Opinión Internacional

Cuando el diálogo es imposible

(%=Image(9989255,»L»)%) (AIPE)- ¿Se puede disuadir con argumentos a un fanático armado que está dispuesto a matar y a morir y que está convencido, con una fe que no admite objeciones racionales ni evidencias empíricas, que usted es la encarnación del mal? Imposible.

No estamos frente a un fenómeno terrorista que desee persuadirnos de nada. Por eso no hay reivindicación del ataque terrorista. Fue una misión destructiva que logró su objetivo.

Occidente es el mal en sentido absoluto y Estados Unidos representa la raíz de ese mal. Cuando entramos en el terreno de los absolutos no hay discusión posible, ni siquiera proselitismo para una causa. El mal se arranca de tajo con todas sus adherencias y basta. El destructor del mal y de sus adherencias se va al paraíso tras esa misión “purificadora”.

Atención: usted y yo somos esas “adherencias” y en la lógica de la destrucción del mal absoluto, usted y yo también merecemos ser eliminados.

Jack Wheeler, investigador de la “Freedom Research Foundation” escribió el pasado 12 de septiembre un artículo esclarecedor (“Challenge and Response”) en el que revela, por lo menos para quienes no la conocíamos, la terrorífica desviación que ha sufrido la religión musulmana a partir del siglo XX: en términos del propio Corán el alma árabe ha sido inficionada por el genio del mal, el demonio de la envidia, cuyo nombre en árabe es al-Hasad.

Por supuesto, esa no es la auténtica religión que predicó Mahoma. En el Corán, Alá advierte por la boca del profeta que la envidia consume las buenas acciones como el fuego a la madera y se dice también que sólo entrarán al paraíso aquellos cuyos corazones estén libres de la envidia.

La definición clásica de la envidia, de Tomás de Aquino, es “pesar por el bien ajeno”.

¿Por qué poderosos sectores de la fe musulmana, como el que representa Osama Bin Laden, han convertido una religión de amor en una herramienta de odio?, ¿cómo se inficionó del demonio de la envidia el fundamentalismo islámico? Pues de la misma manera que la envidia ha inficionado sectores de la religión católica y de otras religiones: a partir de una lectura “dialéctica” y maniquea de los libros sagrados; a partir de una interpretación marxista (colectivista e inmanente) de la liberación predicada.

En la religión tradicional la liberación es personal –no hay salvación por el simple hecho de pertenecer a tal o cual grupo- y trascendente: el reino de Alá o de Dios no es de este mundo. En la falsa religión –que en realidad ha perdido de vista a un Dios que sobrepasa el tiempo y el espacio- la liberación es material y colectiva.

No nos liberará Dios, sino la colectividad de los elegidos mediante la violencia.

La envidia se vuelve falsamente virtuosa, porque los “elegidos” (los pobres, la raza aria, los fieles) detestan “religiosamente” a los réprobos (los ricos, los judíos, los infieles) y quieren su desaparición.

Aunque la llamada teología de la liberación infiltrada en la religión católica no ha llegado a los extremos del terror del fundamentalismo islámico, sí nos ha dado ejemplos sombríos de sacerdotes en pie de guerra o que se erigen en líderes políticos y encienden las velas en la iglesia, cuando lo hacen, para dispensar a su auditorio un guiso de marxismo recalentado.

El fundamentalismo islámico partiendo de la misma desviación ha llegado más lejos. A partir de la envidia falsamente virtuosa –el odio a Occidente- ha generado un profundo sentimiento de impotencia que sólo puede resolverse en la muerte: morir matando al enemigo. Y enemigo es todo aquello que sea diferente.

Ante esta amenaza que no distingue ni razona, que está cerrada a cualquier disuasión civilizada, ¿qué haría usted?, ¿proponer un diálogo o ejercer la legítima defensa? ©

* Analista político mexicano.

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