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La economía venezolana cayó al piso

Los indicadores de la economía venezolana son más que preocupantes, son dramáticos. El gobierno no rectifica, insiste en las políticas económicas fracasadas del llamado plan de la patria. No retrocede, avanza hacia el precipicio.

La Academia Nacional de Ciencias Económicas acaba de declarar que está “alarmada por el sostenido deterioro en las condiciones de vida de los venezolanos”, consecuencia de “la inflación más alta del mundo, un desabastecimiento extendido, desempleo, un empobrecimiento acelerado y un aparato productivo en el suelo”. Y se lamenta de que no haya “rectificación de políticas para poder superar las terribles penurias que sufren los venezolanos” debido a que “se han creado poderosos intereses en torno a la permanencia” de esas políticas que “han terminado por arrollar los baluartes morales”. Alusión elegante, académica, a la corrupción.

Venezuela lleva tres años de contracción económica. El FMI ubica la caída del PIB para este año en el 10%, y la CEPAL, un poco más benignamente, en el 8%. El FMI estima una inflación del 720% para este año y del ¡2.200%! para el año 2017. El déficit fiscal se sigue financiando monetariamente con dinero inorgánico por el BCV. Las reservas internacionales han caído por debajo de los 12.000 millones de dólares y no hay expectativa de un mejor y satisfactorio ingreso de divisas petroleras, lo que significa que, al no haber recursos para importar lo que no producimos internamente, habrá más escasez de alimentos, medicinas y materias primas e insumos para el aparato industrial. Estas falencias que agobian al país son las que permiten, a duras penas, cumplir con los compromisos de la importante deuda externa que tiene el país.

Tiene razón la Academia Nacional de Ciencias Económicas: la economía nacional está en el piso, después de la gran bonanza petrolera, que se malversó, no se aprovechó para crear previsivos fondos de ahorro, y facilitó el surgimiento de colosales enriquecimientos ilícitos.

El pasado viernes 12, el ocupante de Miraflores, Nicolás Maduro, anunció un aumento del salario mínimo y de los tickets de alimentación. Los economistas y quienes somos aficionados al estudio de la economía sabemos que esos aumentos se los tragará rápidamente la inflación, se volverán sal y agua, como se dice coloquialmente, o, como se diría en lenguaje académico, son una simple ilusión monetaria. Mientras no se rectifiquen las políticas económicas que se han venido aplicando, habrá escasez, colas, intentos de saqueo de comercios, y los aumentos salariales no alcanzarán para comprar, si se consiguen, los alimentos y los fármacos necesarios para proteger la salud. Hambre generalizada y muertes que pudieron evitarse. Por eso, el Secretario de Estado del Vaticano, el cardenal Pietro Parolín, invita a rezar por el “gran sufrimiento de la población venezolana”.

Da vergüenza que el Secretario General de la ONU, Ban Ki-moon, no se equivoca cuando informa al mundo que “en Venezuela hay una crisis humanitaria donde las necesidades básicas no pueden ser cubiertas”, y cuando la prestigiosa revista Time recuerda que Venezuela fue “alguna vez el país más rico de Latinoamérica, y ahora se está derrumbando, se está muriendo”.

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