Opinión Internacional

Brasil y Francia, estrategia de fronteras

Si el gobierno brasileño compartiera el neonacionalismo “bolivariano” o “Socialismo del siglo XXI”, dedicaría su política exterior a denunciar el colonialismo francés. En efecto, Francia es el único país europeo que todavía conserva una presencia producto de la era colonial en el sur del continente que además tiene la peculiaridad de compartir frontera con el Brasil. Pero en lugar de optar por la ficción improductiva de un mesianismo reivindicativo infantil, el gobierno brasileño transforma esa realidad de la herencia colonial y la transforma en ventaja al servicio de su empeño de sentar definitivamente su hegemonía de potencia regional y de consolidar su vocación de integrar el grupo de las grandes superpotencias mundiales. Hegemonía regional que en el plano político y económico ya es un hecho, en el plano militar , el excepcional acuerdo estratégico de largo alcance suscrito recientemente con Francia, lo convierte en realidad.

El convenio estratégico-militar establecido con Francia que arroja una primera cifra de 8.500 millones de dólares aprobados por el congreso brasileño y que debe alcanzar los 14.000 millones de dólares, no significa una simple adquisición de equipos militares – lo que debido a la cantidad, a la especialidad y eficacia de los mismos constituye de por sí un hecho significativo pues Francia dotará al Brasil de submarinos, fragatas, misiles de largo alcance, torpedos, aviones y helicópteros de tecnología muy avanzada -, sino el hecho de que el convenio se establece dentro de un contexto “estratégico que debe llegar a un equilibrio de intereses y hacer que las cosas funcionen en dos sentidos”, como lo declarara Eric Frappier, director general internacional de Dassault Aviation, la empresa francesa líder de la aeronáutica militar. Esa dinámica de “funcionamiento en dos sentidos” caracteriza el alcance de los lazos que establece Brasil con uno de los países claves de la Unión Europea, potencia militar, dotado de fuerza nuclear, que junto a Estados Unidos, comparte el liderazgo en la producción y exportación de armamento y es parte significativa de su producción industrial.

Para concluir el contrato de ese importante mercado, Nicolás Sarkozy viajó el 6 y 7 septiembre al Brasil con el pretexto de asistir, como invitado de honor a las ceremonias conmemorativas de la fiesta nacional brasileña.

En realidad para el presidente francés se trataba concluir la primera parte del contrato de 36 aviones Rafale destinados a renovar la flota aérea militar del Brasil (que comporta entre 120 y 150 aparatos). Francia se contaba entre las empresas finalistas solicitadas por el Brasil; las dos otras empresas que concursaban : Boeing con su propuesta del F-18 super Hornet, y el Gripen de la empresa sueca Saab. El Presidente Lula da Silva no disimulaba que su preferencia iba hacia la propuesta francesa, no sólo porque el Rafale es un avión polivalente y bimotor adaptado a la inmensidad del territorio del país, lo que le otorga el dominio del espacio aéreo a los servicios policiales aéreos, sino porque Francia se plegó a las condiciones propuestas por la parte brasileña.

Ocho años duraron las negociaciones entre ambos países emprendidas durante el mandato del presidente Chirac que finalmente hoy se ven coronadas de existo, gracias a la tenacidad del presidente Sarkozy que para los efectos constituyó una “war room” secundado por el almirante Guillaud, su jefe de Estado Mayor particular.

Francia tomó en consideración las necesidades de la parte brasileña y se adaptó a ellas, no sólo de orden técnico, sino de orden estratégico determinadas por el proyecto brasileño de consolidar su hegemonía regional e internacional. La transferencia de tecnología francesa será determinante para el proyecto brasileño de dotarse de una industria militar autónoma que sólo Francia le garantizaba.

Primeramente Francia admitió no ofrecer restricciones de transferencia de tecnología o de fabricación y ofreció implantar una cadena de montaje en el Brasil, lo que significa la creación de 6000 empleos en Francia y 3.000 en el Brasil. El Brasil podrá exportar los Rafale de producción nacional: el contrato con Francia prevé una cláusula de comercialización para América Latina. A su vez, Francia se compromete a adquirir los KC-390 producidos por la Empresa Brasileña de Aeronáutica (Embrear), futuro avión de transporte militar táctico que podría suplantar ser el Hércules C-130 americano.

Pero ello no significa una complacencia ingenua por parte de Francia, la voluntad de “establecer el equilibrio de intereses y hacer que las cosas funcionen en los dos sentidos” se ejemplariza en el hecho de que Dassault Aviation se convirtió en socio minoritario de la Empresa Brasileña de Aeronáutica (Embrear). Se trata pues de un contrato a largo plazo.

Pero lejos de limitarse al ámbito militar, Francia ha dejado demostrada su vocación de desarrollar una política global hacia el Brasil y ello se expresa en la voluntad de la diplomacia francesa de reactivar y optimizar el intercambio entre ambos países en todos los ámbitos, dándole un espacio prioritario a los ya tradicionales de cooperación cultural entre ambos países. Primero se celebró el año del Brasil en Francia, en ese contexto se le concedió el honor excepcional al ejército brasileño de participar en el desfile del 14 de julio de hace dos años, y este año, le tocó a Francia celebrar el año de Francia en el Brasil. Ambos acontecimientos han dado lugar a una densa y nutrida programación cultural: coloquios científicos, artes de la escena, música popular, exposiciones.

Es innegable la coherencia demostrada por ambos países con la firma de este pacto estratégico cuya vertiente militar es sin duda la más espectacular deja el acuerdo de cooperación militar suscrito por el presidente colombiano Uribe con Estados Unidos, como un pálido convenio de cooperación técnica, que sin embargo ha despertado tanta alharaca entre los colegas “bolivarianos” del Presidente Lula quien se abstuvo de mencionar su pacto estratégico con Francia en la cumbre de Unasur celebrada hace pocos días en Bariloche, con el objeto de poner al presidente colombiano en el banquillo de los acusados, precisamente, por haber suscrito ese pacto con Estados Unidos .

El presidente Lula declaró en una entrevista acordada a los medios franceses: “El Brasil debe poder convertirse en una potencia del siglo XXI, poseemos todo lo necesario”; “el Brasil debe jugar un papel de pacificador, de conciliador”. En relación a Irán y a Venezuela, considera que “debemos convencerlos políticamente”. “Lo que no se debe hacer es ponerlos contra la espada y la pared”. Ni una sola mención, aunque fuese para disimular su cinismo, a la situación de la democracia en esos dos países, ni a la lucha desigual que llevan allí las corrientes democráticas.

El presidente brasileño deja claramente demostrado que no le importa para nada la situación de la democracia en Venezuela ni en Irán. Las violaciones de los derechos humanos es algo que no le compete a un país que se propone llegar a ser “una potencia del siglo XXI” . De hecho mientras el “Socialismo del siglo XXI” signifique el debilitamiento de la economía de los países de la zona, en particular de Venezuela, más se refuerza el Brasil en su vocación imperial.

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