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Gatos por liebres en el arte


En ocasión de visitar la bucólica población de Cubiro, en una hermosa montaña a una hora de Barquisimeto, Venezuela, en caravana de tres vehículos porque teníamos parientes de Caracas de turistas por Guarolandia, estacionamos a un lado de la plaza, y de la mano con mi hija menor me dirigí a la entrada principal de la Iglesia. La niña, de seis años entonces, me frenó preguntándome “¿por qué vamos a entrar aquí si nosotros no creemos en eso? . Tuve que explicarle que los templos son valiosa expresión de Arquitectura e Ingeniería, y a menudo contienen obras de arte como pinturas, tallas en madera, esculturas, todo lo cual podemos apreciar y disfrutar sin que necesariamente seamos creyentes religiosos (y eso rige también para mezquitas y sinagogas, que he visitado en condición de curioso cultural). En otra oportunidad, circulando por las calles del Cementerio General del Sur en Caracas, para visitar la tumba de mi madre, vimos muchos mausoleos con grandes esculturas de mármol representando ángeles -por supuesto con alas-, y la misma hija, ajena al indoctrinamiento dogmático que desde tempranas edades les llena el cerebro con las figuras de seres imaginarios, diablos, querubines, vírgenes y santos (con frecuencia levitando), luego de haber visto varios de esos ángeles de mármol, expresó “¡ Ah buenas mariposotas hay aquí !”. 

Convencido de que forma parte de los deberes de todo progenitor, inculcar en sus hijos el gusto por las más sublimes expresiones del Arte, como también el disfrute de la lectura, algunos fines de semana cada tantos meses, llevaba a mis 4 hijos al Museo de Barquisimeto, donde -es la teoría esencial, y es lo que yo encontré en mis visitas a docenas de museos, en Venezuela y en el exterior- ofrecen al público una selección de obras de alta calidad, pinturas y esculturas que muestran las representaciones e interpretaciones de la realidad, que a través de los tiempos (desde los petroglifos y las figuras plasmadas en cavernas) nuestros ancestros y contemporáneos han realizado, lo que nos permite admirar sus destrezas y talentos con los pinceles, manos y cinceles, y conocer rasgos de cada época pasada, previas a la fotografía. Cada vez que -un sábado o un domingo- interrumpía su rutina de juegos ordenándoles bañarse y vestirse para ir al museo, obedecían con obvio disgusto por el cambio de actividad y la poco atractiva perspectiva de invertir tiempo de jugar, en recorrer salas con lienzos y esculturas.

En una deplorable visita, la sala más grande del museo estaba ocupada por una veintena de “obras” elaboradas uniendo partes de objetos rotos, ramas, rines o ruedas de bicicleta, trozos de tela, para conformar una especie de collages tridimensionales, con títulos deliberadamente ambiguos, “Universo acongojado”, “Recuerdo angustiante”, “Soledad repartida”, y todos indicaban ser “Propiedad del autor”. A la salida, había un libro grande con páginas en blanco, dando espacio para comentar acerca de la exposición. Grabados en mi memoria quedaron dos breves opiniones; 1. “Si juntar basura con basura es arte, todos somos artistas”. 2. “¿Cómo no van a ser todas propiedad del autor? Nadie va a comprar esas vainas”. Como guinda a la torta que sin intención puse, al obligar a mis hijos a tener aquella terrible experiencia, mi hija menor, la respondona con ingenio, que no pronunció palabra durante el recorrido por aquel absurdo, apenas salimos del Museo me dijo: “¡ Y tú nos trajiste a ver esa horripilantiquez! (creando una híbrida y muy apropiada palabra). 

Los tres párrafos anteriores son el prólogo a mi enfoque de la decadencia que gradualmente ha estado invadiendo los predios de museos y galerías, sobre todo en países del tercer mundo, con obras que pretenden hacer pasar por Arte, sin llenar los requisitos mínimos de calidad en los resultados, que a su vez reflejan el escaso o insuficiente talento de sus autores. La absoluta mayoría de las obras de los museos más prestigiosos del mundo, como El Louvre en París, El MOMA en NY, El Prado en Madrid, el del Vaticano, El Hermitage en San Petersburgo, el enorme grupo de museos y galerías de Washington DC, demuestran calidad suficiente como para ser exhibidas en esos centros que coleccionan y comparten con el inmenso público visitante el mejor Arte, y por ello mantienen su potente atractivo para quienes disfrutan de las más exquisitas pinturas, esculturas, fotografías, reliquias, tesoros arqueológicos, artesanías, instrumentos, herramientas, armas, carruajes antiguos y vehículos modernos, etc. Pero, gradualmente han venido incorporando objetos, cuyos autores se autodenominan artistas, sin serlo, y el contrabando ingresa a museos y galerías con el celestino aval de ciertos curadores que se suscriben a la demagógica corriente de lo políticamente correcto, en la cual se afirma que todo es normal y meritorio, la fealdad y la impostura no existen, la calidad es inherente a cualquier cosa que emane de la voluntad de una persona, «siempre que sea hecha con buena intención». El dañino igualitarismo infecta el mundo del arte, y se equiparan un Rembrandt, un Velásquez, un Da Vinci, un Buonarroti, un Michelena, Un Cabré, un Villalón, con cualquier garabato elaborado por un patán sin talento pero con sobradas agallas y padrinos progre que apoyan esos despropósitos, tan perjudiciales para la formación cultural de las nuevas generaciones, que deben soportar la invasión de esperpentos pictóricos, esculturales, “artísticos” en general, a cuenta del nuevo enfoque holístico y demagógico que sostiene que no hay diferencias entre “La piedad”, “La victoria de Samotracia”, “La Monalisa, y cualquier morisqueta perpetrada en dos o tres dimensiones por un hombre común poseído por el afán creativo y un ego tan grande como su ignorancia respecto de lo que el Arte es y debe ser
Mientras sociedades privilegiadas pueden admirar obras de Renoir, Degas, Van Gogh, Dalí, Antonio Guzmán, Catalano, Mueck, Di Módica, Hanks, Caravaggio, Berlini, Sorolla, los pueblos del tercer mundo, sometidos por oclocracias que, por supuesto, siguen las tendencias de la corrección política, deben conformarse con los lienzos, los mármoles, metales, arcillas, maltratadas por gente sin talento artístico pero súbditos incondicionales de los regímenes que los califican como artistas y destinan espacios en sus museos y galerías para que exhiban sus agresiones a la belleza, a la armonía, a la precisa combinación de colores y pinceladas, a la perfecta reproducción de los rasgos en la exigente transformación de la arcilla, de la piedra y la madera nobles, de los metales, como si no fuesen insultantes, tanto a los genuinos artistas como a las audiencias que buscan y merecen encontrar Arte puro, no demagogia populista, correcta política y nauseabundamente.

Consideran “expresiones artísticas populares” a los narco-corridos, igualados a las sinfonías de Mozart, Chopin, Tchaikowsky o Bethoven, o las ya clásicas melodías de jazz, bolero, danzón, rumba, guaracha, baladas. El regatón más chabacano, con sus vulgares coreografías, a nivel de lo más sublime de compositores y bailarines consagrados, Rafael Hernández, Bernstein, Manzanero, Aldemaro Romero, Agustín Lara, Perales, Chelique Sarabia, Carrillo, Simón Díaz, Herrero/Armenteros, Ariel Ramírez. Empatados Eiffel y Farruco, garabato en pleno centro de Caracas. Tutankamón y Chávez de tú a tú en sus respectivos sarcófagos, museos y trayectorias.

Andrés Boulton, genuino y muy calificado crítico, denunció en los años 80 a un argentino que plagiaba a un famoso artista venezolano, y el cínico sureño negó que fuesen plagios, pues “apartando los obvios parecidos, él había elaborado cada una de sus obras”. En 2006 vi, en una galería del CC Sambil de Caracas, una obra correspondiente a los paquetes que en ese momento pintaba José Antonio Dávila, pero la firmaba un italiano que plagiaba a pedido de la galería. Al fotografiar a un joven que copiaba con absoluto descaro uno de los famosos caballos de Bernardo Nieves, tuvo el tupé de decirme que estaba prohibido tomarle fotos, como si fuese lícito el plagio que él estaba cometiendo. En Europa autorizan a los artistas que quieren copiar a los clásicos, pero cada copia debe señalar su condición de tal. En la Feria de Miami “Art Basel”, este mes, el presunto artista Maurizio Cattelan presentó una banana pegada a la pared con duct-tape, y la noticia indica que fue adquirida por 120.000 dólares (aunque un “performer” luego tomó el cambur, lo peló y se lo comió, en una actuación que compite en chabacanería con la perpetración primigenia). Ese mismo Cattelan, payaso del arte, había exhibido un inodoro chapado en oro en el palacio Bleinheim del Reino Unido. Y en la Tate Modern exhibieron una  canoa, en la que una salchicha entraba y salía.

En algunos casos, además del talento se reconoce la creatividad cuando el genuino artista, que ha demostrado dominio sobre su oficio, cualquiera de las expresiones del arte (o la literatura), produce una obra vanguardista que se diferencia de todo lo anterior y propone un nuevo campoPicasso y Dalí dieron sobradas muestras de su genio pictórico en la dimensión tradicional, antes de producir las obras por las cuales se convirtieron en pioneros (del cubismo, del surrealismo), y sus méritos residen en haber sido los primeros en pintar de esas maneras. El mayor mérito de Cristóbal Colón no derivó de sus dotes como piloto naviero, ni siquiera en haber sumado un nuevo continente al mapamundi (murió sin saberlo, pensó que había llegado a la India, en nueva ruta al lejano oriente, de allí que llamaran indios a los aborígenes de estas tierras). Su mayor mérito radicó en haber rechazado la convicción mayoritaria de que la Tierra era plana, y que navegando hacia el oeste inevitablemente los barcos y sus tripulaciones caerían por el borde de esa Tierra plana, en torno a la cual giraban el sol, la luna y las estrellas del firmamento. Es probable que antes de Colón, otros navegantes (vikingos por ejemplo) hayan alcanzado las costas de Norteamérica, pero como no dejaron registro formal de esos eventos, correspondió a Colón la gloria histórica. Hacer esa travesía hoy es rutina, y nadie que vaya de un extremo a otro del océano Atlántico o del Pacífico, se vanagloria por haber hecho una proeza única y pionera, que es el caso de charlatanes como Cattelan y sus cómplices en la estafa pseudo artística de Miami, que ignoran u omiten mencionar que el mérito primigenio de convertir objetos comunes y corrientes en caprichosas obras de arte, corresponde a los pioneros. Como Marcel Duchamp, quien formó parte de la vanguardia que produjo trascendentales cambios en la forma de hacer e interpretar el arte. Duchamp en 1913 exhibió una “Rueda de bicicleta sobre un taburete”, iniciando una corriente de Vanguardia, en 1917 presenta su “Fuente” (un Urinal acostado). Lo que entonces era absolutamente original y buscaba generar cambios en las perspectivas del público, era indudablemente meritorio. Pretender pasar por vanguardista más de un siglo después, caso de Cattelan y otros bribones, es algo patético con hedor a estafa dirigida a absolutos ignorantes o nuevos ricos, incapaces de distinguir entre talento y basura.

Por cierto que nuestro insigne Simón Rodríguez, Maestro que marcó su impronta en su pupilo y tocayo Simón Bolívar, Libertador de cuatro  naciones, también fue un atrevido vanguardista en la tercera década del siglo 19. De visita en Bolivia, nación creada por Bolívar y Sucre a partir del territorio del Alto Perú, como huésped de honor del presidente Sucre, organizó una reunión para altos dignatarios y funcionarios, en la que sirvió las bebidas en vacinillas (nuevas por supuesto), lo cual provocó una pésima reacción de los invitados, incapaces de interpretar la intención iconoclasta de esa puesta en escena Robinsoniana. El poeta García Lorca puso su grano de arena en esa corriente vanguardista, nos dejó la expresión “la flor en el culo del muerto”, que evidentemente no refleja ninguna porción del ritual en torno a los fallecidos, a quienes la tradición, durante el velorio y el entierro, jamás ha incluido colocar una flor cerca de esa porción del cuerpo. Era parte de su contribución a la obvia irreverencia que caracterizaba al vanguardismo de sus compañeros artistas, y no tendría hoy mérito alguno que un poetastro, pretendiendo dárselas de vanguardista, incorporase a uno de sus versos una línea como “El tulipán entre las nalgas del occiso”, o “La orquídea en el pene del difunto». Plagio mondo y lirondo”. 

Hasta el siglo 19 hubo un monopolio del tema religioso, que prevalecía en pinturas, tallas y esculturas. Fue difícil y gradual la aceptación de otros temas, lo “clásico” imperaba, rechazando lo que no fuese de elaboración e imagen ortodoxa. Las corrientes modernistas que proponían nuevos enfoques eran repudiadas (se dice que, en vida, Van Gogh sólo vendió un cuadro), pero paulatinamente las nuevas tendencias encontraron sus espacios y su público. Desde los años 80 del siglo 20 las grandes empresas dedican parte de sus capitales al patrocinio de las artes, museos y galerías se benefician de esos importantes aportes que, en los casos de petroleras, tabacaleras, farmacéuticas, buscan mejorar sus imágenesocultando lo contaminante y lo poco ético, tras la fachada de mecenas de exposiciones de  artistas plásticos o escritores. En este siglo 21 aparece “lo políticamente correcto” que con su demagogia sostiene que nada es feo y todo es meritorio, tras lo cual todo tipo de engañifas es posible en torno al arte y la dimensión que conjuga la estética, el talento y la creatividad, dando lugar a los contrabandos de basura etiquetada como arte. Su más vergonzosa expresión ocurrió hace pocos años, cuando premiaron en una Bienal de Venecia la vulgar invasión en Caracas de un moderno rascacielos terminado en un 80%, por un centenar de marginales que ranchificaron la estructura, afeando el entorno, anulando las inversiones y aumentando la inseguridad del sector. Premiar como “muestra de creatividad artística popular” una expresión de barbarie, sólo aplaudida por los energúmenos del régimen militarrepresivo y corrupto,  que auspició esa salvajada, evidencia el grado de degeneración de una porción del esquema encargado de seleccionar, organizar y ofrecer una parte de las obras que deben representar al arte contemporáneo.  

Esta descarada tendencia de ciertas galerías y museos, de presentar contrabandos, basura carente de talento, originalidad, calidad, termina pareciéndose a esas Catas a ciegas, en las que los expertos eligen como el mejor vino, al más barato y desconocido de la muestra seleccionada. Lo que Natura non da, Salamanca non lo presta, aunque algunos galeristas y curadores se presten para redondear la estafa de equiparar la infinita calidad y hermosura del legado artístico acumulado durante milenios, con la fealdad y absoluta falta de talento de “obras” deleznables, perpetradas con la terrible y descarada intención de integrarlas al muy valioso bagaje que heredamos de la élite de genios que produjeron obras de arte que no admiten dudas sobre su calidad y trascendencia. Ya basta de burlarse del arte y del buen público, con las excrecencias de mediocres sin talento artístico ni escrúpulos, ocupando los espacios de museos y galerías donde esas “horripilantiqueces” ni siquiera engañan a una niña de seis años con mínimas nociones de belleza.

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