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El Síndrome del Emperador

“Si eres neutral en situaciones de injusticia has elegido el lado del opresor”.

Desmond Tutu

Dr. José Miguel López C. MD, Msc

Este síndrome trata sobre una patología psiquiátrica también conocida como Trastorno Oposicionista Desafiante o también Negativista Desafiante y que se caracteriza porque el niño desde temprana edad comienza a desarrollar conductas de maltrato hacia sus padres, un desprecio casi absoluto a lo que tenga que ver con atenciones y privilegio y por supuesto a todo lo que signifique obligaciones. Un patrón de irritabilidad y actitud desafiante o vengativa, manifestada con alteraciones durante la interacción con un individuo que no sea un hermano, síntomas caracterizados por: perder la calma, susceptibilidad, enfado y resentimiento, discusión y desafío con la autoridad o con los adultos, culpar a los demás por sus errores. Hay casos muy noticiosos en los cuales un niño ha denunciado ante una corte a su madre por una bofetada. Casos en los que el desprecio y la descalificación por los padres es patente en privado y en público y donde no pareciese existir nada que pudiese generar en el niño o adolescente una conducta de empatía o gratificación, una conducta más cercana a la dinámica familiar positiva que a una especie de sometimiento propio del amo y el esclavo. Este cuadro, el Síndrome del Emperador, y cuyo nombre está relacionado con los casos de asesinatos perpetrados por los emperadores romanos que ejecutaron por distintas razones a distintos miembros de sus familias, el caso de Calígula que ejecuto a su madre y hermanas, el caso de Nerón que hizo lo propio con madre y esposa, por nombrar algunos. La etiología ha sido estudiada y debatida y todos los autores parecen estar de acuerdo en que hay un origen biológico y genético del cuadro pero además existen factores agravantes para la expresión de la patología, uno de ellos el hijo único, lo que no quiere decir que todos los hijos únicos vayan a desarrollar el síndrome, pero que se agrava y se acelera su aparición en un contexto familiar de carencia de hermanos, donde tanto la sobreatención como la falta de ella pueden generar una aparición precoz y/o más severa del cuadro. Si este aspecto es llevado a las dinámicas sociales es posible encontrara ciertos paralelismos, por ejemplo, en la sobreestimación o endiosamiento de ciertos líderes que pareciesen no agradecer los apoyos, inclusive despreciándolos y burlándose de ellos y, curiosamente, manteniendo apoyo popular, líderes en apariencia únicos, por más que existan alrededor otras posibles opciones, la sociedad, entiéndase los padres, sigue derivando sus intenciones al líder carismático, al que los desprecia, los engaña y se burla. Es un fenómeno que ha resultado inexplicablemente común en muchas sociedades con líderes crueles y al mismo tiempo amados, una relación patológica que tiene que ver con carencias de lado y lado y con inmadurez también de lado y lado. Las distorsiones cognitivas, las sociales y las individuales, que rodean a los casos de síndrome de emperador, son muchas y de éstas se derivan las consecuencias nefastas que acarrean las consideraciones no correctas. Se trata de un cuadro infantil que pudiese tener una connotación social. Teniendo en cuenta que la población se convierte, de acuerdo a las circunstancias del momento, en una suerte de padre para dar a la luz a sus gobernantes, hijos creados a través de mecanismos electorales, aclamación o imposición, y que, de manera ilógica, se convierten en los que mandan sobre los creadores. La dinámica entre los padres (entiéndase el pueblo) y los hijos (los gobernantes, reyes, emperadores), generalmente debería parecerse al de la dinámica familiar, donde hijos y padres mantienen diferencias pero que nunca se yuxtaponen a aquellos vínculos afectivos propios de la convivencia estructurada de esa célula fundamental social. Dicho de otra forma, la normalidad o quizás lo esperado, estaría alrededor de la siguiente frase: el rey hace siempre lo mejor para su pueblo y recibe a cambio su aceptación. Cuando se revisa la interacción que representa la relación entre gobernante y gobernados en distintas latitudes, se encuentran cosas interesantes. Casos como el de Hungría donde el pueblo resulta ser el mayor patrimonio, objeto en función del cual se hacen las cosas en referencia a la política de ese país, cosas como restringir la entrada de inmigrantes, acción ante la cual la gran mayoría de los ciudadanos húngaros está de acuerdo, y aprueban medidas de construcción de muros. No se discute en este artículo sobre la conveniencia o no de las políticas tanto las restrictivas o de “puertas abiertas” para la inmigración, se discute sobre lo que el pueblo pide y los gobernantes cumplen, o al contrario lo que los pueblos piden y los gobernantes no cumplen como es el caso de Alemania, España o Inglaterra, entre muchos, donde el pueblo pareciese no tener el protagonismo deseado o que quizás la lógica dictaría, convirtiéndose los connacionales en una etnia más, habitante de un espacio de tierra en cohabitación con otros humanos de distintos orígenes, formas de pensar, credos, calificaciones laborales y sociales, estatus económicos, generando una pluriculturalidad que pueda o no ser productiva, y quizás con compromiso de la identidad como país. Del lado parental-social también hay responsabilidad. Los ingredientes son muchos para que este tipo de fenomenología social se de, sin embargo, son los más importantes para efectos del aspecto concreto del síndrome, la falta de atención de la población, los padres, a lo que hacen sus hijos, los gobernantes, y la recompensa automática manteniéndolos en el poder sin que se haya evaluado si realmente lo merecen. Nótese el paralelismo con el síndrome del emperador y donde el niño desafiante, malcriado, grosero, mentiroso, burlón, es premiado con recompensas como permisos para fiestas, idas al cine, regalos en Navidad, de igual forma aquellos hijos de la sociedad en roles políticos y dirigenciales, son premiados en algunas culturas, ante su ineficacia, su improductividad, pero sobretodo su capacidad de engaño reiterado a la sociedad que les dio la vida. Hasta aquí es posible decir que los padres son el espejo con el pueblo y el gobernante, con el hijo. Los padres o su paralelo, la sociedad, generalmente minimizan el problema, es decir, las acciones del niño o del gobernante no son consideradas con la gravedad como para tomar correctivos, resultando tarde luego para tomarlas. Los padres o la sociedad, personalizan y aumentan los supuestos atributos del niño o el gobernante, con lo que cualquier defecto es minimizado tanto por el supuesto afectado como por los que lo alaban y esa grandiosidad subsecuente hace que las anomalías se hagan inmanejables. La defensa a ultranza en cualquier terreno de aquellas supuestas cualidades, de infante o candidato, crea situaciones de conflicto fuera de la dinámica meramente familiar o social, generando divisiones y antagonismos, reforzando todo aquello que representa un lastre, una disfunción en los comportamientos sociales, individuales y familiares. Por supuesto y como en todo proceso patológico, la evolución no es infinita, salvo en casos anecdóticos. Llega un momento en que los mecanismos defensivos de padre y sociedad se hacen presentes. Las alarmas se encienden cuando se trata de evitar el contacto, cuando el oír hablar del personaje resulta tóxico, cuando la ira ante la percepción de situaciones injustas se hace patente, cuando hay separación y abandono de la cohesión familiar y social, cuando se empiezan a escuchar las voces disidentes que antes eran rechazadas, y es ahí que se busca ayuda, es ahí cuando lo que se piensa de manera individual sobre un determinado fenómeno, en este caso ¿qué hacer con un niño que tiene trastorno oposicionista desafiante? Y ¿qué hace una sociedad que tiene un producto que le fue asignado el mando y éste la vapulea y la maltrata, enarbolándose como superior a todo aquello que lo creo?

En el primer caso se requiere la ayuda de un profesional especializado, de manera que mediante un proceso terapéutico, en casa y en consulta, con participación de todos los integrantes de la familia, se vayan corrigiendo las fallas y donde los padres del paciente deban estar incluidos ya que muy probablemente tengan patologías que contribuyan a la inseguridad para tratar al niño, de más está decir que mientras más temprano se comience con las correcciones, antes se obtendrán resultados que puedan calificarse de duraderos. En cuanto a la segunda interrogante, donde la sociedad ejerciendo el rol parental “gesta y pare” uno de sus integrantes para el ejercicio del poder, encontrándose con un “hijo” arrogante que con burlas se vanagloria de su posición, que le fue dada y no ganada, en este caso aplican los mismos supuestos que para el caso individual. La afectación del poder, el hibrys, esa enfermedad propia de los que gobiernan, que no reconocen que sus posiciones son transitorias y para el servicio de esa sociedad que los creó y, al contrario, se tratan de convertir en superiores llegando a dictaminar que es lo que les conviene a todos aquellos que integran la masa poblacional, y por todo ello, las voces disidentes son un primer aporte en la corrección del síndrome en su faceta social, esos otros, que si bien no fueron favorecidos por el voto popular, se han mantenido criticando, exponiendo, todo lo que significa el abuso del poder, el engaño a los creadores, el desafío y la oposición a lo que la gente realmente quiere, esos que forman la disidencia dentro de una pseudodisidencia. Luego, el concurso de otras sociedades, divididas éstas, entre las que apoyan al emperador y aquellas que lo rechazan y una tercera postura donde la neutralidad es la oficial. Al igual que en el niño oposicionista y desafiante, el rechazo en el colegio, en los grupos sociales, en los juegos, en las competencias, lo hacen verse prácticamente sólo y donde sus padres sumisos y dependientes son los únicos que lo siguen apreciando en un espejismo de supuesto amor filial, mientras toleran los maltratos del pequeño tirano, de igual forma, la sociedades débiles, con poca estructura, dependientes, sin pensamiento colectivo, seguidoras del rumor e individualistas, aceptan una y otra vez los atropellos del gobernante a sabiendas que nada funciona y entonces sus individuos optan por la no participación y por tolerar esperando que algo mágico ocurra. Entonces el gobernante o el aspirante a tal cargo, con esa condición de oposicionista, se reconstruye en su concepto para convertirse en un adversario audible con discursos grandilocuentes en concentraciones que despiertan el rabioso aplauso, lo cual pudiese estar bien visto y empezando a cobrar empuje, sin embargo cuando la sociedad que le dio forma cree que su desempeño es lineal, de una sola palabra, cuando esa sociedad que le dio vida piensa que los pilares de su discurso y de su accionar son inamovibles, es ahí cuando empieza a mostrar sus verdaderas intenciones. Un discurso de cambio constante, convocatorias estériles sólo realizadas para medir la fuerza en la calle, sonrisas y más sonrisas en una sociedad herida de muerte, la mentira como norte absoluto de su lenguaje. Pero lo más curioso es que ante el rechazo de la entidad que les dio vida, ese pueblo abatido por el sufrimiento, se convierten de manera natural en victimizadores secundarios, aquellos que maltratan a un pueblo ya maltratado que se deja influenciar por la esperanza de un discurso fatuo, sin siquiera coherencia gramatical, palabras de aparente firmeza, robotización de gestos faciales y movimientos de manos, en fin, una parodia de liderazgo emergente. Lo anterior por muy increíble que parezca, ocurre y ha ocurrido históricamente, baste saber de las negociaciones en las guerras escocesas contra Inglaterra, alrededor de los siglos XI y XII y donde mientras se caían a hachazos en el campo, por otro lado los líderes de las Tierras Altas, jefes de los clanes, negociaban con el rey inglés más tierras a cambio que no se sublevaran y se mantuviesen leales a la corona, a cambio que delataran a los líderes emergentes que peleaban por una sola causa, la libertad. Un ejemplo bastante obvio de colaboracionismo hace mil años. El colaboracionismo, y siguiendo con los ejemplos históricos, fue acuñado en la República de Vichy por el Mariscal Pétain cuando exhortó en un discurso a colaborar con los nazis. Pétain, héroe de Verdùn, pero simpatizante con la ocupación de su país, Francia, durante la Segunda Guerra. El colaboracionismo, una forma de oposición, no al enemigo sino al amigo, es quizá la práctica de traición más difundida, tanto, que hoy en día y dependiendo de momentos y lugares, puede llegar a no considerarse como el acto delictivo que priva en las leyes, sino se solapa con los discursos pacifistas, ecologistas, inclusivos, pero que en realidad son propios de seguir a una corriente política, generalmente la izquierda y por tanto oponerse a cualquier cosa que huela a conservadurismo o libertarianismo o anarcocapitalismo, también para mantener cuotas de poder sin importar el maltrato poblacional y para enmascarar ilícitos tras la cortina de un sistema de silencio cómplice, falta de auditorías y sin castigo. El caso de los nacionalistas ucranianos que se ofrecieron para formar parte de las tropas de Hitler durante la ocupación de territorios de la antigua URSS, puede dar lugar a cierta controversia ya que para muchos autores dicho colaboracionismo obedecía al inmenso rechazo por Stalin y sus políticas de terror y hambre, sobretodo en Ucrania (Holodomor), sin embargo, fueron rechazados sus apoyos por Goering diciendo “no se alimentaran bocas innecesariamente, están aquí para servir al Reich hasta morir”. Es importante dejar claro que, en caso del Síndrome del Emperador en su versión social, los niveles de “disfrute”, la discursividad plana, sin emotividad ante la muerte de un pueblo, ante la destrucción del país, ante la desintegración institucional, son inamovibles, no sólo en el gobernante, sino en el séquito, tanta es la falta de sintonía emocional, la falta de lágrimas, la falta de gritos, de escritos movilizadores, que llegan a superar a las peores psicopatías. Entre los elementos potenciadores del cuadro, ese cuadro en el que el elegido se opone y desafía al elector, ese elector que le dio forma y vida, están: la afinidad política, uno de los más frecuentes y donde aquel hecho que va de la mano con que el enemigo sea de izquierda o derecha (o pretenda serlo), socialista o demócrata cristiano, genera algo así como un tropismo que hace que tanto el emperador como su séquito se sientan en algunos momentos bajo una ambivalencia entre el acto propio de destrucción popular y la famosa construcción de esa tan cacareada “justicia social” que supuestamente también profesa el enemigo. La ceguera propia del adoctrinamiento político, no les permite ver (incluyendo el que no quieran ver) que todo aquello que atente contra la sociedad es de obligatorio enfrentamiento y sin cuestionamientos, sin embargo y como ya se ha expresado con antelación, los objetivos son otros.

Otra razón para el colaboracionismo tiene que ver con el miedo, la coacción, la amenaza por parte del sistema en el que se está colaborando y que lleva a volverse parte de él, con todas las implicaciones de desprecio social que conlleva, sin embargo, se pudiese considerar como la forma, quizás, menos mala de aquellas formas de colaboracionismo, por aquello de actuar bajo la presión de un arma en la sien, por lo menos en apariencia. Por último, el colaboracionismo oportunista donde no hay bandos, hay ganancias. Tanto el niño que ataca a sus padres como el gobernante que ataca a su sociedad, tendrá socios que se asemejen a sus comportamientos y rechazará a quienes le cuestionen. La gran pregunta que se plantearía a estas alturas sería ¿Es culpable el niño o el gobernante por ser cruel con sus progenitores y sociedad o son culpables padres y pueblo por no haber puesto los límites necesarios y haber endiosado e idealizado a ese que los maltrata? La respuesta pudiese estar en una disciplina relativamente nueva, conocida como epigenética y que estudia las manifestaciones de la expresión de los genes de acuerdo a los factores externos predisponentes. En otras palabras, un animal tendrá mayor crecimiento de pelo en un ambiente frío y ese crecimiento se deberá a ciertos genes que en un ambiente de calor no se hubiesen activado, así mismo su pelambre se oscurecerá para acumular calor o aclarará para mimetizarse en la nieve. Tendrá patas con plantas con mayor grosor de queratina para estar más tiempo parado en el frío suelo. A estos cambios se les denomina adaptación, no evolución. De igual manera un niño con síndrome del emperador o trastorno oposicionista desafiante, en un ambiente de hijo único, producto de unos padres que deseaban descendencia de manera casi obsesiva, y además con todas sus necesidades cubiertas y más allá, tendrá muchas más probabilidades de desarrollar el cuadro, es decir, los genes del trastorno se expresarán de una manera más rápida y eficaz, en cambio si el niño nace como número cinco de la camada, sometido por todos los hermanos, sin afectividad de los padres, maltratado, sin escuela, sin alimentación adecuada, quizás podrá desarrollar otro cuadro pero no el que está en referencia, y si lo desarrolla será de manera sublimada. Si el niño igualmente nace en una familia con pocos hijos, con afectividad parental adecuada, con todas sus necesidades cubiertas, pero con un sistema de límites, donde no se transgredan las normas y donde toda recompensa es producida por una tarea previa bien cumplida, igualmente las posibilidades que el cuadro se de serían muy bajas, sin embargo, hay que enfocarse también y con esta misma metodología en el escenario del Síndrome del Emperador en el contexto social. Igual que hay distintos tipos de niños, igual los hay de sociedades, hay las sociedades sumisas, las emancipadas, las post traumáticas, las ganadoras, las productivas, las perdedoras, las sumisas, las sibaritas, las conflictivas y así un sin número de calificativos. Las sociedades más autogénicas es decir las que nacen de poblaciones más autóctonas y menos mezcladas, tienden a tener mayor arraigo de país, mayor criterio de pertenencia, un amor a esa entidad abstracta y significativa conocida como patria y orgullo, en ocasiones exagerado, por su nacionalidad. Una sociedad sumisa puede “engendrar” gobiernos que las mancillen, igual que las sociedades desarraigadas o aquellas con multitud de influencias foráneas y donde los factores propios de los distintos países que la conforman hacen que cada uno de sus miembros se decante por una particular cultura sin importarle mucho el todo, cultura que pertenece a los ancestros. En cambio, las sociedades supervivientes de guerras, confinamientos y genocidios, producen generaciones de enorme fortaleza, por supuesto siempre y cuando se den las condiciones de espacio físico, cultura, creencias y hermandad, amén de la posesión de los medios de producción en manos privadas, sin que ello implique un pecado, entre muchas otras variables. Una sociedad de este tipo, una que haya vivido el dolor y que al mismo tiempo engendre un gobernante maltratador, mentiroso, en resumen, improductivo y destructivo, será rápidamente protagonista en su neutralización, antes que alcance la oportunidad de ejercer cualquier tipo de daño, ya que las herramientas de control político por parte de los individuos se activarán en forma de protestas, huelgas, referéndums, y la más fuerte, el voto popular. A manera de resumen este artículo pretende hacer un paralelismo entre una patología propia del ámbito de la psiquiatría infantil como lo es el Trastorno Oposicionista Desafiante o también Negativista Desafiante, conocido metafórica y coloquialmente como el Síndrome del Emperador y que consiste en cambios conductuales y emocionales infantiles desde edades tempranas, caracterizados por retos a la autoridad, infracción de normas, desobediencia, no sólo a padres sino a docentes y cualquiera que tenga una posición de autoridad, engaños, fabulaciones, construcciones propias de un mundo irreal que venden como propio. Se establece entonces un paralelismo donde los padres, representados por la sociedad, crean y crían un niño representado por el gobernante elegido y/o aclamado, y donde el desafío contra esa sociedad parental y la conducta retadora se vuelven las constantes. Aquí se hace necesario hablar de la perpetuación del cuadro en parte debida a la complacencia y sumisión y donde la sanción que permite la corrección de los entuertos no forma parte de las dinámicas, y donde ese niño-gobernante se siente lo suficientemente confiado como para retar una y otra vez a una población que le dio vida.

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