XIX, que luego habría de apuntalar al populismo  alimentado por las mieles de los ingresos petroleros, y de su influyente poder en la avanzada de la codicia de decenas de presuntos servidores públicos, como de lo que luego sería un contingente de componentes de  presa de caza: la corrupción.

Durante 69 años de historia monetaria venezolana, entre 1929 y 1998 el Bolívar registró una devaluación oscilante entre Bs. 3,90  y Bs. 565 por Dólar, y porcentualmente equivalente a14.487 %. Y desde diciembre de 1998 hasta enero del 2019, durante la administración conocida como «Socialismo del Siglo XXI», al Bolívar lo han devaluado porcentualmente 530.973.451%.

Es importante recordar que durante las dos últimas devaluaciones, además, debieron eliminarle ocho ceros al valor del Bolívar en relación con el Dólar, por efectos prácticos de lectura. Además de haberlo calificado con fundamentos propagandísticos, como antes de Fuerte y luego de Soberano, Venezuela, también en esta ocasión, a la par de exhibir un portaestandarte desafortunado, como es el de haberse convertido en el primer país petrolero que lo arrastra una terrible hiperinflación, también muestra su condición de país de haber hecho posible el trasvase de nación con mayores alternativas de evolución social y económica, a la más dinámica en su proceso empobrecedor continental.

Obviamente, por estas razones, devaluación e inflación, se trata realmente de  hermanas gemelas causantes de toda clase de calamidades económicas y sociales. Y las de Venezuela, ya calificadas como de mega o hiperinflación, ha conformado una Tormenta Económica Perfecta, y llevado a la Nación a ser un país sumido en ruinas, hambre, miseria y desesperación. Y con tanta reciedumbre, entre la multiplicación de tantas calamidades a nivel familiar, que ha sido capaz de  generar una diáspora  como nunca se había visto en el continente americano.

Lo lamentable es que la diatriba o confrontación radical política entre los venezolanos, lejos de ser por el cómo progresar, o mejorar la calidad de vida de los ciudadanos, es intencionalmente promovida más por intereses personales de enriquecimiento o poder, antes que por ideología o convicción.

Durante la historia republicana de los últimos 100 años, Venezuela ha sido gobernada por Dictadores o gobiernos populistas teñidos de democráticos con diferentes grados de intensidad.  Apoyándose siempre en las bondades que dispensa la providencialidad de la naturaleza, a partir de la disponibilidad de bienes energéticos y mineros, se sembraron hábitos que convirtieron a una parte importante de la población en una expresión humana dependiente del centralismo.

Entonces, los gobiernos desarrollaron sus propios mecanismos para que el regalo pasara a convertirse en el medio de relación entre la sociedad y el Estado, terminando la primera en una posición de aceptación de que  pedir o recibir del gobierno todo regalado, no es condenable ni cuestionable.

Lo que sucedió, entonces, fue que el citado hecho,  lejos de incentivar la responsabilidad de estimular progreso y sustento, o de ofrecerles a los ciudadanos la opción de acceder por mérito a convertirse en verdaderos generadores de impulso o interés prioritario a  sistema de educación, por ejemplo, cedió paso a su conversión de esa parte importante de la población en cazadores de pan y de circo.

El soporte de esta cultura del ocio administrativo y de una sociedad improductiva es lo que, entre otras cosas, facilita y permite que a la Venezuela petrolera se le haga más fácil la promoción de gastos  en la compra de armas de guerra, y de desestimar la necesidad de dotar al país de dignos sistemas de educación y de salud.  Desde luego, tal situación facilita inquietudes colectivas alrededor de una inquietud presente en muchos análisis de dicha situación en el país.

Y se trata de que, más allá de montoneras promovidas por ambiciosos enquistados en los espacios de mando de los sitios de gobierno y entre instituciones armadas  sin fundamentos reconocidos, el armamentismo nacional ha sido un recurso para uso no conocido. Porque después de la Independencia, el país sólo ha dispuesto de equipos de guerra que han sido expuestos como “elementos útiles y valiosos para la paz”

Lo actual se proyecta como una ofrenda del populismo para regalar. En nombre de eso, se regalan: sueldos, bonos, subsidios, viviendas. Y se diseñan procedimientos  cuasisalvadores denominados misiones, a partir de los cuales, además, se atiende a  madres embarazadas por número de hijos, empleo juvenil para activar empresas expropiadas o compradas, viviendas prestadas, tierras, edificios y propiedades invadidas, etc, etc.

Desgraciadamente, un pueblo que está mayoritariamente  sumido en la ignorancia, y que no cuenta con recursos ni la preparación técnica para emprender su propio desarrollo, se inclina por lo más fácil: cambiar  compromisos por dádivas. Pero, además,  darles vida, razón y justificación a los gobiernos populistas.

Lo que se estima como posibilidad real que suceda en plena ebullición hiperinflacionaria, es que haya una fuerte escasez de dinero circulante, obligando a la reaparición del fenómeno monetario según el cual los ciudadanos venden los billetes por un valor mayor a si compras en el mercado, y te venden los productos más baratos que si compras con transferencia.

El problema es que no hay billetes en los bancos y menos en los bolsillos venezolanos. Y todo debido a que la misma dinámica gubernamental de mantener la estructura administrativa estatal basándose en la impresión de dinero por vía electrónica, y la imposibilidad de darle sustento a la actual sobrevivencia que ha provocado la destrucción del Bolívar, habrá que esperar el nacimiento de un nuevo Cono Monetario. ¿Bajo qué términos y condiciones?.

Desde luego, de las que se convirtieron en un recurso operativo administrativo: más y más devaluaciones, en vista de que no existe la responsable disposición de hacerle frente a las causas de la inflación hoy convertida en hiperinflación.

Los venezolanos  y su país, sin duda, en vista de lo que ha venido sucediendo desde agosto del 2018, está a punto de ingresar en una mayor celeridad  de nuevas devaluaciones. Le seguirán quitando ceros a la moneda  que, inevitablemente, luego irán  a un albañal monetario. Y eso sucederá en vista de que al régimen se le hace mucho más fácil y cómodo, entretenerse con el control del ejercicio del poder, antes que apelar a la humildad, admitir sus errores, reconocer que está equivocado. Y aceptar que si añora futuro político que garantice bienestar, tiene que plantearse salir a la conquista de un cambio de futuro. Pero no perseverando en su equívoco de apoyarse en los mismos desaciertos que han hecho nacer los errores del presente.

Para que se generen cambios reales en el alma de esta Tormenta Económica Perfecta en la que está sumida Venezuela, hay que responder gallardamente a las exigencias de innovaciones que hagan posible  la superación de las asfixiantes crisis social, económica, política, cultural y moral que han hecho del país un dolor que crece, en el medio de los riesgos del desentendimiento violento entre connacionales.

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