Opinión Internacional

Chávez derrotó a las FARC

Las fuerzas insurgentes colombianas ya estaban ahogadas cuando el Presidente Chávez reconoció y expresó públicamente su interés por ellas, iniciando una campaña por el otorgamiento de un estatus de beligerancia. Sin embargo, con los altibajos más o menos apreciables de la correlación de fuerzas al interior del hermano país, siempre fue posible lograr una situación de equilibrio o empate estrictamente político que provocara un desenlace aproximado a la Centroamérica de las décadas anteriores. Una redefinición y un reacomodo totales del sistema político que, al darle o procurar una cabida institucional a los irregulares de toda talla y estirpe, no sólo borrara las conocidas tropelías criminales ligadas al narcotráfico, sino que les permitieran un nivel de institucionalización capaz de competir con los tradicionales sectores partidistas. Pero fueron tales la vanidad y el protagonismo tan desmedidos del mandatario venezolano, con la contrastante prudencia diplomática cubana, que lo convirtieron en victimario de las propias FARC y el ELN.

En efecto, digamos que «artesanalmente» Manuel Marulanda sobrellevó las circunstancias con marchas y contramarchas que aprovechaban cada coyuntura derivada de las demandas de paz y de concordia de la población neogranadina. Entre triunfos y derrotas, los comandantes guerrilleros sobrevivieron por más de 50 años, generando sendas campañas propagandísticas y diligencias diplomáticas a nivel mundial buscando algo de legitimidad para sus incursiones. Hasta que intervino Hugo Chávez con su apoyo político, sus dólares, sus complicidades. Bastó que se le ocurriera ensamblar un rescate espectacular, con Oliver Stone y toda la parafernalia del cine hollywoodense a la mano; declarar profusamente a favor de la paz colombiana que no logra entender, improvisándose como una suerte de líder «grancolombiano»; esconder los secuestros y el chantaje de los venezolanos a manos de los vecinos irregulares, evadiendo sus responsabilidades esenciales al frente del gobierno; moverse para el reconocimiento de una condición que no cabe ya en el derecho internacional, o confiarse en los consejos de sus no menos improvisados asesores, para finiquitar cualquier esperanza de los faracos, elenos o de cualesquiera otros insurgentes. Siendo así, la «sofisticación» que quiso brindar, derivó en un fracaso que únicamente espera por un breve tiempo para zanjar definitivamente la situación. Y si se tratara de la negación de una computadora portátil, las pesquisas y actuaciones del gobierno colombiano lucen incomparablemente superiores por los resultados obtenidos en comparación con los servicios o auxilios que el gobierno venezolano pudo dispensar.

El rescate de Ingrid Betancourt y de otras personas sometidas a las penurias del secuestro, dice mucho de las realidades en las que se mueve agónicamente la guerrilla colombiana. De acuerdo a los videos, curiosamente parecieron confiarse al avistar un helicóptero de fabricación rusa, portando la tripulación unas franelas con la estampa del Che Guevara, bajo el supuesto auspicio de la Cruz Roja. Impecable operación de rescate, no fue una casualidad que celebraran la presencia de los rescatistas como parte de una iniciativa venezolana, imaginariamente sorprendente y audaz. Pero no fue ni es tal el genio del gobernante venezolano que no tendría ocasión de despuntar si no hubiese los dólares de exportación que el barril petrolero le concede. El ridículo y la desmoralización brilla ahora entre las filas insurreccionales, así se empeñe un anónimo parlamentario venezolano en versionarlo como una «concesión graciosa». Lo peor que puede ocurrirles es falsificar la realidad.

Sentimos que no tardará mucho una discusión final que señale al amigo Chávez como el responsable definitivo no de la pérdida de la guerra de guerrillas emprendida por decenios, sino de la liquidación misma de las posibilidades que un día pudieron vislumbrar para sobrevivir con cierta prestancia política. Triste final, sin dudas.

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