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La triste soledad

Para María Gómez, productora de espectáculos

Cuando murió mi mujer y las circunstancias de vida me arrojaron al abismo del desamparo cambié el nombre de Belén por el de Soledad, es decir, convertí la soledad en permanente compañía e intenté así mitigar, el dolor de su ausencia. Se trataba,desde luego, de una tonta astucia, una trampa practicable porque sabemos que aun teniendo padre, madre y una familia firme y amorosa podemos sentirnos huérfanos cada vez que nos asalte o asedie la soledad puesto que el padre puede estar temporalmente ausente o trabaje la madre para asegurar el sustento o se produzca una caída del alma o surja el desánimo por culpa de lo que nos rodea y envuelve o nos sentimos fuera del círculo, manoteando en el vacío sin asidero alguno o perdemos el posible encanto que creíamos tener y constatamos que nunca lo tuvimos; mucho menos ahora que el tiempo ha hecho de las suyas aumentando su peso sobre nuestros hombros. 

Los seres de pensamiento sonríen al decir que el hombre nació para no estar solo, que hay una obligación natural, presuntamente bíblica que determina que debemos crecer y antes de cruzar la esquina o doblar el cabo de los hornos tenemos que multiplicarnos. Sin embargo, la soledad se empeña en ser nuestra propia sombra. Camina escondida en la multitud que avanza anónima por las calles de la tumultuosa ciudad y duele constatar que allí estamos solos, pero sumergidos en el oleaje humano.    

Voluntariamente, a veces, deseamos abrazarnos a la soledad porque anhelamos sentir nuestra propia respiración, acariciar en secreto la mirada hacia el mundo: sentir que en nuestra conciencia y en el amor mas profundo tú no entras ya que solo quiero ser yo quien persista. Y me envuelve el éxtasis de encontrarme a mí mismo y me miro sin nadie atrás, sin país y sin compañía. Narciso contemplando su propia admiración y embeleso reflejado en las apacibles aguas del estanque. Entonces siento que el universo navega en mis venas determinando mis pasos, pero anclados en mi voluntad.

La soledad se vuelve dura y cruel; áspera y desconsiderada cuando se asume en la espesura de su entereza. ¡Impide todo acercamiento! Traza el círculo sagrado que me encierra y protege de los avances del vampiro o mantiene a distancia a todo aquel que intenta aproximarse. Borra los nombres que se alinean en la agenda. Me aleja y me separa del mundo y no me permite escuchar su voz ni sentir su aliento, pero cuando intervienen la edad avanzada o el negado amor por el mismo sexo el castigo o la amargura serán mayores porque la homosexualidad y la vejez se enfrentarán al rechazo y a la inclemente indiferencia de los otros. 

Y son muchos los que como yo esperan que la victoriana e hipócrita actitud británica desvanezca para siempre la injusta y agresiva soledad que acabó en 1900 con la deslumbrante vida y los inteligentes sarcasmos de Oscar Wilde y rehabilite su memoria.

La muerte de mi mujer hizo que me acercara y admirara aún mas a Mariano Picón Salas cuando en Regreso de tres mundos,1959, uno de los libros mas bellamente escrito que haya caído en mis manos, dijera que «la muerte ha de entrar en la casa encontrando todavía un libro abierto, una lámpara encendida hasta que cantaran los gallos en el frío de la noche, y una página comenzada para decir nuestro asombro ante el mundo». 

Fue así como ocurrió, pero no evitó que la soledad me invadiera y se apoderara de mi, me arrinconara brutalmente y evidenciara no solo la  ausencia de la bailarina que fue sino la helada y pavorosa presencia de mi orfandad.

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