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La rusa que se echó Israel al hombro

Alfredo Maldonado 

Nació en Kiev, Rusia pura, dos años antes que terminara el siglo XIX y, más pronto que tarde, cinco años después, aprendió lo brutal que puede ser el antisemitismo cuando su familia se vio forzada a huir hacia América a causa del pogrom de 1903 en Kishinev. A base de terror, con identidades disfrazadas y forzados a pagar sobornos por donde pasaban, lograron salir y llegar a Milwaukee, donde los Mabovitch se establecieron y el padre pudo empezar a ganarse la vida como carpintero. De Rusia se llevaron “miedo, hambre y miedo”, como expresó la nacida en Kiev, Golda Meir, nacida Mabovitch.

En Milwaukee empezó a conocer una versión del socialismo que ciertamente no era la que un siglo después entendieron Hugo Chávez y sus seguidores, sino el que dio origen al sistema de kibutz, distribución de la tierra para producir y proteger al mismo tiempo la familia, la comunidad y la patria, y al Israel poderoso de hoy que jamás ha olvidado las persecuciones, los asesinatos y el acoso de tantos siglos, las de los nazis en Alemania fueron sólo las más difundidas y, quizás, las más metódicas, pero ni de lejos las únicas contra los judíos por cristianos y musulmanes.

Golda Meir se casó con un socialista activo, Morris Meyerson y en cuanto pudieron se fueron donde estaba la acción, la historia y las expectativas del renacimiento de Israel –aunque para entonces ingleses y musulmanes pensasen muy diferente-, Palestina. Golda Meir nunca fue propiamente una feminista, sino una decidida entusiasta de un estilo y un proyecto que nunca aceptó diferenciación de responsabilidades por el sexo.

En Palestina Golda Meir siguió siendo una gran mujer judía criada al estilo estadounidense, igual que su inglés y su manera de enfrentar la vida. No salió a combatir fusil en mano, viajó una y otra vez a Norteamérica para profundizar la relación entre la mayor y más poderosa democracia del mundo, y la que sería ejemplo y defensa fundamental de la democracia en el Medio Oriente rodeada de sultanes y tiranías: Israel. De hecho, Golda Meir se convirtió en la principal cara del sionismo en América del Norte o, como llegaron a llamarla años después, “la primera dama del pueblo judío”.

Hablaba un fluído inglés estadounidense y un hebreo más bien limitado, y con ese inglés y esa colosal voluntad habló, explicó, gestionó, consiguió fondos por miles de millones de dólares y recordó a los ingleses, que manejaban el Medio Oriente en complicidad con los príncipes y sus numerosos familiares árabes, que los judíos ya estaban allí mucho antes, que forjaron toda una nación y que sólo fueron sacados de allí por la guerra devastadora y sin piedad, de un imperio similar al  británico, el romano. Pero regados por el mundo, supieron ser franceses, italianos, españoles, portugueses, alemanes, polacos, rudos o de cualquier lugar donde llegasen, naciesen, estudiasen, trabajasen y muriesen, pero siempre judíos. No fueron perseguidores, siempre perseguidos.

Y eso los obligó no sólo a protegerse unos a otros, sino a esforzarse siempre por ser los mejores en cada especialidad que asumiesen. Creativos y empeñosos, ni siquiera la brutalidad rusa primero, y la alemana después, corolarios de persecuciones de siglos, lograron apartar de sus mentes un propósito: regresar a la Tierra Prometida original. Ése es el mundo que, además de otros grandes dirigentes, representó y condujo Golda Meir, la mujer que el17 de marzo de 1969 asumió la dirección principal de su partido y la primera magistratura de Israel, que había dejado vacantes Levi Eshkol al morir. Seis años después fue sucedida por Isaac Rabin.

Meir gobernó con mano firme, como una Primera Ministra clara y bien plantada, durante un período tremendamente azaroso, con millones de árabes rodeando a Israel para comérselo en pedacitos, todos ellos excepto Arabia Saudita y sus pequeñas influencias petroleras, fuertemente respaldados por la Unión Soviética en lo más febril de la Guerra Fria. Los sauditas y los jordanos no apoyaron al comunismo soviético obedecido por egipcios, libios, sirios y otros musulmanes, pero tampoco fueron amigos de Israel, y menos de una mujer, Golda Meir. Ella, como sus antecesores y sucesores, mantuvo erguidos en el enredado Medio Oriente la bandera y el ejemplo de la democracia. Fueron los duros y eficientes soldados de Israel y de la libertad.

Esta semana que entra va a cumplirse medio siglo de la toma del poder por Golda Meir, una gobernante formidable y una líder judía que entregó toda su vida a la lucha por una causa justa frente a demasiados enemigos. Y que supo sostener la fuerza de la democracia frente al fanatismo musulmán, y de la libertad frente a reyes, reyezuelos, tiranos y militares haciendo revoluciones  a costa de la vida y la libertad de miles de sus propios compatriotas.

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