Opinión Internacional

Bradley y el enigma del voto hispano

James Naismith, inventor del baloncesto, explicó que esta actividad, resistiendo la incensante tentación de empujar o de dar codazos, contribuiría a hacer a las personas más tolerantes y respetuosas.

Acabo de recordar esta historia viendo a Bill Bradley, gran estrella del básquet profesional en los sesenta, cuando perdió unas primarias regionales frente a su rival Al Gore, candidato a la presidencia por los demócratas. Caballerosamente, sin dejar de elogiar a su adversario, aceptó la derrota, pero hizo la pertinente aclaración: Gore había encestado una vez, pero todavía no había ganado el partido.

Me dejó intrigado. ¿Sería cierto -como pretendía Naismith-que estábamos en presencia de un político tolerante, consciente del «otro»? ¿De qué otro? Al fin y al cabo Bradley era el hijo de un exitoso banquero de Missouri, había estudiado en buenas instituciones con notas sobresalientes y no había conocido un día de penuria económica en su vida. En una publicación solvente había leído un dato inquietante: hispanos y negros no parecían sentirse atraídos por Bradley. No lo rechazaban, pero no lo tomaban en cuenta. La posición de los negros era explicable. Los negros, muy proclives a Clinton, se inclinaban por Gore, su presunto heredero. ¿Pero por qué lo ignoraban los hispanos? Eso era grave para los demócratas. Resulta matemáticamente muy improbable llegar a la Casa Blanca sin el respaldo de por lo menos una de estas dos grandes minorías. ¿Sería, realmente, un tipo compasivo con los que más lo necesitan? ¿Había esqueletos en el armario? ¿Cómo saberlo? Me fui a Internet. Quería averiguar, realmente, cuál había sido la historia parlamentaria de este curioso político. No era el primer deportista que aspiraba a la presidencia -Jack Kemp, el republicano, había sido futbolista profesional-, pero sí el de más peso: en sus tres períodos como senador por New Jersey había sido un legislador clave.

Lo que hallé me dejó sorprendido: el historial parlamentario de Bradley era absolutamente fiel y constante en defensa de las causas más importantes de los hispanos. Había defendido la educación bilingüe, se había opuesto a la proposición 187 de California encaminada a privar de servicios básicos a los inmigrantes ilegales. Había respaldado las leyes que amparaban a nicaragüenses y salvadoreños. Solicitaba un aumento substancial del salario mínimo. Quería preservar las cuotas universitarias y laborales para las minorías. Creía en dotar de seguro médico a todos los norteamericanos. ¿Cómo era posible -se preguntaba Bradley- que en la nación más rica del planeta 44 millones de norteamericanos carecieran de seguro médico? ¿Qué tipo de seguro pretendía brindarles? Obvio: el mismo que disfrutan todos los empleados federales. ¿Cómo ofrecerles menos a quienes con sus impuestos sostienen a estos funcionarios? Más aun: había pedido unas normas de inmigración más abiertas, convencido de que eso beneficiaba a la nación estadounidense. Sus enemigos -Internet es un sitio ideal para cultivar enemigos- hasta lo acusaban de ser un «inmigrant lover» como consecuencia de su matrimonio con una extranjera, Ernestine Bradley, profesora de alemán. ¿Sería, acaso, por la manera en que se relacionaba con América Latina? Otra vez falso. Había respaldado a México cuando la crisis financiera, había condenado a Castro o a los sandinistas en repetidas ocasiones: todas las causas latinoamericanas de los hispanos las había hecho vehementemente suyas.

Para mí era un enigma. A lo largo de toda una vida escribiendo sobre temas electorales había aprendido que los votantes toman en cuenta, primordialmente, sus intereses. Casi la totalidad de los seres humanos vota con el estómago. Esta vez la norma no se cumplía. ¿Cómo es posible que los demócratas hispanos le den la espalda a este hombre?, le pregunté a Mario Elgarresta, uno de los mejores expertos en materia electoral de la comunidad hispana de Estados Unidos. «Los hispanos del Partido Demócrata, los que de alguna forma integran la estructura, tienen la tradición de seguir la dirección del partido. No se molestan en averiguar qué es lo que le conviene a su propio grupo». Y luego añadió algo más grave: «por razones culturales y lingüísticas, los hispanos -la gran masa-muchas veces no saben precisar cuáles son sus intereses y quiénes los defienden. Es la consecuencia de vivir aislados. Por eso los líderes los llevan a donde no debieran estar». Si finalmente, como pronostican, Bradley pierde frente a Gore, me imagino el titular de algún escandaloso periódico hispano de New York: «pasan a Bill Bradley por el aro», sin advertir que los derrotados son los propios hispanos. Y también me imagino la frustración de Bradley. Es la misma que sentía cuando los vencía un equipo de tercera división.

Tomado de (%=Link(«http://www.elcomercioperu.com.pe/»,»El Comercio»)%) del Perú del 14 de febrero de 2000

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