Opinión Internacional

Del Ahogado, el sombrero

Los trámites legislativos por los que avanza el proyecto de la reelección
abren una controversia que coloca, a medio camino, tanto el optimismo de
los uribistas como el pesimismo de sus opositores. Y esta controversia
encierra preguntas claves sobre que tanto ha madurado el debate en la
democracia colombiana.

Veamos primero qué piensan los partidarios declarados de la reelección. Lo
que tienen en común es presuponer que un nuevo período de Uribe ofrece una
legitimidad fortalecida de la seguridad democrática. La idea de que la
reelección es por naturaleza más conveniente para el país gana encuestas
de opinión. Muchos consideran la reelección como una panacea. Sin embargo,
esto no es algo tan obvio.

El debate con un candidato a la reelección puede vincular de manera
indisociable una mayor participación, la calidad de las deliberaciones, la
transparencia de las decisiones de gobierno y el ejercicio de las
responsabilidades. De esa forma puede haber más veeduría efectiva a través
de una controversia sustancial. Multiplicar las oportunidades de una mayor
participación de los ciudadanos le conviene al país. De tal manera que la
reelección no puede adoptarse como un instrumento unilateral e impositivo.

Sus virtudes pueden llegar a ser de otra índole.

La primera es práctica. El debate evita la tentación de “la última
palabra”. Permite abrir cuestiones públicas, y pone en jaque la
legitimación de los actos de gobierno. El temor de sus oponentes es la
manipulación y el sesgo del presidente para tomar medidas en beneficio
propio. Pero esta prevención elimina de plano la distancia entre control,
intervención de la responsabilidad y ejercicio del poder. Articulación
que, paradójicamente, puede definir la derrota uribista.

La crítica de los opositores converge en dos puntos: (1) Temen una
expresión política guiada por las pasiones del momento, permeable a las
simplificaciones de las encuestas y los actos demagógicos. Guardan recelo
de una politización fastidiosa que falsee el sentido de responsabilidad
natural del gobernante. El problema es que estos argumentos caben con
igual franqueza para cualquier aspiración dentro del sistema.

Muchas prevenciones han estado inscritas en nuestra historia política
desde el siglo XIX. Los dilemas entre razones y pasiones partidistas, los
equilibrios fingidos o reales del Frente Nacional, o la retórica de un
referéndum contra el Congreso en los 90. En las filas del conservatismo de
los 40 y 50, al igual que las campañas de la izquierda unida de los 70, se
formuló una misma desconfianza hacia la manipulación del pueblo. Lucharon
por una cultura política, Galán y Bernardo Jaramillo, pregonaban la
necesidad de elevar nuestro nivel de comprensión.

Este antagonismo se alimenta recíprocamente. Empobrece la posibilidad
democrática borrando las oportunidades de deliberación. Porque una
negativa al debate diluye la propias relaciones de mejoramiento de la
democracia.

Jon Elster, de visita en Colombia, dijo recientemente que no puede haber
sentido democrático si no hay un largo proceso de deliberaciones. De lo
contrario, tendremos una caricatura del ejercicio de la soberanía
colectiva.

El miedo a priori de la reelección, por otra parte, no tiene carta de
presentación, como lo reseñaba Antanas Mockus a Semana. Pues la naturaleza
de la propuesta es un debate con un contrincante que no es absoluto
ganador. El verdadero problema no es la reelección sino lo que puede
denominarse el “teorema derivado”: el cálculo manipulado de un escrutinio
contra la oposición con el fin de anular su alcance específico.

Y ¿qué puede aclararnos estas consideraciones ? Ante todo, que el problema
no es tan sólo estar a favor o en contra de la reelección. Lo decisivo es
la cantidad de deliberación que la acompaña. Eso supone también un
compromiso de sus opositores para limitar los efectos del “teorema
derivado”. La cuestión determinante es tomar como un hecho o como una
oportunidad la reelección de Uribe. Si lo primero, cerramos la propia
esencia de la política; si lo segundo, la abrimos.

Cierto, la reelección sólo adquiere pleno sentido si tiene cierta
dimensión de examen de gobierno, si sirve para expresar un compromiso
fuerte con oposición con ideas

¿Es posible salir de esta ambigüedad relativa? Hay solamente un camino:
forjar de manera voluntarista una dimensión simbólica ausente organizando
un modo de expresión simultáneo y colectivo respecto de la reelección. Un
debate así sólo puede tener un sentido fuerte dentro de ese marco formal.

Y sólo puede conjurar las distorsiones aberrantes declaradas por sus
enemigos, en una controversia por todos los canales y medios.

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