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La palabra y el laberinto

“Si un árbol es un milagro, no lo es menos un deseo, una palabra.”

Rafael Cadenas

Cófrade de esa estirpe de revenants tenaces, a mi amiga Beatriz es posible imaginarla en medio del naufragio, atada al mástil, brazos en alto, dando aliento y razones a una tripulación que teme ser tragada por el temporal. Lo bueno de su optimismo es que no sucumbe al trapacero Síndrome de Poliana, esa vocación por omitir el lado oscuro de las situaciones y sólo percibir o transmitir lo positivo. No: en ella la palabra abraza el argumento y su hábitat, no desdeña la realidad que nos aborda con sonrisa desdentada, sino que más bien se ancla al desmenuzamiento de las fortalezas que ese mismo contexto ofrece a nuestros objetivos. Por eso encontrarla en días tan maleados por la desazón, repasar juntas la certeza de que resistir de pie en este país y apostar a su reconstrucción es un compromiso activo, una decisión sensatamente asumida, un reflejo de la convicción de que no podemos paralizarnos mientras unos pocos confiscan nuestra memoria e identidad, fue gracia invaluable. Ese lúcido modo de gestionar la adversidad, de creer que aún lo pavoroso puede ser transformado, de comunicar la necesidad de no rendirnos –“El paraíso terrenal está donde yo estoy”, clamaba un impío Voltaire- nos hace recordar que la palabra también nos salva.

2106 fue año que convidó a los venezolanos a una descortés montaña rusa, eso es indudable; no obstante, hubo palabra útil a la cual asirse. Como medio de clarificación del pensamiento y en heroico contraste con el desolador quiebre o la disociación alentada desde el poder, ella se volvió indispensable hilo de Ariadna. Toca agradecer, por tanto, a quienes no dejaron de lanzar migas que fueron pistas para reencontrarnos en un tramo ora sombrío, ora cegador; aquellos que asumen ese implacable y no menos doloroso buceo, uno que atraviesa la dermis para inmunizarnos contra el miedo, contra la irrelevancia, contra el olvido.

Así el año abrió en medio de un aleluya: la nueva mayoría opositora llega a la Asamblea Nacional. Jean Maninat compartió notas sobre el “asombro en el hemiciclo”: los del PSUV “no habían nacido para ser minoría, para tener que levantar la mano y pedir la palabra, para que los refutaran en público, para rendir cuentas, para sufrir ese tráfago fastidioso que llaman «democracia burguesa» con sus contrapesos institucionales”; era hora de que la norma exorcizara tanto caos. Pero la promesa de cambio se atascó en nuevas certezas: el chavismo tampoco nació para honrar pactos, ni deberes. Febrero nos acorraló con la oscurana del racionamiento. Ante la amenaza de cierre de centros comerciales, César Miguel Rondón auguraba que “a este paso pronto van a apagar (y a clausurar) a todo el país”: una sospecha que por cierto nunca se disipa del todo. En marzo, Luis Manuel Esculpi dejaba punzante constancia de la razzia en Tumeremo: “vi con horror el cartel en mano de uno de los familiares que decía “No queremos justicia, entréguenos los cadáveres”. Abril trastabilla a merced de otro bochorno: “nos agarra este nuevo deslave de corrupción sin papel tualé a la mano, ¡qué incomodidad! -protestó Laureano Márquez- La palabra Venezuela aparece en 241.000 documentos de los Panamá Papers.”

Mayo: las colas del hambre invocan épocas como las del “motín del pan”, en España. Elías Pino Iturrieta escribe: “La gente no está ante una cita electoral, sino, por vez primera, frente a la búsqueda de una existencia decente. Si reaccionó como quiso en las últimas elecciones, ¿no puede ofrecernos sorpresas en breve, partiendo de una situación que no merece?”. En agosto, y en vísperas de la triunfal toma de Caracas, Leonardo Padrón edifica refugios para la voluntad: “No hay margen para el desánimo. La democracia será reconquistada. Sin violencia. Sin caer en emboscadas. Sin claudicar ni un solo día.” Para octubre, sin embargo, la oposición lidia con el latigazo de cierto “idealismo gaseoso”. Ángel Oropeza recordaba que “la política es un “arte de lo posible”, tiene que medirse siempre con las posibilidades”, y Carlos Raúl Hernández proponía: “Si estás en desacuerdo con lo que hacen otros, se agradece que endereces la torcida realidad, trueques el deber ser en estado práctico y no que te conviertas en simple némesis, detractor, negación esperada, previsible, crónica”.

El trunco derrotero de la opción electoral, el boicot contra la AN, un diálogo estrangulado por el régimen, dejan epílogo amargo. Por fortuna, el tiempo de Venezuela no se agota en 2016. Dice Alirio Perez Lo Presti: “Si la vida continúa, lo esperanzador seguirá de la mano con nosotros.” Un ciclo concluye para que otro emerja: aspiremos, eso sí, a que la feroz lección brinde algún antídoto para la incertidumbre. Las palabras de José Rafael Herrera dan propicio cierre al apretado inventario: “el “gran momento” vuelve a comenzar, siempre de nuevo. Muy por encima de la esperanza, el optimismo de quien porta la constancia termina produciendo frutos.”

Que en 2017 no falten, en fin, tesón y acción; tampoco la palabra milagrosa que nos ayude a descifrar el laberinto.

@Mibelis

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