Opinión Internacional

Astucia y maldad: el milagro Pinochet

La brutalidad que aún sobrevive entre las fétidas entrepiernas del Poder suele confundir la inteligencia con la astucia y poner a su servicio todos los recursos de la maldad. Es cierto: astucia y maldad son formas sucedáneas de virtudes superiores, como la inteligencia, el juicio, y el discernimiento moral, capacidades todas seguramente atrofiadas en la infancia de quienes de pronto y muy tempranamente desarrollan el instinto del poder, ese afiebrado afán por apoderarse de la voluntad y las acciones de los hombres.

También suelen los seres astutos y malignos desarrollar el arte complementario del encubrimiento, de la simulación. Y amparados por una soberana costra de disimulo, comenzar a desarrollar el arte eximio de la manipulación, apropiándose así de voluntades y designios. Hasta culminar, como la crisálida, mostrando al mundo el rostro verdadero de la impudicia, la inescrupulosidad y la ambición que ocultaron en el larvado desarrollo de sus potencias destructoras.

Cuentan los más cercanos colaboradores de José Tohá, el buen hombre que ocupara la cartera de defensa bajo el gobierno del presidente Salvador Allende, que el comandante en jefe del ejército, su inferior inmediato en el organigrama de mando de las fuerzas armadas chilenas, cumplía a cabalidad con estas tres cualidades inherentes al dictador: astucia, maldad y simulación. En tiempos de paz mostró la más abyecta y servil subordinación a quien fuera su jefe. Maestro de la simulación, al finalizar la jornada le acompañaba solícito por los encerados pasillos del ministerio de defensa, cargaba servicial su pesado maletín confidencial, posaba con delicadeza el abrigo sobre sus hombros y terminaba sacudiéndole el polvo de las solapas a punto de abrirle la portezuela del vehículo oficial, despidiéndole a las puertas del ministerio con la mirada en el piso. El perfecto lacayo.

En el colmo de la astucia confundió de tal manera al mismo presidente acerca de su verdadera naturaleza, que nada angustió más al mandatario en medio del bombardeo a La Moneda aquella aciaga madrugada del 11 de septiembre que la suerte que corría su fiel colaborador, el general y comandante en jefe del ejército Augusto Pinochet Ugarte. Horas después pagaría con su vida tanta inocencia. Desde entonces, y ya descorrido el telón de su infamia, hizo público su tercer atributo, la maldad, ordenando el asesinato y la más implacable persecución contra una oposición inerme y desorientada. Terco, implacable, huérfano de todo sentimiento humanitario, acorraló días después a José Tohá en las mazmorras de la escuela militar torturándolo hasta convertirlo en despojos.

Genio y figura hasta en la ignominia, acaba de protagonizar un golpe de astucia y de maldad eximias, de la mano de su inconfundible arte de la simulación. Aparentemente acabado, balbuceante, incoherente e incapaz de hilvanar las más elementales ideas logró conmover a un equipo de reputados especialistas londinenses, que le declararon incapaz de enfrentar un juicio por sus monstruosas iniquidades. Jamás se sabrá si tal equipo estaba en conocimiento de la comedia urdida por el presidente Eduardo Frei, su equipo de abogados, el presidente Aznar y Jack Straw.

Ha sido el propio general Augusto Pinochet el que ha tenido el descaro de hacerla pública. Ya en Chile, rodeado de una parte del país hecho a imagen y semejanza de su inescrupulosidad y bajeza, ha soltado la silla de ruedas y ha mostrado el sonriente semblante de un actor triunfante. Sorprende que ese mismo país que tanto alarde hace del heroísmo, la grandeza y el honor de sus fuerzas armadas muestre en ese mismo acto la miseria fecal que las constituye.

Pinochet está libre. Su vileza es prueba de que ninguno de los suyos, se encuentren en el ejército, en la política o en la sociedad chilena se eleva un centímetro por sobre la sangre de los cadáveres del Chile del honor y la decencia. Aparentemente ninguno de ellos tiene el más mínimo interés en desmentir tan infame pertenencia. Esa fue la derecha chilena. Seguirá siéndolo.

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