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¿La “rebelión” justifica todo?

La rebelión justifica y enmascara lo que sea. El dislate ha sido proclamado por las Farc en su último comunicado sobre el tema de la conexidad del narcotráfico con el delito político. “La rebelión es delito político, y todo acto, toda conducta que se realice para hacerla efectiva, tiene carácter conexo”, pontifican. Sobre esa base, no les es difícil plantear que “Las actividades realizadas por las FARC-EP, todas, se han ejecutado en función de la rebelión” (negrillas nuestras). “Y en esto se incluyen los actos de financiación que han tocado distintos sectores”, concluyen.

Menudos filósofos los que disertan en Cuba. “Toda conducta que se realice para hacerla efectiva” (la rebelión) “tienen carácter conexo”. Y “todas” las actividades realizadas por las Farc “se han ejecutado en función de la rebelión”. De donde se colige que toda su actividad tiene que ser indultada y amnistiada ipso facto, borrando de un tajo la posibilidad de juzgarlos hasta por los delitos de guerra, de lesa humanidad y de genocidio. Tesis similar a la de Clara López, del Polo Democrático, en el sentido de que la conexidad debía abarcar toda la gama delictiva del Código Penal. Desgraciada la rebelión que tiene que acudir a los peores crímenes, a todos los imaginables, pero sobre todo a los más atroces, dizque para alcanzar una noble meta de transformación social.

No muy distante de este punto está el Fiscal Montealegre, quien en esta semana sumó al narcotráfico –propuesto por el presidente Santos- los delitos de secuestro y extorsión, como conexos al “delito político”, con el objetivo expreso de facilitar la participación en política de los narcoterroristas que negocian con el gobierno en La Habana.

Algunos analistas y comentaristas, de manera alegre e irresponsable, no solo se identifican con semejante prédica, sino que acotan las más estrafalarias consideraciones para ambientar la impunidad a los terroristas que el gobierno empuja a toda marcha. Para unos el narcotráfico siempre ha estado vinculado a la política y mezclado con ella, y para otros, es ni más ni menos un delito político. “Por supuesto que el narcotráfico es parte central de la política en Colombia”, nos advierte el conocido estudioso Gustavo Duncan. Aunque no es esa la razón para aceptar que se incorpore como “conexo” en los pactos habaneros, sino por un motivo más ordinario y práctico: “porque de lo contrario la negociación sería inviable”. Más atrevido es Antonio Caballero, para quien “el delito en sí mismo es político a más no poder: nada menos que la burla de las leyes impuestas por el gobierno de los Estados Unidos”. Pasemos por alto la sandez de considerar política la transgresión de una ley –todos los delitos son burlas a las normas establecidas, y entonces todos serían políticos-, lo mismo que su conclusión de que además está en vía de legalización y por tanto de desaparecer como delito. Lo que nos importa es su criterio sobre el fondo de la cuestión, en el sentido de que “no solo el narcotráfico, sino todos los delitos que cometen las Farc son conexos con el de rebelión, que sin ellos no podría darse.” Que es el mismo círculo vicioso en el que gira toda la argumentación oficial y de las Farc.

Vamos por partes. Reiteramos que la primera objeción de fondo que tenemos sobre el tema es la de considerar como “delito político” el levantamiento armado contra las instituciones democráticas. Ya lo debatimos en otras columnas y no vamos a repetir ahora los argumentos que esgrimimos. Pero sí queremos ratificar que no existe, como lo pregonan las Farc, un derecho sagrado y universal a la rebelión contra Estados de derecho legítimamente constituidos. Por el contrario, esos atentados son universalmente calificados hoy como terrorismo, y en lugar de tener un efecto atenuante en las penas para sus autores, se consideran agravantes que las hacen más duras y drástica. No es altruista querer destruir el sistema democrático de libertades para reemplazarlo por uno totalitario.

La segunda objeción tiene que ver con los medios. Aún si se aceptara –en aras de la discusión- la nobleza de los fines, no es cierto que ese factor justifique la apelación a cualquier medio, y mucho menos a los más repugnantes y terribles. Los medios no son indiferentes a los fines. Medios horripilantes y degradados, utilizados de manera recurrente, terminan por desfigurar hasta los propósitos más bondadosos. Hasta los jóvenes más idealistas, inmersos en el turbio mundo de nuestra subversión, donde el pan de cada día es el secuestro, la extorsión, el atentado personal, el reclutamiento de menores, el narcotráfico, y todo tipo de perversidades, terminan sin remedio convertidos en lo que son, unos avezados y pérfidos criminales, que asesinan y atentan contra honra y bienes de los demás sin inmutarse y que además se regodean con sus barbaridades.

Claro que los cabecillas no lo reconocen porque como sentencia el refrán popular, el pecado es cobarde. Pero que en eso se han convertido, no hay la menor duda. Los narcotraficantes “puros”, como Santos ha insinuado esta semana, no son otros, también son éstos, los grupos guerrilleros. Usan una retórica engañosa, no hay duda, y por eso son más peligrosos; pero que están vinculados hasta los tuétanos en esta actividad y constituyen el cartel más grande del país y uno de los mayores del mundo, tampoco hay la menor duda.

De suerte que toda la argumentación que avala la impunidad pone patas arriba la realidad y en sentido de las cosas. Ni es altruista la causa, ni son justificables los métodos. No hay lógica en la doctrina de la “conexidad”. Lo que ha sucedido no es que los modernos redentores de la humanidad, para coronar sus elevados propósitos han tenido que apelar a una que otra travesura, que queda perdonada por sus excelsas pretensiones.

Al contrario. Lo que ha ocurrido es que unas minúsculas bandas ideologizadas y fanáticas le han querido imponer a la mayoría de la nación un régimen tiránico que el pueblo no quiere, que detesta; y como han carecido de respaldo y acogida de la población, han recurrido al expediente de saltarse ese factor esencial de cualquier auténtica rebelión, procediendo a toda la gama delictiva que les permite acopiar recursos económicos, armas, hombres, atropellando brutalmente a las inmensas mayorías. Dedicados a esos menesteres como eje de su accionar, han degenerado en pandillas narcoterroristas.

Sí, amigo Duncan, desgraciadamente “el narcotráfico es parte central de la política en Colombia”, pero no como herramienta de liberación, sino de perversión y degeneración del estado y la sociedad. Tanto si se ejerce por “puros” como por “impuros”. A buena parte de la dirigencia política (así como empresarial, deportiva, etc.), del campesinado, de otros sectores, la han inficionado y degradado por varias décadas. Para derrotar la criminalidad asentada en la política y otras esferas, el país ha hecho inenarrables sacrificios y ha logrado significativos avances. No puede ser que ahora bajemos la guardia e invirtamos los términos, considerando que estos mafiosos son altruistas, de un género diferente a los demás, y que los mismos delitos que sirvieron para condenar a las viejas mafias y a los paramilitares ahora sean considerados como necesarios para la tal rebelión que tan esplendorosos paraísos anuncia.

Sería protocolizar el mayor lavado criminal de nuestra historia, encumbrar al poder al mayor cartel de drogas, y sentar las bases para convertir nuestro país, más temprano que tarde, en un Estado narcoterrorista.

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