Opinión Internacional

Dos notas y un gallo

La integración económica, objetivo tradicional de la política exterior latinoamericana, adquiere un matiz de imperativo estratégico y de sobrevivencia para el conjunto de naciones de este lado del Río Grande, gracias al inescapable proceso globalizador, y al conjunto de retos que apuntan a una acción concertada y en bloques, a fin de que seamos escuchados en medio de tantos susurros, gritos y alaridos de tenores de mayor peso internacional.

A tono con las premisas de la gerencia actual, buscadora de alianzas estratégicas que faciliten la competitividad, la lógica aritmética integracionista, evidenciada en el recién culminado cónclave del Grupo de los Tres, plantea la necesaria suma de esfuerzos, conjugación de prioridades económicas y acciones políticas entre aquellos países del mundo no industrializado para lograr alguna atención del selecto club de naciones desarrolladas. No obstante, la fortaleza negociadora de un bloque sub-regional depende directamente del cuadro socio-político, jurídico y sobre todo económico de los Estados que conforman dicho bloque, y especialmente del mayor o menor grado de sintonía entre la melodía de los agentes globales y la que interpreten los gobiernos de las naciones aglutinadas en esa alianza.

Puestas así las cosas, y aún cuando la situación mexicana y la colombiana evidencien problemas complejos de la magnitud del movimiento pro-indigenista encarnado en el zapatismo, en el primer caso, y del conflicto guerrillero más antiguo del continente, en el segundo caso, la actitud asumida, el discurso y las decisiones que los señores Fox y Pastrana han tomado para enfrentar estos y muchos otros problemas, aunque no concluyentes, transmiten una consistencia y una coherencia que lamentablemente no caracterizan las actuaciones de nuestro Primer Mandatario.

La resolución de las diversas crisis y problemas al interior de cada nación, y sobre todo la manera en la cual éstos sean abordados, constituyen el primer requisito para cualquier negociación que persiga un área de libre comercio o la consolidación de un coro de voces regional que aspire a entonar alguna canción en el foro global.

Transitando los rincones épicos de una fantasía neobolivariana y arropado en la retórica de una revolución que sólo existe en las finas articulaciones neuronales de él y de algunos seguidores, el Presidente Chávez intenta un discurso global, ensaya un mensaje fraterno a favor del libre mercado y de grandes proyectos a nivel internacional.

Concluida la cita, se fueron los homólogos presidenciales y queda el vacío, la aburrida labor de resolver los problemas de Venezuela. Queda como tarea pendiente el discurso populista que promete tierras y promueve invasiones; que sataniza la riqueza y parece aspirar a la generalización de la pobreza; que percibe en toda crítica campañas orquestadas contra el gobierno y no acepta las denuncias e irregularidades de la gerencia militar que le sirve de piso político.

En el Grupo de los Tres, Chávez y sus colegas, con el verbo y la acción, envían cada uno su mensaje al mundo, buscando tranquilizar a los inversionistas, transmitir confianza y ahuyentar los fantasmas del aislamiento internacional. En Fox y en Pastrana, cada uno en su tono, las notas musicales se acercan a la armonía. A Chávez, se le escurre un discurso imposible, un amasijo de notas disonantes. Si se escucha con atención, en este coro de los Tres, hay dos notas y un gallo.

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