Opinión Internacional

Ecuador: corriendo la arruga

Jamil Mahuad ha calificado de cantinflesco el episodio que lo eyectó este fin de semana del palacio de Carondelet y permitió, mas que una solución, una pausa a la crisis política que mantenía en ascuas al Ecuador desde hace varias semanas; en una como vela de armas porque, según parece, todos, se sienten burlados con el desenlace de la situación, salvo el doctor Gustavo Noboa, a quien tocó en suerte la presidencia, como garante de un precario hilo constitucional, Triste final de la esperanza animada hace apenas dieciocho meses por el exitoso alcalde democrata-cristiaano de Quito, que exhibirá como la perla de su fugaz mandato un acuerdo limítrofe con el Perú que, ojalá, resista ahora los ajustes de cuentas que suelen acompañar a las transiciones violentas.

Desenlace previsible, quizás, si consideramos la tradición histórica de uno de los países mas volátiles de nuestro continente. Porque si Bolivia es evocada con frecuencia como paradigma de inestabilidad, con su centenar de gobiernos de la época independiente, no lo ha sido menos su vecina república, ni puede explicarse ésta reciente (que no última) escaramuza, únicamente como la culminación de un quinquenio en que el poder estuvo, al menos en apariencia, en las manos de hasta cinco mandatarios.

Es cierto que con la salida de Jamil Mahuad se cierra una suerte de ciclo libanés iniciado por Abadalá Bucaram, durante el cual hasta una dama se ciñó la banda presidencial, pero el Ecuador ha sido pródigo en personajes y episodios abracadabrantes.

Como el viejo Velasco-Ibarra, a quien bastaba un balcón para enardecer a las masas, pero salió derrocado de sus seis magistraturas, una vez que su vibrante demagogia se revelaba incapaz de aportar las soluciones; Febres Cordero, también excelso en la tribuna pero venal, arbitrario e ineficiente; la promesa de Gustavo Roldós, truncada por un avionazo; Arosemena, a quien perdieron los escándalos protocolares que estimulaban sus aficiones escocesas; y como la tapa del frasco, la familia Bucaram y su máximo exponente,“el loco” Abdalá, diagnosticado insano mentalmente por el Congreso a causa de sus extravagancias…

Antes y después, como en el resto del continente, el péndulo osciló en el Ecuador entre juntas y triunviratos militares –que, aparte de apropiarse de las riquezas que hubiesen escapado a la codicia civil, demostraron una similar incapacidad para generar cambios y reformas- y administraciones de todos los matices ideológicos que, incluso cuando demostraron buenos deseos, tropezaron con un marco constitucional absolutamente inadecuado.

Tantas carambolas han sido posibles por un tejido sociológico anacrónico que ha profundizado rivalidades político-económicas resultantes de la fisura geográfica entre el litoral oceánico y el altiplano, perpetuando la situación de minusvalía de un sector importante de los cuatro millones de indígenas que constituyen la tercera parte de la población y, en definitiva, de un sistema institucional de extremada ineficiencia y un juego político sectario, aquejado de un canibalismo enfermizo.

Todos estos elementos se confabularon para frenar el impulso que Jamil Mahuad pretendió imprimir a su gobierno inicialmente, sumieron al país en la agitación que por semanas y semanas le aseguró un triste rating en los noticieros internacionales, y explican la comedia de enredos que ha puesto de bulto contradicciones muy raigales de la sociedad ecuatoriana y según señalan buen número de analistas, dejan abierto el camino a secuelas inevitables.

Vale decir, entre el ejército y las demás fuerzas, y entre la alta jerarquía y coroneles y oficiales medios, con mando de tropa, inspirados según se dice por un espíritu nacionalista; en el movimiento indígena, entre líderes dispuestos a la violencia para responder a lo que califican de engaño, y dirigentes moderados de etnias mas integradas socialmente; entre el Guayaquil (de donde proviene el doctor Noboa) comercial y bullanguero y la capital burocrática; y coronado por todo lo anterior y mas peligroso todavía, entre indígenas y mestizos, ya que el fracaso de la movilización debe explicarse, hasta cierto punto, por la reacción de temor de la sociedad quiteña a la invasión de la indiada…

De la firmeza con que el nuevo presidente emprenda las reformas económicas que Mahuad intentó de manera errática cuando ya tenía la soga al cuello, dependerá el reajuste social e institucional que el Ecuador ha exigido a lo largo de la historia. Lo otro equivaldría a correr la arruga y se repetirían, en un plazo mas bien breve, los sofocos vividos recientemente a las faldas del Pichincha.

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