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La dieta del doctor Maduro

En una paradoja que parece imposible, los venezolanos están aumentando la circunferencia estomacal. Por lo menos eso es lo que dicen las estadísticas oficiales. Y así lo creo yo, aunque with a grain of salt, como decimos los pitiyanquis. Por una razón muy simple: la mala nutrición hace aparecer características como esa. O sea que es solo el síntoma de un mal. La protuberancia ventral que se observa con frecuencia en las clases populares no quiere decir que están comiendo más y mejor, sino todo lo contrario. La comida chatarra —que en mucho es lo que se consigue en los Pedeval y Bicentenario— abunda en carbohidratos y en grasas saturadas nada saludables. Por el contrario, los demás, los que nos negamos a hacer colas inmisericordes para adquirir bienes, estamos en la línea, abdomen plano. ¡Claro, la dieta que nos ha recetado el detentador de la presidencia —que se cree “facurto” como su en mala hora legador— se pasa de estricta! No conseguimos las cosas que queremos en los supermercados, puros anaqueles vacíos, o llenos con refrescos tamaño familiar, que es el recurso que han inventado los tenderos para disimular y llenen pasillos completos con eso. Por otra parte, los restaurantes (que eran un lujito clase media que nos dábamos de cuando en cuando) ya están fuera de nuestro alcance por el deterioro de la moneda A ellos solo acuden los boliburgueses y los enchufados. ¿Y qué decir de la caña? Que era algo que algunos consumíamos eventualmente con la excusa de aumentar las calorías y desinfectar el aparato digestivo.   Para decirlo solo en dos palabras: inalcansable.

La falta de esto último, y —algo que explicaba recientemente esa aguerrida periodista y querida amiga que es Charito Rojas— que no se podrá hacer hallacas pregonan una Navidad bien austera. Aunque estemos henchidos de alegría y orondos de entusiasmo por el triunfo del 6-D, nos van a hacer falta las hallacas, porque las pasas, las alcaparras y las aceitunas son importadas; el cerdo y las gallinas están por las nubes (único país del mundo en el cual esas especies han volado hacia la tropósfera). Lo mismo sucederá con el pan de jamón: la harina de trigo es un monopolio oficial, el jamón que se emplea no es del que se produce localmente, y las cositas que adornan el relleno —y que ya mencioné cuando hablé de las hallacas— harán imposible su consumo.

Ni siquiera el dulce de lechosa estará en la mesa: nos lo habremos comido todo la noche del 6-D, celebrando el triunfo.

Si la dieta que nos ha sido impuesta por el taumaturgo de a locha que reside en el palacio de Ciliaflores se redujera a la comida se limitara a la ingesta, ya sería bastante grave. Pero es que también implica restricciones a la buena salud. Y para ejemplo, déjenme que les plantee un caso bien banal, el mío. Por una afección bronquial severa, acudí a consulta médica. El galeno prescribió antibiótico, nebulizaciones y antitusígeno. A pesar de haber ido a más de diez farmacias, no conseguí sino el jarabe contra la tos. Ni la medicación que se añade a la solución fisiológica ni el antibiótico aparecieron. En la última farmacia, el empleado me explicó la razón de la falla: “Señor, es por eso del precio justo. La azitromicina está regulada en Bs 26; y con ese precio, el fabricante no puede pagar ni la cajita en la que viene”. Dije en voz alta: “¡Otro logro de la robolución!”, y los demás que estaban en la farmacia se hicieron los locos. Por eso estamos como estamos… Para hacer el cuento corto: si no fuera porque tengo familia —algo que muchos chavistas ponen en duda— ya estuviera sin pulmones. La hija que vive expatriada en Costa Rica hizo lo imposible y logró que me llegara el antibiótico; y la nuera —quien por tener niños pequeños debe ser precavida y estar apertrechada— tenía lo de las nebulizaciones. Si lo mío, que era una piche infección, no pudo ser solucionada con los recursos locales, ¿cómo será la crujía que deben atravesar quienes tienen enfermos de verdad-verdad en sus familias? No es justo que nuestros compatriotas que sufren de leucemia, cáncer, lupus, esclerosis múltiple y demás males parecidos en su gravedad estén padeciendo porque una pandilla se apropió de la riqueza más grande que haya llegado a Venezuela en toda su historia e, inmisericordemente y sin escrúpulo alguno, haya reducido al país al deplorable talante que tiene hoy.

Contra eso es que debemos luchar. Hay que retrotraer a Venezuela a la senda del progreso que llevaba antes de estos tres lustros de comunismo velado que sobrellevamos. A los responsables habrá que hacerlos pagar ante tribunales serios —no esas “cortes de los milagros” que presiden los jueces del horror— por sus muchas sinvergüenzuras. La lucha deberá ser, de necesidad, por etapas. La primera ya tiene fecha: el 6-D. ¡A ganar, a no dejarnos robar, y a cobrar! Esa deberá ser la consigna…

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