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Obama, el fin de una política fallida

Los vientos soplaban cada vez más fuertes pero muchos no querían sentirlos. Aunque vinieran del New York Times. Era la crónica de una “traición” anunciada. Es la conclusión repetida de la ideología exiliada dominante: traición, siempre traición. De Latinoamérica, traición de Europa, traición de cualquiera que piense diferente y ahora traición de los Estados Unidos. Desde ayer se conjuga ese verbo en Miami en todos los tiempos posibles. Qué falta de imaginación, qué auto conmiseración. “Hemos sido traicionados una vez más por los americanos. Viva Cuba Libre” dijo un opositor cubanoamericano en la radio de Miami. Y la pregunta se impone: ¿Cuándo fue la primera? ¿Cuando Washington reconoció el régimen golpista de Fulgencio Batista a los trece días del 10 de marzo de 1952? ¿Cuando “embarcaron” a los invasores de Bahía de Cochinos en 1961? ¿Cuando suspendieron la operación Mangosta, o ahora que Washington no dará más plata a los grupos exiliados que buscan un cambio de régimen en Cuba? La pregunta es relevante, porque tantos traidores y traiciones hay, que tal vez lo cierto es que los “traicionados” se han estado traicionando a sí mismos por entregar la solución de su problema nacional a un gobierno extranjero. Y por entregar la perenne interpretación de la realidad cubana a su propia propaganda.

Es cierto que el gobierno de Raúl Castro estaba antes de ayer más fuerte internacionalmente que nunca y hoy, después de la “traición” de Obama, lo está más que antes de ayer; pero los líderes de la opinión política exiliada muy a menudo se abstienen de cualquier análisis, sobre todo público, que no repita más o menos lo mismo de siempre: que los hermanos Castro son más sangrientos que ayer, que los hermanos Castro son menos incapaces que mañana y que los hermanos Castro están más débiles que nunca. Y cuando la realidad nos dice lo contrario, la única interpretación plausible de los hechos es que de nuevo… hemos sido traicionados.

Se me ocurre que la realidad y la importancia de la nación cubana debe ser más grande e importante que cada uno de nosotros los cubanos, incluidos todos los generales y doctores, todos los visionarios y poetas, todos los empresarios, todos los mártires y los obreros, los sargentos y los estafadores; incluidos todos los nombres y todos los apellidos que se sepan y también todos los gobiernos de la isla desde el 20 de Mayo de 1902 hasta la fecha. Nadie puede extirparlos de la historia, pero nadie tiene el derecho a reducir la realidad nacional a esos hombres o a esos gobiernos, sus errores o sus logros, al odio de que disfrutamos o que nos hayan engendrado.

El conflicto, que no la lucha y el imperio de lo honesto, tal vez se merezca un descanso; un paréntesis de reflexión de qué es lo nuevo que la realidad nos está gritando a gritos para conseguir lo que cada cual honestamente ansía para ese país que es también el mío. Donde no triunfó el intento de ahogo, tal vez triunfe el ademán de la conversación; donde no triunfaron las balas tal vez triunfe la razón, porque al fin y al cabo, qué hay de malo en ella. ¿Cuántos muertos más nos hacen falta?

El cambio de política del presidente Barack Obama hacia Cuba apunta a un nuevo periodo en las realidades de esa nación, a la que sin condiciones, amo. Que sea más venturoso o más fatal depende en buena parte de todos los cubanos, en cualquier latitud o cualquier estamento del poder. Aquí y sobre todo allá. Al menos eso quiero creer.

Porque tal vez pensando así, no cediendo más espacios a la retórica, a los intereses espurios que en cualquier parte florecen, a los dictámenes de la injusticia o de la propaganda y también a los intereses de gobiernos que no son los nuestros; reclamando cualquier espacio dentro de Cuba que la realidad permita, recuperaríamos lo que nunca debimos haber perdido, nuestro derecho de influir, libre y honestamente, entre cubanos, al futuro de esa nación que decimos querer tanto. Y garantizar, o al menos intentarlo, que no nos traicionen más los otros, sino en todo caso, sólo nosotros mismos.

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