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Mis héroes intelectuales (4): Ángel Bernardo Viso

Tengo una gran deuda intelectual con el escritor venezolano Ángel Bernardo Viso (1930). La lectura inicial de sus ensayos de interpretación histórica fue una revelación, y desde entonces sus ideas han sido una especie de brújula que me ha proporcionado orientación a través del complejo panorama del país, así como elementos de juicio para reflexionar con mayor claridad sobre su pasado y presente. Además del valor intrínseco de sus libros, me impresiona la extraordinaria valentía del autor, a quien como indiqué debo en buena medida la disposición de afrontar la historia de nuestra sociedad con una actitud desprovista de estériles sentimentalismos, y a dejar de lado mitos y presuntas verdades establecidas para en su lugar mirar nuestro recorrido vital con ojos críticos, es decir, con madurez.

En estas notas, que intentan realizar a la vez un homenaje a una obra de singulares méritos y un breve análisis de la misma, cubriré de manera exclusiva tres libros de Viso, Venezuela: Identidad y ruptura (1982), Memorias marginales de Pedro Mirabal (1991), y Las revoluciones terribles (1997). No consideraré por tanto las narraciones literarias y los poemas de Viso, que en ciertos aspectos complementan sus ensayos histórico-políticos pero que tienen entidad propia, y en sustancia pertenecen a otro ámbito de su aporte.

Los tres mencionados libros de Viso comparten líneas comunes de argumentación y abordan temas convergentes. Por ello voy a focalizarme en algunos de esos temas, que creo forman la espina dorsal de su obra. El primero tiene que ver con el proceso de independencia de Venezuela y en general de Hispanoamérica con respecto a España, el carácter de dicho evento, su significado y consecuencias. El segundo abarca los dilemas y desafíos de la autoconsciencia y sentido de identidad de nuestros pueblos, y en particular del pueblo venezolano luego del momento independentista. El tercero se refiere a la naturaleza de lo que Viso denomina “las revoluciones terribles” y los efectos de las mismas. Por último, en cuarto lugar, los estudios de Viso debaten la situación actual de nuestro pueblo, y también del individuo venezolano prototípico, su inseguridad ontológica, es decir, la inseguridad acerca de su ser íntimo y su identidad nacional, su desconocimiento del pasado en el que se origina y al que se debe y su confusión o extravío acerca del futuro que aspira de algún modo a construir.

De acuerdo con Viso, el proceso de independencia hispanoamericano y la consecuente desmembración del Imperio español fue innecesariamente traumático y prematuro, y produjo un desgarrador quiebre psicológico-cultural que nos dejó huérfanos ante un pasado que quisimos borrar para siempre, ante un presente desprovisto de grandeza y un futuro de libertad y prosperidad siempre postergadas. La Independencia, más allá de la épica y el sonido y la furia de batallas y proclamas, arruinó lo que se había construido durante trescientos años, y fue incapaz de sustituir lo destruido con una estructura institucional alternativa, estable y civilizada.

Además de todo esto, que me parece en lo esencial incontrovertible, la Independencia dio origen a una historia nacional sustentada en el culto a figuras militares, y en especial a Simón Bolívar, un culto que en lugar de haber servido para reconciliarnos con el pasado ha sido manipulado y utilizado para apuntalar las ambiciones de poder de una inacabable sucesión de déspotas, y para reemplazar la realidad de nuestros reiterados fracasos como pueblo por una fantasía heroica, por un espejismo de logros que están en el pasado y nunca terminan de transformarse en presente. Este rumbo desgarrado ha generado un individuo cuya existencia se caracteriza por la ausencia de un piso sólido, un individuo carente de un claro sentido de identidad, a quien se le induce a creer que su ser íntimo se vincula al repudio del pasado español, a la perenne restauración de una “guerra a muerte” con esa parte de nuestro legado mestizo, y a quien al final se le pide que derribe las estatuas de Colón y coloque en su lugar las de Guaicaipuro.

Viso asume sin complejos nuestra herencia mestiza, pero no sucumbe ante la ideología políticamente correcta de nuestros días. Su argumento es inequívoco: la destrucción del pasado a raíz de la Independencia nos impulsa a vivir en un eterno laberinto de duda existencial, así como de incapacidad para reconciliarnos con lo que en verdad somos, cambiando la verdad por una serie de imposturas que forman parte de una historia inventada. La ausencia de pasado, su repudio o su conversión en ficción nos obligan a un eterno recomenzar, de lo cual son testimonio más de dos docenas de constituciones, ninguna de las cuales –con la excepción de la de 1961– dura mucho tiempo o traduce a la práctica los ideales de sus textos, que se quedan en letra muerta o en herramientas para justificar la arbitrariedad de los poderosos.

El diagnóstico de Viso se patentiza en la actual pesadilla venezolana y su disparatada e histriónica revolución, otra de las tantas que hemos tenido desde 1810. Los acontecimientos de estos pasados 18 años en Venezuela son una ilustración perfecta de nuestras carencias, tal y como las desarrolla Viso en sus estudios y ensayos. La revolución bolivariana ha intentado no solo destruir el pasado, en particular los tiempos de la república civil de 1958-1998, sino que ha procurado igualmente hacer de ese pasado, que incluye desde luego los tiempos de la Colonia, una especie de vertedero de inmundicias, de distorsiones y de odios que corrompen el alma de un pueblo en perenne orfandad. Quienes ahora nos gobiernan quieren algo más exaltado aun que una nueva Venezuela; quieren nada menos que un “hombre nuevo”, que esperan brotará como por encanto de sus esperpentos mentales, de una Constitución de papel que enarbolan como si fuese un conjuro mágico y violentan a diario, y del sueño demencial del socialismo del siglo XXI, refrito infame de los peores errores históricos de la izquierda latinoamericana. Para completar el cuadro, de modo tan certero y visionario esbozado por Viso desde una perspectiva histórica, el régimen que destruye a Venezuela se ha empeñado en mantener a nuestro pueblo en vilo entre dos puntos: la conversión de Simón Bolívar en un ídolo o tótem intocable, quien ya, se presume, nos dio todos los bienes, y un El Dorado que siempre se encuentra a la vuelta de la esquina, y cuya conquista, de acuerdo a nuestros atolondrados gobernantes, no requiere trabajo y perseverancia sino el compromiso ideológico con nuestros dogmas tradicionales.

Viso ha sugerido en alguna de sus obras la intención de escribir un libro sobre Bolívar, pero si bien aún no lo ha hecho –o no lo ha publicado– su obra Las revoluciones terribles adelanta consideraciones sustantivas sobre el tema. Viso se aproxima a Bolívar con respeto y desde un necesario y legítimo ángulo crítico. Así como las revoluciones terribles destruyen pero son incapaces de construir, el caso de Bolívar es analizado por Viso como el de una figura heroica que a pesar de sus esfuerzos no logró sin embargo reemplazar el andamiaje institucional y social devastado durante la guerra de independencia, y sustituirlo por otro alternativo, capaz de brindar a los venezolanos la libertad, prosperidad y estabilidad prometidas. Todo el que haya leído sus cartas desde 1825 a 1830 sabe que Bolívar experimentó una inmensa decepción y una intensa frustración en su postrera etapa vital, llegando a afirmar cosas como las siguientes (en carta a Estanislao Vergara de septiembre de 1830): “Créame usted –le dijo–, nunca he visto con buenos ojos las insurrecciones; y últimamente he deplorado hasta la que hemos hecho contra los españoles”. Estas no son frases que puedan tomarse a la ligera, y la crítica de Viso se refiere al fracaso institucional en que desembocó nuestra Independencia, fracaso que con relativamente breves interrupciones se extiende hasta nuestros días. A diferencia de la revolución de independencia de Estados Unidos, que Viso ubica en la lista de las revoluciones “moderadas”, pues, en lugar de demoler el pasado lo asumió en forma creativa y lo plasmó, superándolo, en una Constitución que sigue vigente, la de Hispanoamérica fue una revolución terrible que nos legó un vacío espiritual y nos abrió las puertas a un laberinto existencial.

Las propuestas que hace el autor son importantes, pero las mismas se mueven en un plano de orden estrictamente espiritual, dirigidas a rescatar nuestro pasado, asumirlo íntegramente y conquistar en el presente el ímpetu creador que hace grandes a los pueblos, posibilitándoles avanzar con confianza hacia un mejor porvenir. Ahora bien, los procesos de evolución en este terreno son normalmente muy largos y su destino probable siempre impredecible. Se trata de procesos culturales que tocan aspectos cuyo hondo arraigo en la estructura psicológica de un pueblo exigen amplios períodos de maduración. ¿Cómo recobrar de forma creativa el pasado, del que nos hemos apartado de modo tan radical? No solo nos hallamos tan distantes como siempre de esa historia, sino que la visión puramente épica de la Independencia se mantiene como única referencia de nuestro curso sociopolítico, activamente promovida así desde el propio gobierno. A ello se suma la intensificación deliberada del culto a Bolívar, culto al que se procura colocar otra vez en el pedestal de una especie de religión cívica, con respuestas para todos los problemas actuales y venideros. ¿Qué legado nos deja entonces esta etapa reciente, a cuya mediocre y brutal agonía hoy asistimos, y qué puede esperarse de un futuro que apenas se vislumbra?

El rumbo histórico que hoy recorremos ha agudizado los justificados temores que con tanta pasión y amor por nuestra tierra se expresan en la obra de Viso, obra que no dudo en calificar como una de las más densas y lúcidas que se hayan producido en nuestro país en el campo de la interpretación histórico-política. Nos hallamos en un punto a la vez precario y retador del camino. Pase lo que pase, creo fundamental avanzar con toda la claridad conceptual que sea posible, tanto en lo que se refiere a la comprensión sobria y equilibrada de nuestro pasado como de los desafíos que plantea el porvenir. La lectura de los libros de Ángel Bernardo Viso y la asimilación de sus profundas enseñanzas son pasos relevantes en función de esos objetivos.

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