Opinión Internacional

Como el cuadrito de vender a crédito o a contado

Cuando conocí las condiciones en las cuales se está reuniendo la Unión Europea con los países latinoamericanos para imponernos tratados de libre arancel, me vino a la memoria la muy popular imagen, que se puede ver en muchas bodegas del interior del país, en donde aparece en un lado un hombre gordo y prospero con la leyenda de “Yo vendí al contado”, en tanto que al otro lado se muestra un hombre famélico y miserable con la leyenda “Yo vendí a crédito”.

Y me vino porque así veo las condiciones en las cuales se negocia la soberanía de nuestros países, a espaldas de sus pueblos, con los países ricos. Por ejemplo en Viena, de una parte están los países de la Unión Europea, actuando en bloque, con objetivos comunes muy claros, y por la otra, se presentan los países latinoamericanos en completa desunión de objetivos, cada uno actuando por su lado. Verdaderamente, es una pelea de burro con tigre.

Que diferente fuese si esas negociaciones se celebrasen, primero en América Latina, y luego, entre la Unión Europea y una Unión Latinoamericana de Países, que al igual que la del viejo continente, fuese una instancia política que tuviese metas claras para el desarrollo y la negociación. Todo el que tenga dos dedos de frente, o hasta menos, entiende esto.

Porque eso es lo primero que tenemos que hacer los latinoamericanos, mandar esa inútil y anacrónica OEA al desván de la historia y concretar la unión política antes de iniciar cualquier negociación con cualquier bloque de países o potencia mundial. Porque, hablando claro, ¿Qué sentido tiene una organización que a pesar de tener una mayoría de integrantes que son latinoamericanos e iberoparlantes, tenga su sede central en Washington y su idioma oficial sea el inglés? Ese es el más puro servilismo.

Precisamente, de allí el apuro de los europeos y de los norteamericanos en imponernos los tratados de libre arancel, antes de que nuestros pueblos y naciones tomen conciencia y puedan conformar un bloque sólido de negociación.

Claro que los teóricos de la dominación previeron las nuevas realidades, y así es como inventaron unos adefesios para dar la impresión de “soberanía”, como el llamado grupo de los 3, o más recientemente el de la mentada Confederación de Países Suramericanos, utilizando a su lacayo el pupusito de Toledo. Todo para impedir que desaparezca la OEA, su ministerio de Colonias. Porque ellos saben que mientras permanezca la OEA, es imposible que los latinoamericanos contemos con la estructura política necesaria para negociar soberanamente y alcanzar nuestro desarrollo.

Y si es tan claro la necesidad que tenemos los latinoamericanos de unirnos políticamente, aprendiendo de la experiencia europea, ¿Por qué no lo hacemos?
Porque la clase dirigente de la mayoría de nuestros países ha apostado al triunfo de la dominación de los países ricos, y por lo tanto, y con la esperanza de continuar siendo los comendadores de esas potencias, se oponen a todo lo que vaya en contra de ese dominio hegemónico, incluyendo el desarrollo latinoamericano. Es un lacayismo histórico. En ese mismo saco están desde narcotraficantes, como Judas Uribe Vélez, hasta ladrones como Alan García, incluyendo también oportunistas como Gaviria y Humalla y, por supuesto, los candidatos del imperio en Venezuela..

Por eso, ninguno de ellos se atreve a llamar las cosas por su nombre, ninguno habla de una unión latinoamericana, ninguno habla de eliminar la OEA. Por eso atacan a todo líder que trate de impulsar la integración, a todo intento de cristalizarla, por eso defienden el ALCA y los tratados de libre arancel.

Y para justificar esa posición rastrera apelan a cualquier argumento. Recientemente tanto Arias como Alan García afirmaron que Venezuela mantiene su posición soberana gracias a que tiene el dinero del petróleo. Si eso es así, la conclusión es bien sencilla, para poder negociar y defender los intereses de nuestros pueblos e impedir que nos impongan la dominación, tenemos que incrementar la generación de riquezas en la región, y la mejor forma de lograrlo es construyendo nuestra integración política y económica. Los países de Latinoamérica tenemos unas ventajas comparativas y competitivas extraordinarias, una misma cultura, un mismo (o dos idiomas) una sola religión, un solo crisol de razas, un territorio inmenso, enormes cantidades de recursos minerales y una gran población con decenas de millones de profesionales preparados.

Por Dios, si ya lo dijo el genio de Bolívar cuando dejaba claramente expresada esta idea en su misiva “Contestación de un Americano Meridional a un Caballero de esta isla”, en 1915 en Kingston, Jamaica, cuando expresaba: “Es una idea grandiosa pretender formar de todo el Mundo Nuevo una sola nación con un sólo vínculo que ligue sus partes entre sí y con el todo. Ya que tiene un origen, una lengua, unas costumbres y una religión,…”
Tenemos todo, menos una dirigencia política y económica a la altura de estas nuevas realidades, ya que la mayor parte de ella está al servicio del imperio.

Sin embargo, esa posición servil está condenada a la derrota histórica, y en muy breve tiempo. No por factores ideológicos ni de deseos, sino por el peso de la realidad. Ya la América Latina no es la misma de cuando lacayos como Betancourt, Figueres, Haya de la Torre, y otros de esa calaña, plantearon como fundamente “ideológico” aceptar y apoyar el dominio gringo en nuestros países. De esa América Latina, que cuando nací no pasaba de los 150 millones de habitantes, la mayoría analfabetos y viviendo en el campo, y que tenía ante sí un imperio también de unos 150 millones de habitantes, pero con un alto grado de preparación y desarrollo, pasamos a un continente en donde los latinoamericanos llegamos casi a 600 millones de habitantes, incluyendo los 40 que viven en Estados Unidos, con decenas de millones de profesionales y técnicos universitarios, en tanto que los anglosajones de ese país no llegan a los 200 millones.

Además, nuestros países crecen a una media próxima a los 10 millones de habitantes anuales. Ese peso demográfico es aplastante y las necesidades producto de ese crecimiento es lo que explica las profundas convulsiones sociales que hemos experimentado en la región, y que se seguirá experimentando en aquellos países que sigan dirigidos por lacayos.

Sin embargo, para impulsar el desarrollo de la región e impedir que continúen adelantándose los planes de los países ricos por neocolonizarnos, las fuerzas progresistas del continente deben empezar desde ya, a trabajar aceleradamente en configurar esa unión de países latinoamericanos. Para ello debe estudiarse la experiencia de la Unión Europea, y deben asimismo, aprovecharse los resquicios existentes, por ejemplo, el parlamento latinoamericano o las contiendas electorales, para hablar claro sobre el tema y ofrecer propuestas concretas.

Estoy seguro que si los candidatos progresistas del área presentasen propuestas concretas en ese sentido y no cayeran en el juego del imperio, arrinconarían a los miserables candidatos monroistas, que no tienen más política hacia Latinoamérica que convertirla en semicolonia de los gringos. Es sólo cuestión de dejar el miedo.

Ese es el deseo de la inmensa mayoría de los latinoamericanos y más temprano que tarde se hará realidad.

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