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Mágicas fronteras: lo que el pacto nos dejó

Christa Rivas Caballero

Hace unos meses había visto un video en donde sectores que se oponen al aborto ironizaban con que el canal de parto es un «pasaje mágico» que otorga derechos humanos. La idea central era algo así como que «mientras estamos dentro del vientre de la madre no somos humanos y, por lo tanto, no tenemos derechos, pero al pasar el canal de parto, gracias a un extraño poder del más allá, nos volvemos personas y adquirimos derechos humanos».

Usualmente no recurro a ese tipo de recursos para defender mis argumentos, pero ese video lo compartí en mis redes sociales porque evidenciaba algo tan obvio como que la condición humana no varía intra o extravientre y que el derecho a la vida debe ser defendido en todas sus etapas.

Recientemente con la aprobación del Pacto Mundial para la Migración Segura, de Naciones Unidas, y la llamativa indignación de algunas personas sobre este compromiso internacional tan importante y necesario, me vino al recuerdo aquel video, pues los argumentos esgrimidos con fanatismos radicales y fake news tenían en este caso como idea central la de que cada persona tiene derechos solo en su país de origen, y que cruzar una frontera o permitir que otros la crucen es tan peligroso y nefasto que deberíamos seguir catalogando de ilegales a personas que sin haber cometido delitos están fuera de su territorio nacional en busca del desarrollo de su proyecto de vida.

¿Qué factor de mi condición humana cambia al ingresar a un territorio distinto al de mi país de origen? ¿Por qué al estar fuera de mi país debería yo perder mi derecho a la libertad, la vida digna, y todo ese maravilloso cuerpo normativo de derechos humanos? ¿Soy menos humana fuera que dentro de las fronteras nacionales?

El pasado 10 de diciembre, en Marrakech, vio la luz el primer pacto internacional sobre migración. Tras casi tres años de negociaciones, 164 países lo adoptaron, reafirmando la premisa de que los desafíos que plantea la migración no pueden ser abordados de manera aislada y que tanto los derechos humanos universales como las libertades fundamentales no se pierden al cruzar la frontera de un país.

Es un pacto que se basa en 23 objetivos que, si bien hacen énfasis en la protección de los migrantes, ponen un gran acento en que los Estados se comprometan a trabajar arduamente para evitar la migración forzada, atacar las causas, literalmente, en el origen. Garantizar los derechos de las personas migrantes pero, sobre todo, darles el derecho a no tener que migrar.

Hace referencia a los derechos humanos en general, al combate a la trata de personas de manera mancomunada en la comunidad internacional, al interés superior del niño para el caso de menores migrantes, entre otras cuestiones que no hacen más que definir y reafirmar esfuerzos en defensa de la vida digna plasmados previamente en varios tratados internacionales.

Aborda además la agilización y facilidad para el envío de remesas, así como también la posibilidad de que los migrantes puedan realizar aportes jubilatorios para que gocen de seguridad social durante la vejez, una gran necesidad para quienes trabajan en el exterior pero planean pasar la vida adulta en su país de origen, y que es una realidad recurrente de muchos latinos, por cierto.

Hace énfasis también en que las personas migrantes tengan un documento identificatorio, aunque este no necesariamente les confiera ciudadanía ni residencia, con el fin de garantizar la seguridad y ser una herramienta de recolección de datos.

Aborda además una cuestión sumamente útil para toda persona que salga de viaje eventualmente de su país de origen y es reconocimiento universal de los documentos de viaje con el fin de combatir la usurpación de identidad y la falsificación de documentos, mediante la digitalización y el refuerzo de los mecanismos para el intercambio de datos biométricos.

El pacto se firmó en concordancia con los setenta años de la Declaración Universal de los Derechos Humanos y constituye una respuesta de Naciones Unidas a un fenómeno mundial que viene creciendo de manera sostenida. Lastimosamente, este importante compromiso tiene detractores, muchos de los cuales defienden su postura con discursos radicales, populistas y que sacan a relucir cuestiones que dábamos por superadas como la xenofobia, la discriminación por raza, nacionalidad, religión u orientación sexual, e incluso satanización del multiculturalismo. Es muy importante que, con una mirada objetiva y sobre todo solidaria, entendamos cuán errados y peligrosos son esos discursos que nos llevan a pendular de un extremo a otro.

La migración nos abre un inmenso abanico de oportunidades de aprendizaje y experiencias enriquecedoras, desde la gastronomía, pasando por el arte y nuevas culturas hasta el conocimiento. Hay pasaportes que tienen más beneficios que otros, es verdad, también hay países que ofrecen mejores condiciones de vida que otros, hay diferencias económicas, idiomáticas, pero también hay una historia compartida y de similitudes que nos recuerda cuán humanos y consecuentemente cuán parecidos somos. Nos pasa mucho a los latinos cuando, a pesar de hablar el mismo idioma, tenemos connotaciones distintas del lenguaje y a veces no logramos entendemos, pero seguimos el ritmo de bailes desconocidos como si fuésemos todos compañeros del mismo elenco de danza.

Volviendo al Pacto, es sustancial entender el limitado alcance del compromiso, que no es vinculante, pero, a la vez, la importancia del espíritu con el que se ha creado.

Dejando un poco de lado los tecnicismos y buscando una perspectiva más espiritual, me permito citar al papa Francisco, quien se ha referido al abordaje del tema migratorio con cuatro verbos: acoger, proteger, promover, integrar, recordándonos además que este es un fenómeno que ha existido siempre y que la integración de migrantes es un proceso bidireccional. Entonces, cuando analizamos este pacto a la luz del derecho internacional y, sobre todo, a la luz de las situaciones que se presentan en el mundo actual, pensemos qué podemos exigir nosotros como sociedad a un migrante; pero también pensemos qué podemos nosotros esperar si nos toca migrar. ¿Qué esfuerzos debo hacer yo para adaptarme a una sociedad? La migración nunca debería ser fruto de la desesperación pero, cuando lo es, ¿qué hacemos?

Si el contenido del Pacto es tan importante y sus motivaciones tan legítimas y debidamente fundamentadas, ¿por qué hay personas que se oponen? ¿Por qué hay países que no lo firman?

Algunos esgrimen una pérdida de soberanía y sobre el punto es importante señalar que el pacto tiene como principio rector transversal cuanto sigue:

Soberanía nacional: El Pacto Mundial reafirma que los Estados:

«[…] tienen el derecho soberano a determinar su propia política migratoria y la prerrogativa de regular la migración dentro de su jurisdicción, de conformidad con el derecho internacional. Dentro de su jurisdicción soberana, los Estados podrán distinguir entre el estatus migratorio regular e irregular, incluso al decidir con qué medidas legislativas y normativas aplicarán el Pacto Mundial, teniendo en cuenta sus diferentes realidades, políticas y prioridades, y los requisitos para entrar, residir y trabajar en el país, de conformidad con el derecho internacional».

Otros, como el presidente de Chile, Sebastián Piñera, dicen que el Pacto «incentiva la migración». Resulta que la migración está en ascenso desde mucho antes de la firma de este pacto y es precisamente ese aumento el motivo de la redacción y adopción del documento. Un error en la relación causa efecto por parte del Presidente.

Otros más pragmáticos o simpatizantes del libre mercado dicen que si Trump no lo firma, «debe ser por algo». Pues bien, he aquí un detalle: Trump puede ser bueno con las finanzas del país, redujo el desempleo y aparentemente está reactivando la economía, entonces sí, puede ser un exponente interesante cuando hablamos de cuestiones económicas (aclaro que no lo es para mí), pero, ¿de verdad vamos a tomar como referente de regulación migratoria a una persona que ha hecho un tema de campaña electoral la construcción de un muro para evitar el ingreso de migrantes? ¿Es en serio?

Una postura no menos importante es la del futuro canciller de Brasil, quien ha comunicado vía Twitter que «la inmigración debe estar al servicio de los intereses nacionales» y que «la inmigración no debe ser tratada como una cuestión global». Curiosamente, en el último párrafo del comunicado hace alusión a que «continuarán con la acogida de migrantes venezolanos», un hecho que está ocurriendo en decenas de países al mismo tiempo. ¿Acaso los venezolanos migran pensando en los intereses nacionales del país que les dará acogida? ¿Pretenden que algo ocurra en varios lugares del mundo y al mismo tiempo no se vuelve global? Al parecer, el señor Ernesto Araújo no se leyó el preámbulo del Pacto para ponerse en contexto.

Finalmente hay una respuesta que engloba muchas otras y es un sentimiento básico del ser humano: el miedo. Miedo a lo desconocido, miedo a lo que podría pasar, y se ve magnificado por grupos fundamentalistas que plantean escenarios imaginarios y fantasiosos que van desde invasiones violentas hasta la pérdida de la cultura de cada país.

Es deber de cada uno de nosotros preservar nuestra cultura y permitir que otros puedan hacer lo mismo con la suya, como los paraguayos que transmiten el idioma guaraní a sus hijos así residan en el Polo Norte.

Nadie repudia más la violencia que aquel que tuvo que dejar su hogar huyendo de esta. Nadie con más deseos de superación que una persona que creyendo que todo estaba perdido encuentra una oportunidad de empezar de nuevo. Nadie más agradecido que aquel que estando lejos de los suyos encuentra una mano solidaria que le recuerda que tiene el derecho y la obligación de ser feliz, porque para eso venimos al mundo y eso nos hace mucho más iguales de lo que a veces notamos. Por eso cruzamos ese canal de parto: para ayudar y para ser felices, más allá de las fronteras.

Puede acceder aquí al texto del Pacto Mundial para la Migración Segura, Ordenada y Regular.

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