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La Inmovilización

Durante tres meses he tenido la rodilla izquierda inmovilizada. No sufrí una fractura de rodilla. Tuve una torsión de rodilla, una fractura de tibia y dos fracturas de peroné. Como decidieron no operarme, siguiendo los protocolos establecidos por el Covid-19, simplemente me alinearon los huesos haciendo un procedimiento de tracción, después de haberme anestesiado en el cuarto de la clínica, y me enyesaron la pierna desde los dedos de mi pie hasta la mitad del muslo. Hace una semana y media me quitaron el yeso.  Lo estaba anticipando.   La  sensación de libertad al principio fue fabulosa.  Me habían dicho que mi pierna estaría muy delgada.  Sin embargo, resultó que más bien tenía un edema por lo cual se veía hasta un poco más gruesa que la otra.  La coloración de mi piel era totalmente distinta.  Además, la planta de mi pie y casi toda mi pierna estaban recubiertas de una piel gruesa que casi parecía de cocodrilo.  Aunque creía que me había preparado psicológicamente para cuando me quitaran el yeso por cuanto me habían dicho que volver a caminar requeriría de terapia, no estaba preparada para las sensaciones de ese momento y de los días siguientes.  A pesar de haber hecho fisioterapia 3 veces a la semana desde mi caída, cuando medio logré poner la planta de mi pie izquierdo en el piso, no sentía nada parecido a estabilidad.  Me dijeron que por un tiempo tendría que apoyar solamente la punta del pie y seguir caminando con la andadera para evitar otra caída.  Tenía más libertad pero ahora, a pesar de no tener un yeso que me inmovilizara la rodilla, lo que me limitaba era el dolor.  No podia doblar la rodilla. Con terapia todos los días ahora ya puedo doblar con esfuerzo la rodilla hasta un ángulo cercano a los 90 grados.  Poco a poco, paso a paso, y con el favor de Dios, me recuperaré totalmente y podré hacer algunos de los viajes que aún me gustaría hacer.

Aunque la inmovilización fue necesaria en mi caso, lo ideal en la vida es no quedarnos paralizados independientemente de las circunstancias. Nuestro espíritu debe estar en constante movimiento, aunque a veces repose para recibir la energía y luz que requiere para seguir en movimiento.  No debemos permitir que las circunstancias de nuestra vida, ni los obstáculos, escollos o tribulaciones nos inmovilicen.  Podemos parar para pensar, para reposar, para reponernos y decidir cómo actuar, pero no debemos quedarnos inmovilizados.  La inmovilización nos limita y nos agobia.  Si nos quedamos inmovilizados, será mucho más difícil ponernos en movimiento de nuevo. 

Prendamos una vela y pasemos la luz!

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