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Malala Nobel de la Paz

Me gusta imaginar que les invito a dialogar, más bien, que me cuenten qué les mueve a ser gente entregada por los demás, qué les aproxima a ser líderes, qué les dirían a mis estudiantes que les saque del letargo de las redes sociales plagadas de fama y alejadas del éxito verdadero.

Hace un año invité -gracias a la entrevista que hizo Rosa Montero- a Malala a mi aula. Llegué con la revista El País Semanal a clase. Como si fuese un mago, dije a mis estudiantes que teníamos ese día a una persona especial. Del maletín saqué la revista, la coloqué a la altura de la chica que hoy nos enorgullece como premiada por la paz y leí la entrevista.

Los ojos de mis alumnos se fueron llenando. Se abrían con admiración, la misma que siento yo por esta chica paquistaní. Fuimos imaginando su lucha por un lápiz y un cuaderno, su osada determinación por denunciar a los talibán, sus escritos en su blog, su afán por saber y porque las niñas y mujeres tengan el mismo derecho a educarse que los chicos y hombres.

Pienso, igualmente, en un maestro que conocí hace 30 años en las orillas del río Arauca, de sus clases a los niños que, barrigones por los parásitos, le buscaban afanosamente para seguir con sus dedos la magia de las letras. O pienso en los muchos médicos que sin recursos, pero llenos de pura vocación, atienden a los enfermos de los muchos males que todavía nos aquejan.

Imagino que Florence Nightingale, remontando el tiempo, nos brinda su precisa forma de actuar, nos plena de ese amor que se esconde tras una buena cura. O que el mismo Mahatma Gandhi nos acompaña en su pensamiento decidido a transformar la realidad de la India en la primera mitad del siglo pasado. O a los muchos voluntarios que en silencio dan lo que no reciben de los demás.

Lo más interesante de saber admirar a las personas, es poder volcar el conocimiento que nos dejan en las aulas de clase. Se convierten en sedimento esencial para el futuro, en palabras que se accionan en el presente, en referentes del pasado. Tienen el valor de poder ser iconos de intercambio, así como que si de cromos se tratara, porque van dejando lecciones de vida, de buen hacer, de reflexiones que no están lejanas de las de todos, pero que encarnadas en ellos, en esas personas que no dejan sus labores de lado, adoptan poderosas razones para ser inspiración diaria.

Malala tiene la cualidad de ir creciendo, de convertirse en poderosa luminaria para aquellos alumnos que quieren transformar el mundo en el que viven. Esta joven es una muestra de lo que se puede alcanzar con convicciones más allá del espacio en el que se viva. Hoy, cuando celebramos el reconocimiento del premio Nobel a esta chica menuda y valiente, algunos mensajes de mis alumnos del año pasado me demuestran que sí, que vale la pena admirar e invitar al aula a esas personas que nos cuentan historias diferentes, sus defensas por los derechos humanos, por la igualdad de todos.

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